Capítulo 2: Una posible esperanza

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Me tumbé en la cama, no podía creer lo que estaba pasando no paré de llorar hasta que al fin, me dormí.

Al levantarme vi a mi madre y a Midi en el suelo, pensando en ellos, decidí enterrar sus cuerpos junto al de mi padre, cavé una tumba para los tres puesto que no era lo suficientemente fuerte como para cavar tres. Hice una cruz de madera con dos tablas y una cuerda que tenía en casa y, terminada la tumba, decidí inspeccionar el cuerpo del asesino. Todavía no entendía por que vestía de cartero hasta que vi su cartera, la abrí y había varias cartas, fui revisándolas una a una a ver si había alguna importante y, allí estaba, una escrita para mí, por mi padre.

''Hijo, el otro día dando un paseo vi a dos hombres hablando sobre atacar nuestro pueblo, no entendí el porqué, pero urge que hables con el capitán y que mande una tropa al pueblo para defenderlo del posible ataque, puesto que es cuestión de días que vengan y acaben con todo a su paso.

Saludos, Saul Storm''

Tras leer la carta, todo tenía sentido, aquel hombre disfrazado era uno de ellos y atacaron antes de lo previsto... Al principio, no entendía porque padre no escapó con madre del pueblo pero, lo pensé y era obvio que no llegarían muy lejos, ya que no encontrarían comida y probablemente no daría con ellos jamás ya que el bosque es grande y no es un lugar seguro con los lobos y los asalta caminos que rondan por ahí.

Me levanté y vi que aquel hombre llevaba un amuleto que representaba una especie de cabeza de león hecha de plata, se la arranqué del cuello para buscar respuestas sobre quienes hicieron esto. Salí de casa y fui camino a la capital, tarde días y llegué malherido por ataques de lobos en las noches, no me arrepentí de estos ya que me sirvieron para practicar con la espada y me proporcionaron algo que comer. Nada más llegar a la capital fui directo al cuartel donde me encontré con Waldo que, gustosamente curó mis heridas, después preguntó sobre lo sucedido y prometí contárselo más tarde, cansado por esta semana tan dura decidí alojarme en una posada con algunas monedas que Waldo me prestó.

Al día siguiente fui a ver al capitán que nada más verme dijo.

- Aran, no ha pasado ni un solo mes...

- Lo sé capitán pero, ¿sabe de dónde viene este amuleto?

Le entregué el amuleto en la mano, lo observó y preguntó.

- ¿Dónde has conseguido esto?

- Maté a un hombre que lo llevaba - contesté.

- Aran, este amuleto pertenece a la hermandad Krazas... No vuelvas a verte con nadie de este tipo.

-  ¿Hermandad Krazas?

- Ten, - me dio el amuleto de vuelta - no te cruces con más tipos como aquel que mataste, ¿por qué lo hiciste? - preguntó.

Decidí no contestar ya que, después de lo dicho, me tendría muy vigilado para que no me enfrentase a ellos pero, como ha de comprenderse, he perdido lo que más quería y no voy a quedarme de brazos cruzados esperando a olvidarlo, necesito saber el porqué y vengar la muerte de padre, madre y el que hubiera sido mi hermano.

- He de marchar - dije sin despedirme.

Volví al cuartel y le conté lo sucedido en el pueblo a Waldo esperando que me ayudase a saber más de los Krazas.

- Los Krazas, no pensarás enfrentarte a ellos, ¿verdad? - dijo Waldo.

- Sí, después de lo que hicieron es deber.

- ¡¿Pero estás loco o qué te pasa?! ¡Te matarán! - gritó Waldo.

- Adiós Waldo - contesté.

Salí corriendo al establo en busca de un caballo para buscar respuestas pero, por detrás me siguió Waldo.

- ¿Qué haces aquí? - dije.

- ¿Pretendes robar un caballo?

- Si vas a impedírmelo, me veré obligado a batirme contigo - contesté.

Hubo unos segundos de silencio.

- No vengo a pararte Aran, - dijo - vengo a ayudarte, admiro tu valentía y no dejaré que vayas solo, al fin y al cabo, si yo estuviera en tu caso haría lo mismo.

- Gracias Waldo, sabía que podía contar contigo.

Waldo y yo abrimos la puerta del establo y montamos en un solo caballo los dos ya que yo no sabía montar pero el sí, una vez subidos en aquel animal de color marrón, nos cubrimos la cara para que no nos reconociesen escapando de la capital tan rápido como pudiéramos, afortunadamente, nadie nos detuvo.

- ¿A dónde nos dirigimos Waldo? - pregunté.

- Pronto lo verás, solo te digo, que allí encontraremos las respuestas que buscas.

Nuevamente le di las gracias a Waldo, que como siempre está dispuesto a ayudarme ya que nos conocemos desde que éramos pequeños. Él también vivía en Myrael hasta que sus padres fallecieron por su avanzada edad y sus problemas de salud, fue entonces cuando decidió hacer algo que siempre le llamó la atención, defender a los más débiles y hacer justicia. Waldo tensó las cuerdas y las agitó haciendo galopar al caballo hacia nuestro nuevo destino.



The Final TravelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora