III. Sonrisa

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Los encuentros se repitieron cada año durante la siguiente década.

El mundo cambió, crecieron áreas o fueron destruidas, edificios se construyeron o demolieron, hubo peleas grandes y pequeñas, acontecimientos alegres, tristes, terribles o intrascendentes, noticias de impacto internacional o nacional, notas ridículas y un escritor que pasó de las líneas anónimas de internet a la impresión en papel.

Detractores y fans hablaron de él en los foros de internet y en la calle. Criticaron o alabaron sus tramas ridículas, sus ingeniosos giros, los huecos argumentales, las escenas forzadas de fan service y sus fantásticos personajes. Fallas y aciertos subjetivos.

El joven ermitaño maduró en un adulto ermitaño que prefería la comodidad de su departamento al bullicio exterior, resignado a cumplir con sus deberes contractuales. Una entrevista en el programa de chismes de la mañana, por la tarde una para un blog de una revista, por la noche una ida a la librería reuniendo material, y una visita rápida a la tienda de conveniencia por víveres. Si acaso, de la rutina, se permitía un desvío a eventos de lanzamiento de la mercancía de sus series favoritas, que al pasar de los años disminuyeron a la par de sus ganas.

—Estoy viejo —el treintañero movió los dedos dentro de las mangas de la chamarra.

El clima de los últimos otoños trajo consigo días más fríos.

Parecía una época lejana aquella en que acudió a un bar vistiendo pantalones cortos de playa, y una fea camisa rosada sobre la playera blanca estampada de palmeras.

Pese a la queja prefería el frío, la excusa adecuada para ocultar con capas de ropa la pancita sedentaria y los brazos y piernas flacuchos, la vagancia innata a su esencia habiendo ganado la partida contra su interés por rellenarse de sano musculo. Humillado y aliviado, había desistido de la absurda meta unos años atrás.

Frunció el ceño y ahuyentó la inseguridad y la inconformidad que ese día no tenían cabida, por mucho que veinticuatro horas después lamentara no haber lucido mejor.

Contuvo un estornudo y se acomodó los lentes en el puente de la nariz.

A través del cristal del taxi la gradual disminución de edificios lo acercó al borde de la costa, su destino.

En la última parada de autobuses, iluminada por la mortecina luz blanca de las farolas y la de la cambiante pantalla del horario de las líneas, un par de pasajeros aguardaban apiñonados bajo el alero.

El taxi se detuvo en la parada, Shang QingHua bajó y cruzó la carretera semi-desierta.

A su izquierda, a lo lejos, en la playa se erguían locales rústicos y grandes hoteles. Quizás, entre ellos, aún se hallaba el bar. Tal vez un día iría a ver. Si seguía ahí, entraría a refrescar su memoria, y si no, vería si se convirtió en un restaurante de lujo, una tienda de recuerdos o en un espacio en el que nadie, sólo él, recordaría un encuentro de miles sucedidos a su interior.

El hombre que se quemaba los ojos contra la pantalla, las yemas desgastando las teclas de la laptop, hundió los pies en el murmullo de la arena.

El sol ovillado en la delicadeza naranja y amarilla del horizonte caía en la espuma blanca y el desmoronado purpura y rosa de las olas del mar, en la franja cobriza de un cielo azul oscuro de nubes blancas y negras. Vibrante acuarela visual, un capricho de contrastes, plegaria de la naturaleza al tiempo en cuya orilla vio a MoBei-Jun.

Su corazón saltó, y como en cada encuentro, los trescientos sesenta y cuatro (o cinco) días previos, desaparecieron.

—Dawang, ¿esperaste mucho?

Fanfic MoShangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora