1
Si bien Mateo Hummel se había propuesto decirles a sus padres por fin que tenía que ir al psicólogo, no logró pedirlo hasta una semana después, para entonces, el instituto había vuelto a empezar y él no paraba de reprocharse lo cobarde que era. Sin embargo, cuando empezó el instituto también empezaron los exámenes, los deberes, y los ataques de ansiedad más severos, por lo que una tarde al salir, le pidió a Ollie que le acompañara a casa para contarles a sus padres todo lo que le había sucedido en su presencia, para así Mateo poder proceder y contar todo lo que no había visto.
Cuando llegaron a la esquina de la calle, a Mat le recorrió la sensación de no poder hacerlo, y se detuvo. Oliver, quien iba a su lado hablando sin parar, no se percató de ello hasta que recorrió la mitad de la calle, y, cuando se giró en busca de Mateo, lo vio de espaldas y con la cabeza gacha. Solo una persona que conociera a Mateo de verdad podría saber que estaba llorando, y por esa misma razón, Oliver fue corriendo hacia donde él estaba para abrazarle.
— No quiero hacerlo.
— Pero tienes que hacerlo.
A Mat esto le sorprendió, Oliver solía andar con pies de plomo cuando se encontraba mal, algo que no le gustaba porque le hacía sentir como un niño. Pero como todo lo que no nos gusta, lo echamos en falta cuando desaparece.
— ¿Qué?
— Mateo mírate. No puedes más. Tienes que pedir ayuda.
— Pero les haré daño. escuchar todo eso les hará daño. Ver a su hijo en una consulta les hará daño.
— Pero si no lo haces te harás daño a ti. Ellos se tendrán el uno al otro para superarlo, y conforme vayan pasando las semanas, también tendrán la certeza de que te están ayudando para consolarse. Tú, bueno — rodó los ojos y soltó una risa apagada —. Tú no tienes a nadie, Mat, porque cada vez que te pasa algo y tienes la oportunidad de esconderlo lo haces. Es muy peligroso vivir y confiar en uno mismo, porque esa la persona que peor nos trata.
Oliver comenzó a andar de nuevo, y Mateo le siguió, en silencio, con la cabeza gacha, como si temiera levantarla. Hasta que llegaron a su puerta.
Mateo corrió unos pasos para adelantar a Ollie, y se interpuso entre él y la puerta.
— Imagina cómo se pondrán cundo les contemos todo eso de golpe. Se sentirán fatal por no haberse dado cuenta antes.
— Mat, lo se. Ya lo he pensado todo. Tú sólo tienes que entrar ahí, ir a tu habitación quedarte sentado un buen rato, y cuando te mande un mensaje venir a la cocina con el primer juego de mesa que encuentres.
Mateo se disponía a replicar cuando Oliver tocó el timbre. Su madre abrió la puerta, y le dirigió una sonrisa amable y unas palabras de bienvenida a cada uno.
— Voy a buscar un juego de mesa —, dijo Mateo, echando a correr en dirección a su dormitorio.
— Cariño, ¿estás bien? — gritó su madre, pero al ver que ya se había ido se volvió hacia Oliver —. ¿Está bien? Lo he notado muy pálido.
— ¿Quiere la verdad señora H? — la madre de Mateo asintió- ¿está el señor H en casa? — volvió a asentir.
2
A Oliver le impresionó lo rápido que había transcurrido todo. Hace un momento estaba en la puerta y ahora se encontraba en un sillón, enfrente del sofá donde se encontraban los padres de Mateo, preguntándose cómo y por qué empezar.
Se sacó el móvil del bolsillo, para tenerlo apunto cuando todo eso acabara, y se dijo que eso era lo mejor para Mat.
— Bien hijo, ¿qué pasa? — fue el padre de Mateo quien tomó la iniciativa.
— Bueno — comenzó —, no se si os habréis percatado, pero Mat suele tener ataques de ansiedad.
— Claro que lo sabemos — respondió la señora Hummel, reprimiendo su ira, sintiendo que ponían en duda sus dotes de madre —. Ya le llevamos a su médica, y le diagnosticó ansiedad social. le recomendó una serie de cosas, él las ha ido haciendo, y ahora está mucho mejor —. Terminó, dejando escapar un deje de orgullo en la voz. Oliver empezaba a sentir lástima al saber que ese orgullo no era obra de Mateo, sino de la imagen que tenían de él.
