Capítulo 11

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Todos estaban reunidos en El Claro. Los Guerreros montaban guardia a los alrededores por si se avistaban humanos por allí, listos para aprehender a cualquiera que osara acercarse a ese lugar mientras ellos estaban de luto.

Justo al centro de ese lugar, sin árboles o alguna vegetación, yacían los cuerpos de Sayuri y Haruki Kageyama, quienes habían perecido en el intento de escapar y salvar a su hijo de los humanos.

Ambos cuerpos descansaban sobre una armazón de leña y paja, eran cubiertos por una sábana de color blanco, en significado de pureza e inocencia.

Toda la aldea se encontraba ahí, rodeaban los cuerpos mientras se daban las manos; niños, adultos y ancianos elevaban oraciones hacia la diosa de la naturaleza, para que cuidara sus almas y las guiase por el buen camino, para que gozaran y descansaran en paz, la paz que no habían tenido cuando murieron y dejaron el mundo de los vivos atrás.

Los sollozos y lágrimas se alzaban dando un aire profundo de tristeza, el ambiente se sentía pesado y el miedo corría por el aire.

Kazuo, Chihiro y Shoyo Hinata se encontraban en primera fila, sus manos unidas temblaban al igual que sus cuerpos, las lágrimas caían por sus mejillas dando un aire de tristeza y dolor, sus ojos mirando al suelo sin tener el valor de mirar hacia el frente solo para toparse con los cuerpos de aquellas personas que habían considerado familia.

El jefe Sawamura se adelantó con una antorcha flameante entre sus manos, su mirada triste y perdida se dirigió hacia los cuerpos de sus amigos cubiertos por una sábana de color blanco, sabiendo que no volvería a verlos jamás.

Él habló en voz lo suficientemente alta como para que todos lo escuchasen. Cerró sus ojos y elevó sus manos al cielo que comenzaba a oscurecer.

─ Que sus almas descansen en paz, que corran libres por los campos de la eternidad junto con nuestra diosa... Miren desde las estrellas los resultados de sus acciones valientes, miren el cariño que han sembrado entre la aldea... ─ Cuando terminó de pronunciar esas palabras acercó la antorcha a los cuerpos que yacían frente a él. En cuanto lo hizo estos comenzaron a arder, elevando una columna de humo al cielo ─ Descansen en paz, amigos míos.

Esas últimas palabras habían sido un susurro apenas audible para él mismo. En cuanto esas palabras salieron de su boca las lágrimas se habían precipitado por sus mejillas de manera silenciosa.

El crepitar del fuego era todo lo que se podía escuchar en ese momento de tristeza. Siguiendo la tradición de su aldea todos cerraron sus ojos y elevaron su mirada al cielo para comenzar a entonar aquella hermosa melodía conocida por todos.

Aquella que Shoyo había entonado bajo las flores de aquel durazno bajo los últimos rayos de sol, siendo aún más melancólica aquella escena.

Las lágrimas brotaban de los ojos de todos los presentes, niños y adultos, quienes lloraban a aquellas personas que habían sido amables con cualquiera que se cruzara en su camino, sin importar la especie a la que pertenecieran, siempre habían extendido su mano para brindar ayuda.

Su canto llegaba hasta el cielo y a unos cuantos metros más allá de su posición, siendo audible para aquellos que estaban por el lugar. En cuanto sus oídos lograron captar aquella melodía elevaron sus cabezas al cielo para rezar por aquellas almas que habían dejado ese mundo.

Todos en el páramo sabían lo que significaba aquella canción que era entonada de manera dolorosa al cielo para que fuera escuchada por su diosa.

Además de los rumores que habían corrido como pólvora por todo el páramo. Todos sabían que los humanos habían invadido su hogar, por lo que las personas tenían miedo por lo que pasaría de ese momento en adelante.

Bajo el calor de tus alas [Kagehina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora