Capítulo 4

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Capítulo 4

Dos horas después, María se despertó de una agradable siesta.

Ya no le dolía la cabeza y se sentía más fuerte y tranquila.

Mientras dormía había llegado su maleta, así que la abrió y sacó ropa para la velada.

Por lo visto, iba a haber una especie de fiesta a la que estaban invitados los lugareños.

Se duchó y se lavó el cabello, se lo secó con cuidado y volvió a maquillarse. El vestido de fiesta era de color rosa fucsia, con el escote bordado y falda corta y con vuelo, que se movía a su alrededor con cada paso que daba. Mientras descendía por la elegante escalera, se dijo con firmeza que estaba lista para todo y dispuesta a ser una compañía agradable.

En el vestíbulo, Esteban estaba ocupado dando la bienvenida a los invitados, junto con su abuelo, Nessa y el novio, Leonides. Frunció el ceño con sorpresa al ver a María fuera de la cama y en pie.

Unos diez segundos después, desbordado por una de las curiosas contradicciones que lo afligían siempre que estaba cerca de ella, deseó llevarla de vuelta a la cama, con él como compañía.

En todos sus años de libertad, no había conocido a ninguna mujer que pudiera hacerle sombra a María, con su airoso cabello negro sobre los hombros, los ojos azules brillantes como estrellas y una sonrisa natural que destelló como el sol en su apetecible boca rosada cuando Nessa la vio y le hizo un gesto de bienvenida.

Era obvio que a su hermana le gustaba; de hecho, Nessa se estaba comportando como si él hubiera vuelto a comprometerse.

No haría ningún mal poner coto a las expectativas de su hermana cuando volviera de su luna de miel, y decirle con cierto pesar que había pasado página.

Molesto consigo mismo, se dijo que tendría que pasarla; no podía seguir fantaseando con cabalgar el perfecto cuerpo de María y sentir sus piernas alrededor de la cintura mientras su bello rostro se iluminaba de deseo.

Esteban, de nuevo en tensión, se removió inquieto por la lujuria que encendía sus hormonas. Nunca había deseado a ninguna mujer tanto como deseaba a María en ese momento.

–Así que tú eres María –un anciano alto de pelo blanco le sonrió y estrechó su mano–. Me alegra que Esteban no consiguiera ahogarte en su piscina en tu primera visita –bromeó–. Soy su abuelo, Theron.

Durante la cena que siguió, María se esforzó por comer. Nessa había insistido en que se sentara junto a ella y Leonides, mientras que Esteban estaba en la cabecera de la mesa, con su abuelo.

Aunque estaba hambrienta, los nervios la llevaban a aferrar la copa de vino para apoyarse en algo sólido; cada vez que alzaba la mirada se encontraba con esos ojos dorados enmarcados por pestañas negras que hacían que sus pensamientos y su capacidad de hablar se dispersaran, el corazón le golpeteara en el pecho y se le secara la boca, dándole una sed que no conseguía calmar.

No podía controlar el ardor que invadía el centro de su femineidad cada vez que se encontraba con los ojos de Esteban y, peor aún, no podía desprenderse de la intensa sensación de anhelo que la atenazaba.

Se decía, airada, que ella no era así, no era esa mujer.

Nunca había sido del tipo que se excitaba por un hombre o cuyo cuerpo anhelara sus caricias. De hecho, a menudo había pensado que esas tendencias eran más fantasía que realidad; pero estaba empezando a descubrir lo ingenua que había sido.

Después de cenar, los invitados se trasladaron a un gran salón que contaba con buffet, bar y los servicios de un pinchadiscos.

Muchos isleños estaban llegando con regalos y buenos deseos para la pareja de novios. Esteban rodeó su cintura con un brazo y le presentó a lo que a ella le parecieron docenas de personas.

Bajo el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora