Capítulo 31

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Desde que somos niños nos enseñan que mentir es malo; si se basan algunas religiones, mentir es un pecado y para expiarlo, se deben seguir unas pautas que borren la mala huella. Sin embargo, eso es desde un punto de vista del pensamiento mágico-religioso, si lo analizamos desde una perspectiva más realista, una mentira esconde un suceso, una palabra, una acción.

Algunas veces una mentira sirve para ahorrar dolor, a veces se usan con fines poco morales, pero lo importante es que, a partir de una mentira, puede surgir otra y otra y llega un punto en el que la mentira es tan grande que es difícil hilar las mentiras pequeñas que la conforman o lo que es peor, la mentira se convierte en verdad.

Y no en el sentido literal, pero a veces te lo repites tanto, que en tu mente lo crees real. "Báñate en mentiras si quieres, inventa una nueva historia, un nuevo nombre, empápate de tu invento si quieres, pero jamás olvides que debajo de todo, hay una verdad". Mi tía siempre me aconsejó, nunca fue amorosa, pero los consejos llovieron, muchos los he olvidado, pero el que siempre cargaré, será el de saber distinguir la verdad de la mentira...y que lo que se diga de mí no es lo que me define.

Hipócrita, pero los rumores de los Diener sí los definen, ¿no? Debí decirle a Ventura que sí quería estar con él antes de salir en auxilio de Dalia.

―No tengo nada que esconder, saben lo de Andrés.

Dalia se acomoda los lentes y se cruza de brazos, su mirada evita la de nosotros, solo se recarga en la pared.

―No evitas a la policía después de ver una carnicería solo porque tu profesor es tu novio.

De pronto, ya no quiero estar aquí. ¿Qué suceso tan malo debió ocurrir para que prefieras escapar de una escena en lugar de hablar a emergencias? La ignorancia es un regalo y si ellos confiesan crímenes, voy a tener información que, de no compartirla con las autoridades competentes, me podrían acusar de cómplice.

―El acosador lo sabe ―insiste Sebastián―. ¿Por qué no compartirlo entre nosotros?

―Me dejaron varada a la media noche sin dinero y sin teléfono ―siseo―. Me acusaste infinidad de veces y me dijiste perra, Dalia no pudo guardar el secreto de que estuve en casa de los Diener, creo que es comprensible que no confíe en ustedes.

―Cavé en la tierra con el dedo jodido y las manos desnudas para salvarte...

―¿Y cómo sé que no lo planeaste?

―Yo estuve con él cuando salimos del edificio y...

―¿Cómo sé que no están unidos contra mí?

La rabia que siento solo es comparable con la impotencia de no tener nada por seguro. Que si Juan Pablo es el asesino del hacker, que si uno de los tres compañeros que tengo enfrente es el acosador, que si los tres lo son, que si Sebastián con su inteligencia no nos está manipulando porque es el cómplice restante. Si tuviera algo que ver, no se habría entregado a la policía.

―¿Cuándo te hiciste esto?

Alzo su mano, la que tenía una herida la vez que lo encontré en la biblioteca. Siempre creí que el acosador sacó su sangre al hacerle esa herida, pero bien pudo hacérsela él. ¿Por qué tan desconfiada? Me parece que no quieres confesar.

―Les iba a explicar después, pero ya que sale el tema...

Con señas, nos pide nuestros teléfonos, al principio todos se muestran reacios, pero una vez que Dalia le ofrece el suyo, los demás seguimos su ejemplo. Sebastián los guarda dentro del cajón que está en el buró al lado de la cama de Pavel y los cubre con un cojín que está en el sillón del familiar.

Perversa obsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora