IV. Efímero

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—¿Qué haces aquí?

—Compruebo que eres real —sus labios se estremecieron. Los presionó controlando la emoción rebosante por el costado de sus parpados, mojando las amplias orejeras del gorrito que le cubría la cabeza.

—¡Déjame explicarlo! —el semblante que en una década no mostró variación significativa, se descompuso, y MoBei-Jun adelantó la mano temiendo su huida.

—No es necesario, Dawang.

La desolación y el temor fueron sostenidos por la calidez trémula del mortal.

—No necesito saber quién o qué eres, ni de dónde vienes —giró la mano del hombre ideal, apoyando su húmeda mejilla en la fría palma—. No necesito que me expliques cómo es que cada año apareces aquí, ni por qué yo no dudo de ti, ni de que vendrás a verme —hondas ojeras violentas remarcaban sus ojos cerrados.

Las lágrimas de Shang QingHua pendieron por el filo de su mentón, tirando, como los eslabones de fornidos grilletes, de la columna de su desvencijado espíritu, encorvándole el cuerpo cubierto por gruesas prendas, en un desolado llanto.

—Hace un año habría tenido curiosidad —lo soltó.

Una álgida corriente fustigó a MoBei-Jun... y Shang QingHua se guareció en su pecho, disipándola.

—Hoy no —frotó su rostro sobre el corazón de su amado, queriendo impregnarse en él o absorber su esencia—. No me interesa —y el gorrito cayó, revelando su cabeza calva.

La sorpresa de MoBei-Jun, al conjuntar los elementos de su demacrado aspecto, hicieron que sostuviera el aire durante largos segundos. Luego, el novelista, reducido a dos palabras, se precipitó en seco al fondo del abismo y las liberó:

—Estoy muriendo —o no fue él, sino alguien más con el control de sus cuerdas vocales, quien develó un secreto que no le pertenecía, escoltado por lágrimas calientes—. Me muero.

«Que chistoso», pensó al repetirlo, extraviado en los botones de la camisa de MoBei-Jun. Era chistoso, porque su boca era la que se movía, su llanto el que brotaba, y se sentían ajenos. El atiborrado de pastillas en su sistema adormecía su mente y su cuerpo para no sentir dolor, para mantenerlo en pie y estar ahí, al borde de la muerte arañando pedazos a la vida.

Lo mataba un glioblastoma multiforme, un agresivo asesino de crecimiento rápido que echó raíces en su encéfalo y médula espinal, descubierto poco después de ver a MoBei-Jun desaparecer, y de creer que sus citas fueron causadas por delirios de su cerebro corroído por la enfermedad. Para corroborarlo y morir con el corazón destrozado, o morir alucinando y feliz en la eternidad condensada en doce horas, la parca montando guardia junto a la parada de autobuses, había llegado antes, viéndolo arribar de la profundidad de su locura, o de un sitio extraño en las estrellas, por medio de una grieta en el aire.

—Dawang —recargó la debilidad de su ser en la firmeza en shock de su acompañante, e inspiró su aroma—, dame estas doce horas, como siempre —su voz agitada y quebradiza—. Sin nada más que nosotros.

Seis y un minuto.

MoBei-Jun no discutió ni luchó: apretó su frágil figura, acorralados por el zumbido ensordecedor de la inminente desgracia al asecho.

La cuenta regresiva inició, al combinarse la tibia resignación de un mortal y la glacial agonía de un demonio.

A las seis de la mañana, puntual, como siempre, el primero en irse fue Shang QingHua...

Experimentando por segunda ocasión el martirio de perderlo, MoBei-Jun abrazó su cuerpo inerte.

La grieta se abrió, los separó, y una sombra quedó tendida en la playa, secundada por un grito de pena proferido en una realidad distante.

La conclusión de un encuentro efímero.

Fanfic MoShangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora