Mateo estaba en el coche de Oliver, con su traje puesto, sin quitar la vista de lo que había en el asiento de atrás.
Ollie se percató.
— Venga, Mat, no es un cadáver.
— Si tu lo dices — replicó.
— Ahí detrás — prosiguió Ollie — está lo que nos va a salvar la noche. Mi hermano fue ayer a la tienda donde estuvimos y nos compró algo mas informal. Por lo que me complace y me alegra decir que compramos estos trajes para nada — terminó, removiéndose en el asiento.
— Para nada no — terció mateo, recordando la mirada de su madre al verlo — ¿tu madre no se estaba aguantando las lágrimas al verte?
— ¡Uy sí! — replicó Oliver soltando una risa sarcástica — y mi padre la risa.
Mat giró la cabeza para que Oliver no se diera cuenta de sus penosos intentos por no reírse.
Cuando llegaron a la casa de Liam — el anfitrión de la fiesta —, este les estaba esperando en la puerta y cuando los vio, abrió los ojos de forma exagerada.
— Madre mía — dijo — si son ni más ni menos que los consejeros de la reina — hizo una exagerada reverencia — lamento decirles, mis queridos señores, que el palacio está por ahí — terminó al tiempo que se levantaba y señalaba hacia un punto cualquiera.
— Deberíamos habernos cambiado en el coche — susurró Mateo.
— Deberíamos, pero le prometí a tus padres que todo sería muy romántico — bromeó Ollie.
Una vez dentro de la casa, en un jardín digno de las fiestas universitarias que salen en las películas, Mateo se alegró al comprobar que no había tanta gente.
— ¿Dónde está Liam?
— Fuera, esperando al resto de los invitados — contestó Oliver.
Mierda, pensó Mat.
Pasados unos quince minutos un montón de gente salió al jardín, seguidos por Liam.
Cuando todos hubieron entrado, este cogió un micrófono con lucecitas y gritó:
— ¡Bienvenidos a los años 80!
Todos empezaron a gritar, y Mateo confirmó lo que ya sabía: que no pintaba nada ahí.
La música empezó a sonar, y Mateo se fue moviendo hacia un rincón donde no había gente, Oliver se dio cuenta, pero prefirió no impedírselo, al ver la cara de su amigo se estaba empezando a sentir culpable.
Mateo estaba comenzando a sentir los gritos de la gente en su cabeza, y notó el escozor que le subía por la garganta: estaba intentando no llorar.
En ese momento, vino Oliver, que le miraba con la cara de preocupación y culpa más sincera que había visto nunca.
— Eh, tío, esto ha sido un error, lo siento muchísimo. Por favor, perdóname, venga, vámonos.
Los gritos de la multitud no salían de la cabeza de Mateo, y le impedían concentrarse en algo mas que en llorar. Todo empezaba a girar. Abrió los ojos para mirar a Ollie, pero lo veía borroso, todavía no sabía si era por las lágrimas que intentaba no soltar o por el mareo. Tal vez fuera por ambas.
— No —. Murmuró.
— ¿Qué? Mat por favor, lo siento muchísimo, no tienes que hacerlo. Venga, te llevaré a casa.
— Pero quiero quedarme.
— Mat, venga, estás...
— ¡Vete si quieres! — estalló Mateo, él tampoco entendía por qué, pero ahora solo necesitaba que Ollie se callase, que toda esa maldita fiesta se callase.
— Lo siento, Mat.
— No, perdóname, solo... déjame estar aquí, haber si consigo calmarme, e iré a buscarte, ¿vale? quiero intentarlo Ollie. Mi médico me dijo que a menos que quisiera ver a un psicólogo debía empezar a hacer esto, para acostumbrarme.
Pero Mat, tu quieres ir a un psicólogo, pensó Oliver. Sin embargo, prefirió no replicar y dejarle tranquilo.
— Tengo que ir al servicio, si me necesitas ve a buscarme y en cuanto salga nos vamos.
Mateo vio alejarse a Ollie y se alegró profundamente de ello. Cuando vio que entraba dentro de la casa, se sentó en el césped artificial, y cerró los ojos.
Venga, no es la primera vez que tienes uno, puedes dominarte —. Pensó, pero no sirvió de nada, ya que sintió lágrimas en sus mejillas, el escozor de la garganta se había pronunciado de nuevo y ahora era más fuerte, mucho más fuerte que Mateo, y si este no hubiera estado concentrado en los gritos de la gente, la música, y el ruido de los coches que pasaban por la carreteras de detrás del jardín, puede que hubiera tenido la sensación de que se iba a desmayar de dolor.
Consultó el reloj, limpiándose las lágrimas para poder verlo, tres minutos. Habían pasado unos tres minutos y a él le parecían tres años.
Decidió buscar a Oliver para que lo llevara a casa. Y exigirles a sus padres que lo llevasen a un psicólogo, tal vez si Ollie les contara todo lo que le había sucedido a Mateo en la fiesta, tal vez, esta vez cederían. La mayoría de veces cedían si él estaba delante.
Se puso en pie y buscó el baño, vio a Ollie, pero también vio a toda la gente que estaba en la fila antes que él.
Se acercó, y no necesitó decir nada, porque Oliver le entregó las llaves de su coche y le dijo:
— Espérame ahí — soltó una risa nerviosa — no me aguanto.
Mateo sonrió, agradecido. Cogió las llaves y se encaminó a la salida.
Una vez fuera, pulsó el botón del mando, y al escuchar el ruido del coche, se metió en el.
El problema es que ya había alguien dentro.
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La Desconocida De Los Calcetines De Colores.
Teen FictionCuando Mateo Hummel, un chico con ansiedad social, conoce a Catrina, parece que ha descubierto todos los secretos que el universo le escondía. Sin embargo, un secreto que Catrina no compartió con Mateo la noche en la que se conocieron, estaba a punt...