Capítulo 2

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Eran altas horas de la noche cuando me desperté por sentir ruidos extraños.

Llovía torrencialmente en las afueras y una tormenta azotaba con su furia la ciudad iluminando las calles con sus relámpagos, y haciendo que la luz se filtrara por la habitación como si fueran los flashes de las cámaras. Las gotas de agua golpeaban el techo y la ventana de la habitación dando una ambientación que se me hacía relajante.

Me senté en la cama mientras sentía cómo los latidos de mi corazón se iban confundiendo con el sonido de la tormenta.

De niña solía tenerle miedo a las tormentas que caían durante la noche. Despertaba en un salto a altas horas de la madrugada, y con los ojos llenos de lágrimas, cruzaba la casa hasta llegar a la habitación de mis padres en donde me metía entre medio del calor de ellos y los abrazaba hasta quedarme dormida nuevamente.

Siendo más grande, comencé a encontrarle el lado poético a las tormentas nocturnas y descubrí lo relajante que podía ser el sonido a la hora de dormir.

Aunque a veces no funcionara.

Después de haber intentado reconciliar el sueño, y fallar en todos los intentos, supe que ya estaba despierta y espabilada, y que intentar dormir otra vez sería una pérdida de tiempo. Por lo que decidí pegar un salto de la cama y bajar hasta la cocina por un vaso de agua.

La casa parecía estar en silencio total y en la calle nadie circulaba. Lo único que interrumpía el silencio, era la misma tormenta.

Hasta que escuché algo caer y romperse contra el suelo.

Me quedé helada en el lugar, con el corazón casi saltando de mi pecho.

—¿Qué rayos? —musité por lo bajo.

Estaba asustada como nunca. Vivía sola y mis padres estaban viviendo en otra ciudad, tampoco había nadie que tuviera la libertad de entrar a mi casa por la noche con tanta tranquilidad, a excepción de mis amigos, pero sabía bien que ninguno de ellos era.

Me acerqué con cuidado hasta el lugar de donde había provenido el ruido, encontrándome en la sala de estar. La luz que venía del comedor me ayudó a disipar un poco la penumbra de la habitación y todo hubiera parecido intacto a no ser por la silueta negra que se encontraba allí mismo.

Los latidos de mi corazón retumbaron en mis oídos y mis piernas comenzaron a flaquear del mismo susto que me traía encima.

Había alguien en la casa.

Haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad y luchando contra el terror que me estaba cargando, volví corriendo hasta la cocina, abrí de un tirón la puerta que daba hasta el jardín, e ignorando la fuerte tormenta y mis pies descalzos, rodeé la casa en pocos pasos y crucé la calle totalmente desesperada.

Fue lo primero que se me pasó por la mente. Era eso o tener que enfrentarme yo sola a aquel sujeto que se había metido dentro de la casa.

La intensidad de la lluvia era muy fuerte, y cuando estuve del otro lado de la calle, ya me encontraba mojada de pies a cabeza. Sin embargo, fue lo que menos me importó.

—¡Señora Petts! ¡Señora Petts, ayúdame!

Golpeé a su puerta incontables veces y continué llamándola hasta que noté que las luces dentro de la casa se encendían, seguido del ruido del cerrojo, y las puertas finalmente se abrieron.

De alguna manera había terminado en su puerta pidiendo, desesperada, su ayuda. Podría haber salido de casa y haber llamado a la policía ese mismo momento, pero mi celular había quedado en el piso de arriba y, además, por todo el terror que tenía, nada más se me había pasado por la cabeza.

Nilo ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora