Capítulo 3

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Capítulo3

Por el rabillo del ojo, María vio que varias cabezas se volvían para mirarla en el aeropuerto. Estaba rezando mentalmente para no atraer más atención que esa, cuando un hombre con una cámara se interpuso en su camino.

–¡Párate ahí mismo, Saffy!

Con la cabeza alta y el rostro inexpresivo, María lo esquivó, sin molestarse siquiera en parar para contradecir su suposición de que era su hermana. La experiencia le había demostrado que la gente, y los paparazzi en concreto, se negaba a aceptar que no era quien creían que era. Al fin y al cabo, una foto de Sapphire valía mucho dinero y ningún paparazzi estaba dispuesto a admitir que se había equivocado. María sabía que vestida con ropa de diseño, como en ese momento, había aún menos posibilidades de que creyeran que no era su gemela. El mini vestuario de ropa nueva que llevaba en la elegante maleta con ruedas no era en absoluto de oferta. De hecho, María nunca había llevado ropa tan cara en su vida; irónicamente, saber que tenía un aspecto fantástico había potenciado su seguridad en sí misma.

Aun así, la perspectiva de pasar un fin de semana en la casa familiar de los Esteban seguía teniéndola hecha un manojo de nervios. También sentía un nudo de ansiedad en el estómago, porque nada de lo que había descubierto del millonario griego había servido para paliar sus recelos.

Antes de comprometerse, Esteban había sido un notorio mujeriego .

María había realizado búsquedas en Internet y había obtenido mucha información sobre sus gustos y preferencias, porque, al igual que muchos otros hombres ricos y prominentes, de vez en cuando había sido víctima de amantes que vendían la historia de su relación con él a la prensa amarilla.

Había leído una sórdida historia de una caótica aventura con dos hermanas, más de una referencia a cuánto le gustaba practicar el sexo a primera hora de la mañana, además de los habituales datos de relleno sobre los caros regalos que hacía y lo rápida y fríamente que ponía fin a las relaciones cuando perdía el interés.

En la oficina era un maniático del orden, con todo en su sitio, y emocionalmente distante y poco sociable. María no había descubierto nada más digno de interés y muy poco sobre su verdadera naturaleza. Era muy inteligente, pero conociendo su carrera, eso ya lo había sabido a ciencia cierta. Había creado su empresa de la nada para llevarla a alturas meteóricas.

Esteban vio a María caminar hacia él y experimentó un instante de shock poco habitual en él.

Vestida con pantalones de diseño, zapatos de tacón y una suave blusa que se ajustaba a sus formas, era una deliciosa visión dorada de sofisticada elegancia.

Se tensó. Se dijo que era perfecta para el papel; nadie dudaría de la veracidad de su relación con una mujer que parecía una diosa de la pantalla, con su bellísimo rostro, pasos largos y bien formadas piernas.

Libre de disfraz y bien vestida, María era absolutamente despampanante; se aseguró que eso a él no podía afectarlo, porque siempre había preferido a las morenas pequeñas y con muchas curvas. Sin embargo, al notar que la tela de su pantalón empezaba a tensarse demasiado, apretó la mandíbula. Se dijo que la reacción era normal; tendría que estar muerto del cuello para abajo si no reaccionara ante María y no se preguntara si esa carnosa boca rosada sabría tan bien como sugería su apariencia.

De repente, se dio cuenta de que la seguían un par de hombres agitando sus cámaras, y no entendió cómo no se había fijado antes. Hizo una seña a sus guardaespaldas para que la protegieran de la intrusión.

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