Capítulo 6

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Capítulo 6

María mordisqueaba sin apetito un trozo de tostada, y no porque tuviera críticas respecto al suculento desayuno que le habían servido en la cama; sencillamente no tenía hambre. Cuando oyó un golpe en la puerta que daba al pasillo, palideció y se puso rígida.

–¡Adelante! –dijo, tensa como un muelle.

La hermana de Esteban , cubierta con una bata y con el pelo ya recogido y sujeto con alfileres con cabeza de perla, entró en la habitación y la miró con ansiedad.

–¡No me puedo creer que aún estés en la cama, María! –exclamó.

–Lo siento, me he dormido. ¿Necesitas ayuda con algo? –preguntó María con culpabilidad, preguntándose qué era lo que había provocado la expresión preocupada del rostro de la joven.

–¡Ana Rosa ha llegado a primera hora de la mañana y no deja en paz a Esteban! –explicó Nessa con obvio resentimiento–. Tendrías que estar abajo protegiéndolo.

–Creo que Esteban es muy capaz de protegerse solo –contestó María con gentileza. No pudo evitar que sus músculos faciales se tensaran ante la idea de conocer a la ex de Esteban, el día después de haberse acostado con él.

–¿De verdad no te importa? –Nessa frunció el ceño y la miró fijamente.

María recordó, algo tarde, el papel que se suponía que tenía que cumplir. Comprendió que su reacción no era la de una novia preocupada. O al menos del tipo de novia que expresaba sus sentimientos en una conversación con la hermana del novio.

–Bajaré en cuanto me vista –prometió–. Pero deja de preocuparte. Estoy segura de que no quiere volver con
Ana Rosa.

–He conocido a hombres tan inteligentes como mi hermano que se han dejado atrapar por caza fortunas, mi padre el primero –replicó Nessa con sorprendente cinismo–. Ana Rosa hará y dirá cualquier cosa para recuperar a Esteban. Es una tigresa airada: ¡no esperaba que la dejara marchar sin más cuando ella rompió el compromiso.

María miró a Nessa con los ojos abiertos de par en par.

–¿Te parecería mal si admito que me parece un hueso demasiado duro de roer para mí?

–No dejes que Ana Rosa te intimide –Nessa suspiró y luego soltó una risita–. Tú eres la mujer que ha traído a mi boda.


El móvil de la novia vibró. Ella lo sacó del bolsillo, farfulló algo sobre la maquilladora y se marchó corriendo. María apartó la bandeja del desayuno y salió de la cama. Era hora de hacer aquello por lo que la habían pagado... más bien por lo que habían pagado a su madre, se corrigió, recordando la actitud de Esteban respecto a lo que había hecho Odette.

Tal vez ella debería haberse mantenido firme e ignorado los esfuerzos de Odette para culpabilizarla hasta el punto de hacer algo que iba en contra de sus principios.


Lo cierto era que su debilidad la había llevado a la situación en la que estaba, e iba a tener que pagar un precio muy alto por ello. La perspectiva de actuar como si fuera la novia de Esteban, en presencia de la tigresa, no la seducía lo más mínimo. María habría sido mucho más feliz si no tuviera que volver a ver a Esteban en toda su vida; por desgracia, no tenía abierta esa vía de escape. Si se sentía incómoda, era culpa suya por haber permitido que la relación adquiriera un vergonzoso nivel de intimidad.


Esteban contempló a María bajar la escalera luciendo un vestido largo y suelto que hacía juego con el precioso azul de sus ojos.


Cinco segundos después, se imaginaba un collar de zafiros rodeando su cuello desnudo; pero al encontrarse con sus ojos reflexionó que, si bien tenía la apariencia de una diosa, era una diosa de hielo, no una cálida y parlanchina. Esteban, que estaba de muy mal humor, sintió un pinchazo de frustración.

Admitía que se había equivocado y herido sus sentimientos, demostrando una gran carencia de tacto, pero no entendía por qué tenía que seguir resentida con él. Al fin y al cabo, le había pedido disculpas. Era un hombre que rara vez se disculpaba y por ello otorgaba un gran valor a ese acto.


Contempló el rostro de María iluminarse con una sonrisa cálida cuando los padres del adolescente que la había tirado a la piscina el día anterior se acercaron a saludarla. Resultaba obvio que estaba esforzándose por tranquilizar a su tío y a su tía. Ana Rosa aún estaría quejándose de sus cardenales y haciendo que todo el mundo se sintiera mal respecto al accidente.

Sin embargo, María, fuera lo que fuera, no disfrutaba convirtiéndose en el centro de atención. Cuando Esteban se puso en pie para ir a recibir a su supuesta pareja, vio de reojo cómo se tensaba el rostro de Ana Rosa.

Lo divirtió comprender que no, Ana no había contado con que una belleza del calibre de María lo acompañaría para distraerlo. Se dijo que tenía que centrarse en eso y olvidar las ideas irracionales y las reflexiones sobre los errores cometidos, tan ajenas a su personalidad habitual. María no era más que una distracción, una distracción agradable y muy sexy tras las semanas de drama mediático que Ana Rosa había disfrutado provocando.

María vio a Esteban antes que a nadie, guapísimo con un traje gris perla.

Su corazón se saltó un latido y se le secó la boca. No quería encontrarse con sus ojos, y agradeció que sus tíos se acercaran a hablar con ella. Por encima de ellos vio a la ex de Esteban, Ana Rosa, mirándola con fijeza.

Ana Rosa llevaba un airoso vestido de dama de honor, blanco y negro, que hacía que su diminuta figura pareciera la de una delicada hada.

Su rostro con forma de corazón y sus ojos castaños resplandecían, enmarcados por una cascada de dorado pelo liso. Era exquisita como una muñeca y, de repente, María se sintió como una giganta carente de gracia, porque con los altos tacones pasaba del metro ochenta de estatura.

–María... –murmuró Esteban, inclinándose hacia ella y acariciándole la mejilla con su aliento. El aroma de su colonia hizo que ella recordara cómo se había sentido entre sus brazos la noche anterior, justo cuando menos convenía hacerlo. Él posó la mano en su espalda y el contacto hizo que ella se erizara como un rottweiler a punto de atacar–. Es un alivio que estés aquí. Estoy teniendo una mañana difícil.

–Las desgracias nunca vienen solas –comentó María, consciente de la expresión petulante que desfiguraba el rostro de Ana Rosa en ese momento. Nessa pensaba que la ex de su hermano era una caza fortunas, pero con el ego dolido por la brusquedad con la que Esteban la había tratado, María pensaba que caer en las redes de una caza fortunas sería un justo castigo para él.

–No hay rosa sin espinas –le devolvió Esteban con el mismo tono burlón, desconcertándola.

–Vaya, parece que tienes sentido del humor –replicó María, complacida al oír su tono de indiferencia. Iba a tener que torturarla para obtener una reacción más cálida que esa.

–No, Ana Rosa acabó con él. Llegó hace una hora y tardó menos de cinco minutos en disgustar a Nessa –comentó Esteban con aspereza.

–Nessa estará bien. Tu hermana está preocupada por ti –afirmó María, aunque su tono de voz dejó claro que no entendía el porqué de eso.

–Solo tienes que comportarte como si fuéramos inseparables –le dijo Esteban entre dientes.

–Eso será todo un reto, Esteban.

Él puso una mano sobre su delgado hombro y la hizo girar, obligándola a encontrarse con sus brillantes ojos oscuros.

–Anoche no pareció que lo fuera, glyka mou.

«¿Anoche?», se repitió María. Descubrir que él estaba dispuesto a jugar sucio no la sorprendió, pero, a su pesar, sus mejillas se encendieron ante ese recordatorio de su debilidad.

–Sí, pero anoche había bebido demasiado –le respondió con un susurro forzado, al tiempo que sonreía a la pareja que en ese momento pasaba junto a ellos–. Hasta un sapo me habría parecido un príncipe azul en el estado en que me encontraba.

–No estabas borracha –aseveró él con agresividad, obligándola a mirarlo de nuevo.

–No sé por qué tendría que molestarte tanto... ¡tú no eres la virgen que acabó con el sapo! –le lanzó María con voz venenosa.

Los ojos dorados la abrasaron. Los pómulos de Esteban se habían oscurecido y apretaba los labios con fuerza.

–Sugiero que dejemos el tema.

–Lo has sacado tú –le recordó María con viveza.

Esteban farfulló algo en griego que sonó bastante desagradable.

–Lo siento, pero la verdad es que te odio –musitó María con voz temblorosa.

Esteban empezaba a darse cuenta de que su disculpa no había valido su peso en oro ni, de hecho, en ninguna otra moneda de cambio. Estaba realmente atónito por no haber conseguido encandilar a María para que lo perdonara.

Una flota de limusinas aparcó ante la puerta para llevar a los novios y a sus parientes a la iglesia del pueblo. Esteban, con gran dificultad, reprimió su disgusto con el mundo en general para apreciar la bonita imagen que ofrecía su hermana bajando las escaleras vestida de novia.

María se sentó en la limusina y estuvo callada durante todo el trayecto por la pintoresca carretera, bordeada por una playa arenosa a un lado y olivares, y colinas al otro.


Se recriminaba internamente por la última frase que le había dicho, y anheló poder controlar mejor sus emociones, que parecían haberse disparado a un nivel que la aterraba.

Pero había dicho la verdad: odiaba a Esteban por haber pensado siquiera un momento que podía ser la clase de mujer que vendía su cuerpo por dinero. Se odiaba aún más a sí misma por haber sucumbido a sus encantos.

No hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de que Esteban no estaba acostumbrado a que lo trataran con frialdad; la tensión de su rostro dejaba ver sin lugar a dudas que estaba convencido de que su sangre azul, poder, influencia y riqueza lo hacían merecedor de halagos y consideración.


–¿Dónde conoció Nessa a Leonides? –preguntó, cuando el silencio se hizo insoportable y recordó que se había prometido darle a Esteban la compañía por la que había pagado.

–Lo conoce de toda la vida. Su padre es el médico de la isla. Nessa y Leonides fueron juntos al colegio desde el primer curso, fueron juntos a la universidad y han sido pareja desde entonces.

–Eso es muy romántico –comentó María –. Deben de conocerse muy bien.

–Pero son demasiado jóvenes para casarse –comentó Esteban con tono desaprobador–. Nessa ya está hablando de tener familia.

–Algunas personas saben lo que quieren muy pronto en la vida. ¿Cuántos años tiene?

–Los mismos que tú. ¿Tienes sueños similares a los de ella? –preguntó Esteban con cierta sequedad.

–¡Santo cielo, no! –declaró María haciendo una mueca de desagrado–. No sabría qué hacer con un marido ni con niños. Me interesa mi carrera profesional.

La pequeña y bonita iglesia, situada junto al puerto, estaba a rebosar de personas que querían desear lo mejor a los novios. Esteban condujo a María a la primera fila de bancos y la dejó allí, para cumplir su función como padrino de Leonides.

María se acomodó para disfrutar de la ceremonia de boda griega, distinta y más vistosa que la versión inglesa. Nessa parecía radiante de felicidad y, al ver cómo se miraban los novios, María se descubrió sonriendo. Al menos hasta que Ana Rosa le lanzó una mirada gélida y maliciosa.

Tras posar para las fotos fuera de la iglesia y notar que Ana Rosa se acercaba a Esteban en cuanto tenía oportunidad, agarrándose a sus brazos y soltando risitas de niña mimada, María solo pudo pensar que Esteban tenía muy mal gusto a la hora de elegir mujeres. Ana Rosa era terriblemente falsa y empalagosa.

Esteban podía ser un genio de los negocios, pero no podía ser demasiado listo si había tenido la intención de casarse con una mujer tan artificial como Ana Rosa.

Volvieron a casa para la recepción. Los camareros recorrían la sala con bandejas de copas de champán, pero María decidió limitarse a beber agua.

La enardeció que Esteban alzara una ceja con ironía, como si se burlara de su abstinencia. Lo habría matado por su audacia si significara algo para ella, pero se aseguró que ese no era el caso.

Se sentaron juntos a la mesa principal y, mientras Esteban le abría la servilleta, María captó la mirada de odio de Ana Rosa

–Perdonar es un don divino –bromeó Esteban.

–Los humanos odian a quienes han herido –le devolvió María malhumorada.

–Pero yo no te odio –dijo él–. Si intentaras ser lógica respecto a esto, en vez de emocional...

–No estoy siendo emocional –protestó ella, con ojos chispeantes de ira. Aquel hombre la enfurecía. Pero seguía pensando que era impresionante, y no poder dejar de admirar su estructura ósea ni sus bonitos ojos atizaba su enfado.

–Yo creo que eres una persona muy emocional –le replicó Esteban con tono desdeñoso.

–¡Mejor eso que tener tantos sentimientos como un bloque de madera!

Esteban observó a su hermana salir a la pista de baile con su esposo.

Nessa no dejaba de sonreír. La ceremonia había tenido lugar sin incidentes y su hermana era feliz.

Esteban se preguntó por qué estaba molestándose en intentar apaciguar a la mujer más difícil que había conocido en su vida. Siempre había evitado a las personas de carácter difícil y exigente. Su hermana captó su mirada y señaló a Ana Rosa con un levísimo movimiento de cabeza. Esteban, comprendiendo lo que le pedía, se puso en pie y condujo a la dama de honor a la pista de baile.


María contempló con consternación como Esteban llevaba a la diminuta rubia al centro de la pista. Ana Rosa se comportaba como una luz que hubiera alcanzado su máxima potencia, era pura animación, sonrisas y parloteo.

Los labios de María e curvaron hacia abajo.


Tal vez él acabara volviendo con su ex. Habían estado juntos mucho tiempo y no era fácil romper esa clase de vínculo.


Quizás ella solo había sido un adorno para salvaguardar el orgullo de Esteban y permitirle vengarse de Ana Rosa por haber roto el compromiso.

Y Ana Rosa era exquisita, eso era innegable.


María vio como se acomodaba contra el fuerte pecho de Esteban y cerró los puños bajo la mesa. Un comportamiento típico de los hombres: le había pedido que se pegara a él como una lapa para mantener alejada a Ana Rosa, y después se dedicaba a coquetear con ella. Notando el picor de las lágrimas en los ojos, María se levantó y fue al tocador que había en el vestíbulo de entrada.

Se preguntó qué diablos le pasaba. No estaba celosa, no había estado celosa por un hombre en toda su vida. Lo que le ocurría era que se sentía como una tonta, avergonzada y humillada por haber mantenido relaciones sexuales con Esteban. Satisfecha con la explicación, María volvió al vestíbulo y se encontró con Ana Rosa interrumpiendo su camino.

–Tú eres María –comentó Ana Rosa, acabando la frase con una risa cristalina.

«¡Dios mío, le ha dicho que anoche se acostó conmigo!», pensó María desolada, al ver la desagradable sonrisa de superioridad de Ana Rosa.

–Y tú eres Ana Rosa –contestó con voz inexpresiva.

– Esteban te encontró en la oficina, tengo entendido. Muy dulce, aunque perezoso, por su parte. Los hombres pueden ser unos auténticos bastardos –trinó Ana Rosa, como el hada maligna, mientras María bajaba la mirada hacia ella, sintiéndose enferma de vergüenza y remordimiento–. Te está utilizando para vengarse de mí. ¿Es que no tienes ni un ápice de orgullo?

–¿Acaso lo tienes tú? –la retó María–. No pienso seguir con esta conversación.

María la esquivó con la cabeza bien alta. Estaba pálida, temblorosa y agradecida por haber escapado de la desagradable ex prometida de Esteban.

Si la joven rubia realmente lo quisiera, no se habría arriesgado a perderlo, sin duda.

María cruzó el salón para reunirse con Esteban, increíblemente consciente de la oscura mirada dorada que seguía cada uno de sus pasos. Aunque él no le gustara, adoraba sus ojos.

De repente, empezó a resultarle difícil respirar y sintió un intenso aleteo nervioso en el estómago.


Esteban estiró el brazo y cerró una mano sobre la suya, atrayéndola hacia él. No parecía en absoluto incomodado por lo que había ocurrido entre ellos la noche anterior.

María sintió que el rubor teñía sus mejillas cuando captó su aroma varonil, y eso le hizo evocar imágenes nítidas.

Se le desbocó el corazón al recordar la intensidad de su cuerpo dentro del suyo, y una instantánea llamarada de calor tensó sus pezones, para luego acomodarse en su pelvis.

–Tenemos que hablar, glyka mou –le dijo Esteban en voz baja, aunque en realidad eso era lo último que deseaba hacer.

Sentía el temblor de su delgado cuerpo bajo el brazo y su proximidad le provocó una súbita erección. El deseo lo atravesó como un rayo y solo deseó arrastrarla a la cama y mantenerla ocupada hasta volver a sentirse normal, hasta que la pasión dejara de atenazarlo y volviera a ser él mismo. En vez de eso, abrió la puerta que daba a la terraza acristalada y la hizo entrar.


–¿Qué estás haciendo? –Exigió saber María–. No quiero estar a solas contigo. Lo de estar juntos es solo una representación para el público.

–Deja de luchar contra mí –los ojos dorados de Esteban atraparon los de ella–. Es infantil. Te pedí disculpas.

–¡Me pediste disculpas! –se burló María –. Estoy impresionada.

–La verdad es que sabes cómo apretarme las tuercas –gruñó Esteban con los ojos brillantes de ira, atrapándola entre sus brazos–. Vamos a volver a empezar desde cero...

–No –lo interrumpió María sonrojada, luchando fieramente contra la tentación. Ya la había hecho quedar como una tonta; no permitiría que lo hiciera una segunda vez.

–Te quiero tal y como estuviste conmigo anoche –admitió Esteban con voz ronca.

–¿Como una tonta, bebida y fácil de convencer? –le soltó María–. ¡Ni lo sueñes!

Él bajó los labios ardientes hacia los de ella y la besó. Fue como si un cohete letal estallara dentro de su traicionero cuerpo, envolviéndola en llamas; un beso tan excitante y sensual que hizo que se le fuera la cabeza y le temblaran las rodillas.

Tuvo que agarrarse a sus hombros para mantenerse erguida, era como si una ola se la hubiera tragado y encendido una luz en cada poro de su piel. Él siguió besándola, invadiendo su boca con la lengua, al tiempo que una de sus manos masajeaba la curva de sus senos, arrancándole gemidos de placer.

Bajó los dedos para levantarle la falda del vestido. Cuando le acarició el muslo, ella se quedó paralizada un instante, luego forcejeó para liberar su boca.

–No, Esteban.

–Puede que a algunos tipos les excite que los rechacen, ¡a mí no! –exclamó él con rabia.

Ella no podía evitar un latir desenfrenado en la pelvis, y supo que en realidad anhelaba estar con él otra vez.

–El lunes estaré de vuelta en la oficina, durante algo menos de dos semanas, y fingiremos que nada de esto ha ocurrido, ¿de acuerdo? –exigió con desesperación.

–De acuerdo, si eso es lo que quieres –aceptó Esteban entre dientes.

María se limitó a asentir. Eso tenía que ser lo que quería. Al fin y al cabo, ninguna relación entre Esteban y ella podía ir más allá de la cama.

Era un hombre de negocios millonario, de un nivel inalcanzable para ella, que en ese momento estaba enloquecido y frustrado por su fuerte libido y porque acababa de terminar una relación muy larga.

Lo único que podía querer de ella era sexo, y se negaba a rebajarse a ese nivel. «El típico revolcón», se recordó que eso era lo que él había esperado de ella. Era obvio que la veía como a una acompañante bien pagada, una chica fácil de oficina, que lo había sorprendido por su falta de experiencia y que era su única opción sexual en ese momento, porque la mayoría de los invitados que había bajo su techo eran parientes suyos.

Él la liberó y María volvió al salón de baile, consternada pero con el empeño de mantener el control. Siguió a todo el mundo al enorme vestíbulo; Nessa se había situado en el primer descansillo de la escalera, posando para el fotógrafo que quería captar el lanzamiento del ramo nupcial. Veinte segundos después, el ramo cayó en brazos de la sorprendida María, y Nessa lanzó un gritito satisfecho.

