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Hoy es 18 de diciembre del 2005. Abro los ojos y con emoción me dirijo a casa de mi abuela como de costumbre. Llevo ya con ansias varias semanas por la incertidumbre de cuál será mi regalo ese tan memorable y esperado 25. Ya las clases habían entrado en receso y a eso de las doce y pico, se dejaba sentir el olor a mi comida favorita entrar por la puerta de el mejor cuarto de la casa en aquel entonces; donde estaban las consolas y disfrutaba agotar mi día jugando en ellas. Salía del otro cuarto bendecido y cálido, esa música de "Aventura" -con su hermanita del alma- y el gran Juanes con su Día Normal, seguidos de unos pasos alegres (ese bailecito leve de alegría y motivación) que salía espontáneamente de mi amada abuela. Con normalidad lo veía, pero con mucha atención y muchas veces hasta hacíamos el cuarto la pista de baile para cantar y bailar la canción que estuviera en la radio o en el "rack" de 6 CD's de ese componente Sony que tanto ella amaba. Son momentos que siempre atesoraré y llevaré presente toda mi vida.

De seguro era la época donde la única competencia o rivalidad que había era el día en que los primos/hermanos nos reuniríamos para ver quién era el mas que duraba jugando escondite/cogío'. No era la ropa, ni quien tenia el mejor celular, ni zapatos, ni quien era el mas "like" que tenia en su última foto de perfil (que gracias a Dios no existía todo este mundo cibernético), simplemente una "guerra" completamente sana, llena de euforia y de muchísima adrenalina al repetir "Cuantas patas tiene el gato uno, dos, tres, cuatro". En una esquina de la fiesta las "Coors Lights" acompañadas de conversaciones de esos tíos y amigos que para mi no tenían importancia, ya que se reían de cosas que para mi no eran en lo absoluto graciosas y menos de ver esas expresiones que con mucha emoción hacían con las manos y escuchar el "coño te acuerdas cuando..". Ese Nito Méndez que lleva años con su güiro roto sonando a viva voz, ese olor a carbón y a lo lejos el guía descontrolado dándole vueltas a ese lechón que al morder su cuerito tan crujiente hace un sonido lleno de felicidad, que de hecho, en aquel entonces ignoraba por correr sin cansarme, porque había que aprovechar cada segundo, porque no sabía cuando volvíamos a vernos para jugar y hablar. Al final de la noche, volver y del cansancio no recordar cuándo fue que tu mirada se apagó en el carro y solo abrir los ojos en la entrada de tu casa, listo para un baño y acostarse. Quizás con la emoción de que volvieran a comenzar las clases para con la misma alegría, narrar que me habían regalado eso que le había pedido humildemente a "santa". No había preocupación en mi vida, no había melancolía, no había ira, no había enojo, ni rabia, ni remordimiento; en fin, mi vida estaba en completa paz. Sin saberlo, lo tenia todo...

Hoy en cambio es 18 de diciembre del 2020, ya tenia mis ojos abiertos durante 18 horas seguidas por la rutina de la vida. Ya no hay reuniones familiares tipo tíos emocionados, porque ya muchos partieron a mejor vida, al igual que mi acompañante de baile o simplemente la edad los tiene frágiles y le impiden llegar. Ya no hay competencias sanas y mucho menos euforia ni adrenalina, porque ya los niños no juega a esconder, ni mucho menos se entonan conversaciones por menos de una hora sin tener el celular en nuestras manos con la necesidad de darle "refresh" a los "new feeds". Ahora somos los presos comunitarios  con cadenas imaginarias atados a una mensualidad obligatoria que tiene el control de nuestra vida literalmente. Solo nos queda encender la cámara de FaceTime o WhatsApp y vernos por varios minutos y cerrar el día con lo que "sobra" de tiempo, si es que sobra algo. La excusa de siempre, sí, todos la hemos utilizado a lo largo de nuestra juventud y viejocidad.

Cambiamos conversaciones reales en vivo y a todo color, por monólogos planificados y muchas veces monótonos que terminan siempre con frases repetidas y llenas de sinsabores ni emoción finalizadas con un "emoji" o "sticker". Llenamos el chat de esa aplicación con morbo y burlas disfrazadas de chiste para sentirnos mejor, porque otro está peor que uno. Ya la comida no sabe igual, porque el sazón original caducó, y a santa se le perdió mi dirección; ya no es la emoción de antes cuando era niño. Ya los videojuegos no entretienen y lo único que uno quiere es un rincón donde poder tener paz, aunque sea en soledad.

Agradezco a Dios y a la vida por dejarme vivir esa última generación donde un "jalón" de oreja nos ponía derecho o donde la maestra se sacaba un "carajo" con acento y un buen "jamaKIÓN" nos ponía de nuevo en carrera. Donde la palabra tenía mas peso y valor ya que no habían celulares y aprovechábamos cada momento para exprimirlo. Extraño la comunicación real de panas, familiares y conocidos que solía conocer. Donde las 6:00 PM era la alarma para ya subir a casa sin que gritaran "Misael sube, ya es tarde". Aunque estábamos "fuera de moda", estaba a la moda ser real y no tener un filtro que tape tus inseguridades ni complejos. Eramos nosotros y punto. Hoy ya es otro mundo al de ese 18 de diciembre del 2005. Simplemente éramos felices y humanos. Mientras, estamos en camino y espera a ser esos próximos tíos en las futuras fiestas familiares haciendo la diferencia, hablando con las manos y diciendo el "coño te acuerdas cuando...", mientras nos miran con rareza y un poco de prejuicio la entrante generación.

Creo que el 2020 nos enseñó a ver que un papel es inútil si no tienes salud, que los planes del mañana son inciertos y que de aquí a una semana todo se acaba. El 2020 fue la lección de vida y el "jalón" de oreja para enderezar a muchos para comenzar a valorar lo que antes era lo que nos unía como seres humanos; la empatía, la comunicación y el amor real y puro.

Sábanas de algodón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora