Gaming...

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—Par.

—Par.

—Par.

Todos lo miraron, en espera de que dijese su respuesta.

—Vamos, señor; usted es el dueño del casino, no tiene nada de malo que interactúe con sus huéspedes. —le animó uno de los hombres vestidos de trajes que circundaban aquella mesa de terciopelo verde.

Suspiró, aceptando por obligación aquello.

—Tres, dos; impar. —dictaminó, seguro.

Las expresiones de exaltación ante aquella respuesta no fueron pasadas por alto.

No le importaba si parecía petulante o altanero, él quería irse de allí lo más rápido posible. Le gustaba pasar tiempo con sus huéspedes, pero no se sentía del todo cómodo cuando le invitaban a una mesa de juegos de azar, mientras hacia su recorrido en vistas de que todo estuviese en su lugar.

El hombre encargado de esa mesa, después de esperar la respuesta de su jefe, hizo danzar los dados dentro del cubilete, le dio un par de vueltas ya bien aprendidas y los dejó caer en la mesa, ante los ojos espectantes de todos.

El primer dado se detuvo.

Tres.

El segundo parecía ir en cámara lenta, hizo otro giro y paró.

...dos.

Cinco, impar.

Silencio.

Cuando el momento de sorpresa terminó y las exclamaciones cesaron, todos y cada uno de los presentes buscaron al ganador de aquella apuesta.

Ya se había retirado.

Pues sabía que había ganado desde el momento antes de pronunciar sus palabras.

Y es que, para Sigma, los juegos de azar habían nacido justo como él: con un propósito específico predestinado por un tercero y todas las fichas colocadas a su favor sobre la mesa.

Él solamente debía girarlas y ya está.

.

.

.

«—Me niego. —fue su última palabra.

Dos miembros de los perros callejeros, importante grupo del gobierno, se había presentado en su oficina con la orden de cerrar su casino.

—¿Qué dijo...? —preguntó la chica, al borde de la ira.

Unió sus dedos sobre la mesa de madera y les miró fijamente.

—...el casino es mi vida. ¿Ustedes creen que si viene a decirme que "detenga mi corazón por un mes" voy a obedecer? —la respuesta era obvia, no.»

Y no exageraba, el casino era su vida, su corazón; lo único por lo que seguía viviendo aparte de tener un corazón que late y nos pulmones que respiran. Era su pasado, presente y futuro. Era sus memorias, era su historia.

Y ningún humano deja ir su historia así como así; aunque sea errónea, aunque para los demás no sea la correcta, cada cual defiende lo suyo. Y un hombre como él, sin casi nada, defendería ese «casi» que lo separaba de la soledad.

«Una persona ordinaria solo puede tomar el lugar de una persona ordinaria.»

Pero él no era alguien que entrase en el concepto de "ordinario".

No lo eres cuando de ti no existe registro alguno, cuando tu vida comienza a ser documentada hace tres años...

... cuando eres una novela que se empezó a escribir desde el medio.

Una novela que lo primero que vieron sus páginas al nacer no fueron sus padres, sino un boleto de tren que llevaba a ninguna parte. Una novela sola en el desierto, sin saber cómo llego ahí o cuál era su título.

El último en escribir esa novela fue...

Un terrorista atroz que volvía al mundo del revés.

—¿No deseas un hogar?

¿Y quién no dejaría su sangre, sudor y lágrimas si con eso te daban lo que nunca tuviste?

Un hogar...

Una familia...

Cosas que él. Quién era «nada» en un origen, nunca pudo alcanzar.

Le permitió darse un nombre propio:

Sigma, el hombre del casino.

Lugar al que podía volver y llamar casa.

Si para eso debía ser el «hombre ordinario» que se le pedía ser, lo haría con gusto.

Apretó la mano que le sostenía de una caída que terminaría en una muerte segura. Miró al chico albino que lo agarraba, reacio a soltarlo y sonrió.

¿Él alguna vez había puesto esa expresión de necesidad de salvar a alguien?

Le gustaría haberlo hecho.

«—Nee~, señor, ¿por qué su cabello tiene dos colores?»

Y, en ese momento crítico, recordaba la pregunta hecha por muchos niños que visitaban el lugar en compañía de sus padres.

Al ser siempre la misma pregunta, él daba la misma respuesta:

Puede que no lo parezca, pero este es el color de cabello de un hombre ordinario.

Vaya mentira.

Su cabello era el reflejo de su existencia:

Fragmentada e irreal.

Pasó saliva mezclada con su propia sangre y se preguntó:

«¿Pude haber hecho algo más?»

—...solo hice lo que un hombre ordinario podría...

Y se soltó.

Como un par de dados que bailan curiosos antes de parar, como unas cartas que te incitan antes de ser volteadas, como un hombre que reza por ganar una apuesta...

De todos modos, su vida era solo eso.

...solo un juego de azar.


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