Capítulo 3

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Esa mañana, cuando Mateo llegó a clase con veinte minutos de retraso y se dirijo a hablar con la profesora para contarle el motivo, no se sorprendió cuando su reacción fue ponerle la mano en el hombro y decirle "no pasa nada, siéntate, lo siento muchísimo".
Tampoco le sorprendió cuando, a pesar de que Ollie sabía el motivo de su tardanza, le dio un folleto sobre una fiesta que iban a celebrar unos del instituto el sábado de la próxima semana. Se sorprendió mucho menos cuando de su boca salió un "si", seguido de una sonrisa tímida.
Lo que sí le sorprendió, fue lo que le pasó al llegar a casa.

Comiendo con sus padres, levantó la mirada del plato — no estaba comiendo, la falta de apetito es algo común en la vida de alguien como el, como también era común las quejas de su madre sobre el tema, y el estrés que viene después por querer comer aún sin apetito —, dejo el tenedor en la mesa, y por primera vez en su vida, lo soltó:
— Creo que podríamos hablar con el médico.
— ¿Por qué, hijo?
— Si, te encuentras bien.
— No es nada serio —. Mentira —, me gustaría que me recetara un psicólogo, por lo de la ansiedad, ya sabesis.
Se esperó todas las reacciones posibles, pero nunca esa.
Bajando de nuevo la vista al plato, su padre soltó un bufido, y su madre replicó:
— ¿Tan mal estás que necesitas un psicólogo?— no era un tono de preocupación, sino uno que pretendía dejar claro que el tema estaba zanjado y no hacía falta algo así.

Así que Mat bajo la cabeza, no podía replicar, eso les molestaría, se esforzó lo máximo que pudo para no llorar, eso les preocuparía, y comió lo mucho que le permitió la sensación de aprision en el estómago.

Cuando terminó de comer, se dirijio a hacer deberes.
Cuando llegó a los se lengua, se sorprendió al recordar que tenía que hablar sobre alguna enfermedad. Parecía el momento perfecto para desahogarse; el trabajo pedía síntomas y eso es lo que el pensaba poner:

Tener ansiedad, es una preocupación constante, te preocupa todo, te preocupa no estudiar, pero no puedes hacerlo, porque cuando empiezas, tu cerebro te dice que no serás capaz y te pones a llorar, no puedes llorar, porque tus padres se preocuparían, y su preocupación es la tuya. Tienes algo en el pecho que lo aplasta, y algo en el estómago que lo llena.
Cuando tienes un ataque de ansiedad, ya sea porque estás en un sitio muy concurrido— ansiedad social —, o porque estás en clase y no entiendes nada o tienes muchos deberes, es un constante mareo, es una irritación, lo cual también se traduce en poder hablar mal a la primera persona que nos dirija la palabra.
Disimular todo eso, es como llevar una corona, te la pones por la mañana, seguro de que será un buen día, luego te empieza a agobiar irónico, ¿eh? y te la quitas, entonces te agobia todo a tu alrededor (las personas, los deberes, el tic tac del reloj), alguien a quien quieres te habla y le contestas de manera cortante, así que te pones la corona de nuevo, y sonríes.
Llevar la corona es soportar un peso para que los demás no lo sufran contigo. Y, lo peor de todo, en las noches en vela nos enfadamos porque las personas no se percatan del peso que soportamos por ellos, aún cuando no pueden ver la ya mencionada corona.
Lo que pretendo decir es que quiero mucho a mi círculo, pero que cuando me descuido todo sale de control.
Nuestra responsabilidad es ponernos la corona y pedir ayuda, y la vuestra tener paciencia cuando se nos cae.

Al día siguiente le pregunta a Ollie la hora a la que le va a recoger. Al notar la mirada de horgullo, pena y admiración — Oliver sabe todo por lo que está pasando y le encanta ver como intenta salir del caparazón — Mateo aparta la mirada, y le dirije una sonrisa de gratitud sincera.

La profesora de lengua le dijo que el trabajo no le servía, que quería algo más técnico.
Su cabeza empezó a dar vueltas, absorta al añadir una preocupación más en ella.
Pero al salir del aula, sonrió, y se puso la corona.

La Desconocida De Los Calcetines De Colores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora