Capítulo 3

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Harry se sentía francamente ridículo vestido como si fuera a alguna cita, pero inesperadamente las ventas de su hijo habían subido exponencialmente. Harry no entendía exactamente como sucedió esto, pero ahora había más clientes en el puesto y compraban las cosas que había hecho Albus.

Mientras ya estaba acercándose la hora del almuerzo y Harry estaba viendo si había alguno de los maestros o uno de los otros padres que pudiera vigilar el puesto en lo que iba a comprar su almuerzo con su hijo, llegó Snape, de todas las personas.

—Señor Potter—Saludo Snape a Harry, mientras Albus salía de debajo de la mesa con una caja de otras cosas de punto y le sonreía a Snape—Joven Potter—.

—Me llamo Albus Severus, ¿Sabía que mi papá me nombro como dos de sus profesores en la escuela? —Le dijo Albus, sonriendo con orgullo.

—Si, parece que usted y yo compartimos nombre Joven Potter. Me llamó Severus Snape—Albus sonrió una vez más mientras Harry intentaba por todos los medios sonreír pero solo salía una especie de mueca nerviosa.

—Papá, ¿ya es hora de almorzar? —.

—Erhmm... no veo a ninguno de los profesores Al. Tendremos que esperar a que uno de los otros padres se desocupe y... —.

—Si no tiene inconveniente, Señor Potter, podría vigilar su puesto en lo que almuerzan—.

—Oh no, no. No se moleste profesor—Empezó a decir Harry pero Snape lo paró.

—Tranquilícese Potter, no me está quitando tiempo. Además es evidente que ya tiene hambre y mientras me digan el precio de los artículos no debería haber problema—.

Albus vio la oportunidad y empezó a jalar a su papá hacia el carrito de comida mientras le decía a Snape que los guantes y gorros valían dos libras y las galletas una libra la docena. Harry se sentía bastante compungido por la actitud de su hijo, pero cuando Albus pidió tres sándwiches de queso y jamón a la parrilla junto con tres chocolates calientes, no le quedo duda de que su hijo tenía la mente más tortuosa de sus tres hijos.

Cuando regresaron con la comida, Albus le acercó una silla a Snape para que comiera con ellos. Si toda esta escena no era ya lo suficientemente surrealista, quedaba el hecho de que Snape aceptó la silla y le agradeció a Albus el sándwich.

Fue el almuerzo más extraño e incómodo de la vida, pero de alguna extraña forma, Albus parecía ajeno a la incomodidad de los adultos y hablaba de todo y nada, con esa capacidad de los niños de tener pensamientos dispersos y aun así, seguir todos ellos sin perderse ni un solo detalle.

Albus estaba parloteándole a Snape sobre cómo había aprendido a tejer y cocinar con su abuela Molly. También le conto su teoría sobre el azúcar a Snape y de hecho, este le dio la razón al niño. Severus le contó como algunas recetas sabrían mejor sin tanta azúcar, pero que algunas recetas la necesitaban por lo amargo de sus ingredientes.

Al finalizar el sándwich, Albus notó que había un hombre viendo un gorro de los más "normales" que había tejido y dejó un poco a solas a los dos hombres.

—Este... ¿Cómo le ha ido profesor? —Harry quería darse de topes por lo idiota que estaba siendo.

—Normal—Snape no estaba siendo ni particularmente comunicativo, pero tampoco cortante. Esta situación desconcertaba a Harry—Tengo un pequeño negocio de pociones—Agregó en voz más baja—Aunque los vendo como medicinas homeopáticas—Harry abrió mucho los ojos, seguramente pensando en las leyes—Claro que las vendo diluidas, ya que los muggles no pueden beber pociones completamente funcionales. Dicho esto, nada en el estatuto de secreto marca que no se pueda, así como no hay ninguna legislación sobre el control de las pociones en el mundo muggle—.

Harry sonrió ante la laguna legal que solo un verdadero Slytherin vería y usaría a su favor—En realidad, tiene usted razón profesor. No hay nada ilegal en vender pociones diluidas a los muggles, sí y solo si, no producen efectos secundarios más allá de pequeñas molestias, ni efectos rastreables hacia nuestro mundo—.

Mientras los dos estaban comentando sobre aquellas pequeñas "lagunas legales" del Estatuto de Secreto, Albus acababa de vender el gorro, y el hombre fue bastante amable en poner dos monedas en la caja de donaciones.

El resto del día, por alguna extraña razón, Snape estuvo con ellos. Las ventas seguían lentas, pero Harry apenas notó el paso el día. Albus hablaba hasta por los codos mientras Harry apenas decía una palabra y Snape contestaba a ambos con tranquilidad de Santo. Eso debería haber encendido alarmas como fuegos artificiales en Harry, pero estaba tan relajado y feliz, que cualquier alarma hubiera sido sofocada de inmediato.

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Aunque Harry había disfrutado el "día con Snape", no se hacía ilusiones sobre que la situación se repitiera. En su corazón sabía que esta sería una ocasión única, como una estrella fugaz, un hecho sin precedentes que había iluminado su vida durante un breve momento. Pero estaba equivocado.

Al día siguiente Snape regresó.

Esta vez no dijo nada, sino que traía un termo enorme y tres tazas de plástico. Saludo con un seco cabeceo a ambos Potter mientras se colocaba detrás del stand junto a ellos y empezó a servirles del termo en las tazas. El líquido misterioso era chocolate caliente a los cuales agrego unos malvaviscos pequeños en forma de copos de nieve.

Albus ni siquiera se cuestionó los motivos o la razón por la cual Snape se había presentado ahí, solo aceptó el chocolate con un gritito de alegría y Harry, quién jamás tuvo la exuberancia infantil que poseía su hijo, si se preguntaba las motivaciones de Snape. Sin embargo, disfrutaba demasiado de la presencia del hombre que, de alguna forma, se había suavizado a un punto aceptable de interacción.

El día trascurrió tranquilo y sereno, sin grandes ventas o sobresaltos. En general, era un día como cualquier otro en el pequeño bazar, y sin embargo, todo se sentía demasiado diferente para ser verdad. Al menos así lo sentía Harry.

¿Qué en el nombre de Merlín sucedía con Snape? ¿Por qué estaba siendo amable? ¿Y por qué el hombre había traído chocolate? Y hablando del chocolate, este era el mejor chocolate que Harry había probado. Ahora entendía el punto de Snape sobre el azúcar. Amaba a Molly y Ginny, pero el chocolate de la Madriguera siempre era excesivamente dulce. El chocolate que trajo Snape apenas tenía azúcar, pero compensaba eso con los malvaviscos.

Si hubiera sido dulce desde el principio, los malvaviscos habrían sumado demasiada dulzura al chocolate. Dado que este tenía poca azúcar, los malvaviscos al derretirse, sumaron su dulzor con el amargor del cacao y sabia delicioso, en su punto perfecto de balance.

Quizás debería darle otra oportunidad a las galletas de su hijo.

Harry pensaba esto mientras los pensamientos de Severus eran por mucho, muchísimo más salvajes que los de Harry, pero Snape sabía que estos dos días eran apenas un pequeño intento de establecer alguna conexión con su exalumno, no es que él fuera a decirle la verdad de porque estaba ahí, soportando el frío y las caras idiotas de los compradores.

No al menos ese día. No todavía.

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