–Lo dudo mucho –se burló Ana Rosa, lanzando a María una mirada desdeñosa.


María ignoró a la joven miró el reloj para calcular cuándo sería lo antes que podría retirarse a su habitación. Al fin y al cabo, una vez que los novios se marcharan, su papel habría terminado.

La mirada de Esteban siguió a María cuando ella subió la escalera.

Vació una copa de brandy de un trago y apretó los dientes: María había tirado la toalla mientras que Ana Rosa se estaba comportando como una acosadora demente.

De pronto, la paciencia de Esteban con el sexo femenino se agotó.

Cruzó el salón para reunirse con su abuelo y sugerirle cómo podían pasar lo que quedaba de la noche. El rostro curtido de Theron se iluminó de placer y sorpresa.

–No, no quiero hablar de ese tema –le dijo al anciano, sin darle tiempo a preguntar.


María se despertó cuando una doncella le llevó el desayuno. Había dormido como un tronco, agotada por la tensión de mantener las apariencias durante el día de la boda de Nessa.

Con la luz del sol inundando la habitación, se sintió más fuerte y despejada. Se dio una ducha rápida para refrescarse antes de sentarse a la mesa que había en el balcón, donde la esperaba su desayuno. La vista de la playa vacía y el mar de color turquesa bajo el cielo azul era fantástica. Su móvil anunció la llegada de un mensaje de texto y lo levantó.

Prepárate para marcharte a las nueve. No viajaré contigo. Gracias por tu ayuda.

Era de Esteban, sin firma ni una palabra personal.

María sintió una inexplicable punzada de decepción. Al fin y al cabo, su papel había acabado, y como había rechazado a Esteban la noche anterior, era lógico que no viera la necesidad de tener más contacto con ella.

Volvía a ser la mujer a la que había contratado para hacer un trabajo y el trabajo ya estaba hecho. La desconcertó notar que sus ojos se llenaban de lágrimas. No sabía qué demonios le ocurría.

Así funcionaban las cosas cuando él era un millonario y ella una humilde empleada de oficina. «A no ser que estés embarazada», susurró una vocecita en el fondo de su mente.

Se estremeció de consternación. Con esa posibilidad en mente, reflexionó que sería sensato tener una actitud menos agresiva con él. Se puso en pie, preguntándose si Esteban estaría aún en su dormitorio.


Sin saber qué iba a decirle, cedió al impulso de ir hasta la puerta que comunicaba las habitaciones y llamó con los nudillos. La asombró que fuera Ana Rosa quien abriera la puerta.

–Oh... –musitó María, palideciendo y dando un paso hacia atrás.

Ana Rosa se apoyó en el umbral con una sonrisa complacida en los labios, aprovechando al máximo la sorpresa de María al encontrarla en el dormitorio de Esteban.

–Te envían de vuelta a Londres –dijo Ana Rosa, como si su presencia en el dormitorio de Esteban y el itinerario de viaje de María estuvieran relacionados. María reflexionó, con el corazón pesado y cierta humillación, que probablemente lo estuvieran. Si Esteban estaba de nuevo con su ex, tener a maría allí, bajo el mismo techo, habría sido causa de vergüenza para todos.

–Sí –corroboró María inexpresiva, demasiado orgullosa para delatar lo que sentía ante la otra mujer, pero alegrándose de su decisión de no haberse tomado en serio el aparente interés de Esteban la noche anterior.

Era obvio que volvía a estar en brazos de su ex. No había tardado mucho. Esteban se había sentido despechado, esa era la única razón de que hubiera ido tras ella; pero clara y comprensiblemente, era a Ana Rosa a quien deseaba en realidad. Por razones que escapaban a su entendimiento, María se sintió devastada por lo que resultaba tan obvio.

La puerta se cerró. Con los ojos secos y los músculos faciales tensos, María hizo la maleta. Más le valía no haberse quedado embarazada, porque, dadas las circunstancias, sería una complicación inesperada y desastrosa.

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