Dear Elise...

393 36 1
                                    

—Perdón, Rintarou... Cuídate, te esperaré desde el otro lado.

.

.

.

“Tú no has de morir”.

Es el nombre de la habilidad de esa niña que se acababa de unir al escenario menos propicio para su edad.

Sangre.

Muertes.

Guerra.

No es lugar para ningún niño de apenas 14 años de edad.

Pero su habilidad marcó ese destino sin su consentimiento.

Y cuánto hubiese dado él por tener esa habilidad en ese momento.

Ese maldito momento que lo perseguiría durante toda su vida como su sombra pegada a sus talones.

Recordándole que no había vuelta atrás.

Recordándole que no pudo hacer nada para impedirlo.

Recordándole que jamás la tendría otra  a su lado.

—¡Hasta cuándo seguirán durmiendo, soldados problemáticos! —gritó la pequeña niña de apenas 14 años. Que, a pesar de su tierna edad, era ya una estudiante interina de medicina militar.

Sintió una opresión en el pecho. Esas palabras le habían hecho recordar; aunque no era como si olvidase algo.

Los soldados, eufóricos de que ya todos sus miembros desmembrados, heridas, golpes, estaban completamente curados, sin siquiera un procedimiento médico de por medio, se lanzaron a abrazar a la niña que les había —literalmente— salvado la vida.

Click.

—¿Tanto les gusta mi Yosano-kun?

Preguntó, a punta de pistola en la cabeza de uno de los soldados, el médico principal militar del equipo de división 350 de la defensa del Ejército, Mori Ougai.

Una mirada asesina y una densa aura oscura, hizo que cada soldado salieron pitando de ahí. No querían donar sus huesos para conformar el nuevo esqueleto de la enfermería.

—¿"Mi Yosano"? —preguntó indignada —, ¿cuándo me convertí en la concubina del doctor Mori? Te arrancaré las orejas.

Recordó otra vez.

Eran palabras en extremo similares.

Incluso su propia respuesta fue la misma que la de aquella vez:

—Oh, soy tu superior, ¿no es así? —le dirigió una sonrisa de lado —, ¿tendré también la autoridad para rectificar esa actitud y cómo usar tu boca?

Otra vez.

Pero esta, a diferencia de las otras, se dejó llevar por un segundo en sus memorias...

No tan atrás, solo dos años en el pasado; aunque para él, parecía la mismísima eternidad.

Sabía que por muy fuerte que se creyese, no debía haber corrido como loco en la primera línea de combate.

Él era médico, no suicida.

Pero ni siquiera su misma persona sabe el porqué de la adrenalina que sintió cuando vio que el combate estaba en su punto más sangriento.

Quizás su instinto animal más primitivo.

Ese que te obliga a demostrar que eres superior.

«Que idiota es el ser humano», se regañó a sí mismo; ya que debido a ese arranque de locura había terminado en el hospital militar con ambas manos entablilladas, una pierna herida y una contusión craneal.

Estaba hecho mierda, literalmente.

—¿Hasta cuándo seguirán durmiendo, soldados problemáticos? —una tierna y dulce voz cargada de preocupación se escuchó en aquella carpa improvisada.

Igual que los demás, giró la cabeza para observar a su portadora: había escuchado hablar de ella, muchas veces, siendo la única mujer en el campo de batalla, su nombre era bastante reconocido.

Vestida con el uniforme blanco y negro de enfermería, su cabello rubio caía en grandes ondas hasta sus caderas y sus cristalinos ojos azules irradiaban amor y preocupación.

«Estoy condenado», repitió en su cabeza mientras observaba a la mujer dirigirse a él.

—Cada vez pienso que los soldados no miden consecuencias de sus actos. No es como que tengamos una persona capaz de regenerar sus miembros perdidos. —dijo la chica, observando sus heridas y anotando en una tabla

—Quizás esos soldados no miden las consecuencias porque quieren que una bella enfermera los atienda. —le devolvió la pulla con sarcasmo y picardía.

Un gran dolor punzante se extendió por todo su cráneo, taladrando su cerebro.

—¡Auch, auch, auch! —se quejó mientras la muchacha presionaba con más fuerza el bolígrafo en la herida de su cabeza.

—Oh, perdón; estás divagando, parece que tienes una contusión —le dio una sonrisa repleta se sarcasmo—. Parece que necesitarás medicamentos. ¡Minato-kun, trae los medicamentos más fuertes para este guapo hombre!

El herido rió.

—Enfermera y sádica. Me pone.

—Oh~ también tiene rotura del peroné y daño en las fibras musculares. —con la misma sonrisa jaló la pierna herida.

Se escuchó otro alarido.

—Soy tu superior, ¿sabes? —tragó saliva para su voz no se escuchara rota por el dolor de sus huesos maltratados. No debía haberse metido en la primera línea de combate —. Tendré que usar mi autoridad para enseñarte cómo usar tus manos.

Un sonido de algo rompiéndose.

Un grito de terror.

Minato-kun~, cambio de planes. Prepara el quirófano. El guapo hombre necesita una castración urgente.

Cualquiera que estuviese viendo, pensaría que lo que se estaba llevando dentro de esa carpa era una tortura y no una revisión médica.

𝕋𝕙𝕖 Ⓣ︎Ⓡ︎Ⓤ︎Ⓣ︎Ⓗ︎  𝕦𝕟𝕥𝕠𝕝𝕕  |᯽| Bungo Stray Dogs |᯽| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora