Él era fuego.

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Él era fuego,
y el fuego que emanaba desde su interior no era normal.
Tenía el poder de hacerme sentir protegida.
Con sus dos manos pálidas, tomaba mi frágil corazón y lo cubría.
Él no solía tener la remota idea de que  él en mi vida era ese huracán que suele arrasar con todo lo que se encuentra en  el camino; incluso mis sentimientos. 
Mucho menos sabia que él era la calma de mi vida,
mi paz,
el arcoiris adornando el cielo.
Después la tristeza se apoderaba de mí  al ver que nada es por siempre y que
cualquier momento mi fuego se consumiría.
Y dolía,
dolía saber que en cualquier momento
mi fuego ya no estaría más.
Y yo, 
comencé a dedicarle
mi poesía barata,
mis insomnios,
mi alma
y un escrito,
donde dijera algo así: 
"Él era fuego, y el fuego que emanaba desde su interior no era normal. 
Él era fuego  ¡y como ardia!
Él era fuego y su brillo me hipnotizada;  igual que una polilla a la luz,
que un adicto a las drogas,
que un niño a los dulces.
Él era fuego y a la vez también a mí me consumia.
Y yo,
solo pensaba extinguirme a su lado y terminar siendo cenizas, juntos."

Mi precioso dolor, cálido y extraño a la vez.
Permiteme ser tu sacrificio,
el carbón,
la madera seca,
el papel
que necesitas,
y evitar que tu flama sece.
Dulce fuego,
consumidor de mi vida.
Si este es el último dolor que tu me causas
y el último escrito que yo te hago.
Debes saber que
mi felicidad era jugar con fuego
y tu ardias.

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