— Ese es el problema — explicó, con algo de timidez en la voz. A estas alturas no recordaba lo que esperaba pero sí sabía que se lo esperaba todo más fácil —, que no ha mejorado — el señor Hummel se arrimó más a él con gesto curioso y algo enfadado —. ¡Déjeme acabar, hombre! Perdón. El caso es que ha tenido bastantes ataques de ansiedad, y no solo cuando hay una gran multitud. Y señores, lo siento, pero — se acercó a ellos, susurrando, olvidando por un momento que Mateo era consciente de esa conversación —, esto no lo sabe Mat — eso era cierto —, pero el otro día, cuando lo dejé en casa después de la fiesta, estaba tan preocupado que busqué algunos síntomas en internet. Síntomas de ansiedad. Mateo cumple la gran mayoría. Y quién sabe si cumple los otros cuando está solo, creo que es mejor que vaya a un psicólogo. Y también creo que es mejor que Mateo no sepa de esta conversación, y vosotros no tenéis que cambiar vuestra forma de comportaros con él, porque notaría algo extraño y se preocuparía.
3
Si Oliver o los señores Hummel hubiesen ido a la habitación de Mateo, seguramente hubieran comprendido la gravedad de la situación.
El chico se encontraba en el suelo, a lágrima viva, mientras daba pequeños golpes en el suelo. Tenía los ojos cerrados, y si nos metemos en su cabeza, podremos comprobar el motivo, y es que todo da vueltas. Si sus padres o su amigo hubieran ido a verlo en aquel momento, Mateo no se habría dado cuenta, no solo porque tenía los ojos cerrados, sino también por el pitido incesante que tenían sus oídos.
Le sonó el móvil, un mensaje. El sonido le desconcertó y le asustó, por un momento no logró relacionar el sonido con nada, pero luego recordó que Oliver le iba a escribir cuando terminasen de hablar y comenzó a llorar mas fuerte, aunque seguían sin poder oírle, porque si algo enseñan las noches en vela es a llorar en silencio.
Decidió que si todo estaba hablado, ya podía ser libre, y que podría terminar de llorar en el comedor, por lo que confirmó que el mensaje era de Ollie, cogió el juego que había preparado en la cama nada más entrar en su habitación, y salió.
Si no hubiera sabido de qué estaban hablando, la escena no hubiera causado sospecha alguna en Mateo. No era la primera ni sería la última vez que encontraba a Ollie enfrente de sus padres. Lo único que le podría haber dado alguna pista de que algo no iba bien — o en todo caso, de que iba mejor que nunca —, fue el abrazo de su madre, que duró más de lo normal, y el tierno e inexperto abrazo de oso que le dio su padre.
— Cariño, tenemos que ir a hacer unos recados — se despidió su madre.
— ¿Cuánto te quedarás tú?— contribuyó su padre, dirigiéndose a Oliver.
— Supongo que lo que quiera, señor, mis padres están más tranquilos cuando estoy aquí que en casa.
Los señores Hummel se rieron, pero Mateo distinguió algo nuevo que no le gustó en la risa de su madre, aunque era demasiado joven como para ponerle nombre.
— Bueno — concluyó el padre de Mat —, os traeremos unas pizzas.
Y cerró la puerta.
Mateo ya notaba como las lágrimas contenidas empezaban a salir, y Oliver le dijo:
— Tranquilo, Mat, no comentarán nada contigo — a Mateo se le pasó por la cabeza que eso daba lugar a la imaginación, lo que era peor, pero Mateo concluyó, con una sonrisa radiante: —. en realidad han ido a ver a tu médica de cabecera.
Mateo ya empezaba a sentirse mejor. Y un imagen le rondó la cabeza. Catrina, quería compartir aquello con Catrina, pero no tenía su número y no prestó atención a cómo llegar a su casa. Así que abrió el juego de mesa, sonrió a Ollie, y comenzó a sacar la piezas, al tiempo que su amigo, pensativo, decía para si:
— Ojalá sea verdad que traen pizzas.
ESTÁS LEYENDO
La Desconocida De Los Calcetines De Colores.
Ficção AdolescenteCuando Mateo Hummel, un chico con ansiedad social, conoce a Catrina, parece que ha descubierto todos los secretos que el universo le escondía. Sin embargo, un secreto que Catrina no compartió con Mateo la noche en la que se conocieron, estaba a punt...