CAPÍTULO 4

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Estaba tan cansado por el día entero que le había entregado a Seokjin dándole los últimos detalles, que lo único que logró despertarme en ese entonces fueron los ladridos de Rapmon.

Ignoré aquello pues suponía que le ladraba a algún animal que pasaba por ahí, es muy normal que Rapmon le ladre a las ardillas e incluso a las pequeñas y delicadas mariposas. Simplemente era muy escandaloso él solo.

Pero algo fue extraño esa noche.

Sus ladridos no eran cerca de alguna ventana, los podía escuchar en mis oídos, lo sentía muy cerca de él. Estaba loco, ladraba y golpeaba las puertas del armario. Estaba convencido de que un pequeño bicho había entrado al armario.

Él seguía rascando esas puertas y me molestaba cada vez más, y lo hacía una y otra vez.

Me levanté harto de todo su alboroto y lo tomé de su collar arrastrando sus patas a la fuerza para que dejara en paz el armario.

—Prometo ayudarte a buscarlo, ahora quiero dormir— le dije somnoliento. Cerré la puerta de la habitación y Rapmon seguía lamentando detrás de ella. Volví a la cama y caí sobre ella llegando a sentir el placer de descansar nuevamente.
Mis ojos estaban pesados, mi cuerpo tan agotado y, por supuesto, decaído.

Solo habían pasado unos cuantos minutos y las puertas del armario volvieron a sonar. Me sentí furioso ante eso, Rapmon había logrado abrir la puerta de mi habitación y siguió golpeando el armario.

—¡Rapmon, ya basta! — le grité levantándome de la cama, pero al ver la puerta cerrada me congelé.

En la habitación no estaba Rapmon, ni tampoco estaba ladrando. Estaba yo solo.

Creí que solo era una de las alucinaciones que provocaba el desgaste mental y falta de sueño, así que solo suspiré avergonzado de haber levantado un falso a mi perro. Froté mis ojos y volví a las almohadas intentando ignorar aquello sucedido.

Estaba a un pie del mundo de los sueños, cuando volví a escuchar el sonido de las puertas del armario. Abrí mis ojos en busca de lo que provocaba eso, pero no podía ver nada, tampoco ayudaba la poca luz que tenía porque era de madrugada.

Me levanté de la cama vieja y me acerqué a inspeccionar qué había sido eso. Me sentí muy curioso y aterrado al mismo tiempo. Temía que fuera una rata gigante.

Debajo de mi cama saqué una escoba que yo guardaba para limpiar algunas telarañas y volví a ponerme enfrente de aquel armario desgastado.

¿Qué podría ser peor que una rata gigante?

Con la escoba en una mano, abrí las puertas del armario y me puse en guardia al instante.

Pero solo me exalté al ver a Seokjin caer del mueble. En un acto de reflejo estendí mis brazos para poder sostenerlo antes de que impactara al suelo. Él cayó sobre mis brazos, aún envuelto en mantas limpias. Suspiré de alivio al saber que estaba a salvo.

Fue tan extraño que cayera al abrir las puertas. No recuerdo haber puesto su peso en ésta dirección, precisamente por esto, Seokjin podría caer y romper su cuerpo. Eso sería fatal.

Quedé un momento con el cuerpo de Seokjin en los brazos muy cerca del suelo, podía ver su rostro descubierto con los recientes tonos añadidos. Sus labios gruesos, pómulos rosas, ojos brillantes.

¿Brillantes? Los ojos de Seokjin brillaban en la oscuridad y podía verlo atravez de sus párpados. Desprendía pequeños destellos de luz por sus pestañas que descansaban cerca de sus mejillas. No podía apartar la mirada, eso era bastante curioso, algo nuevo.

𝙀𝙡 𝙘𝙖𝙡𝙤𝙧 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙥𝙤𝙧𝙘𝙚𝙡𝙖𝙣𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora