Iba caminando, llevaba puesto un vestido. Largo, de tirantes y con vuelos, del color más hermoso que la creación ha presenciado.
Era tan largo que debía tomarlo con sus brazos y tres personas ayudarlo también. Pero no estaba arrepentido, tampoco avergonzado, estaba completamente feliz.
Porque ya no tenía miedo.
Ya no tenía miedo de ser él mismo, ya no tenía miedo de mostrarse tal y como es. Ya no tenía que aparentar ser algo que no le gustaba, ya no tenía que ocultar su dolor.
Era libre, es libre.
Libre de usar lo que amaba y quería; los colores, las formas, los patrones se convertían en un dulce sueño hecho realidad. La ropa nunca tuvo un género, ahora podía decirlo. Podía disfrutar la experiencia de vestir algo, de hablar lo que quería, de cantar lo que sentía de verdad.
Y era todo gracias a él.
Todo gracias a su Louis.
Mientras lo peinaban para una de las fotos, recordó, con un leve subidón de comisuras, cuando lo conoció. Un chico dulce, divertido, un poco sarcástico, mayor que él y cómodo; porque era cómodo estar con él y él estaba cómodo con quién era.
Porque Louis, siempre lo supo. Y ayudó a Harry a comprender su propia existencia. Le enseñó a amar, a los demás y a sí mismo.
Pero Harry seguía siendo un niño, que abrumado por el amor que lo invadió, solo quería gritarle a todo el mundo que estaba enamorado de Louis Tomlinson, y era mutuo, según lo habían discutido.
Pero nunca pudo gritarlo, porque la sociedad no entendía que el amor no dependía de la biología, sino de los sentimientos; del cuidado, respeto y cariño.
Y como no pudo gritarlo, lo disfrazó. En estrofas de canciones, en suaves cambios de letras en conciertos, en roces de brisa amorosa en entrevistas, en miradas potentes, en viajes cada dos semanas, en la elección de palabras y colores.
Louis también disfrazó su forma de mostrarle al mundo que amaba a Harry más que a su vida. Pero para que el más joven pudiera ser libre algún día, entregó la libertad propia.
Y dolía, dolió por mucho tiempo. Ver cómo el amor de su vida se apagaba para que él pudiera disfrutar de esa libertad que hablaron un día acurrucados en su cama de arriba del camarote en The X Factor.
Pero ese día, se dió cuenta que era libre. Y todo gracias a su chico de ojos celestes. Al que nunca dejará de agradecerle y amarle por lo que ha hecho por él.
Porque Louis entregó todo por Harry, sin ningún interés en sí mismo; nunca dudó de su decisión, nunca se quejó de alguna artimaña de relaciones públicas después de viajar para ver a Harry, nunca dejó de amarlo, a pesar de cada día sentirse más lejos del joven que cruzó la puerta de un programa de talentos. Porque cuando estaba con Harry, era libre.
Juntos, donde sea, en el momento que sea, con la ropa que sea, grabando el disco que sea, son libres.
Si Harry tiene a Louis y Louis tiene a Harry, son libres para el resto de la eternidad. Porque si hay amor, no hay miedo.
Y ellos dejaron de tener miedo hace mucho tiempo.