Me despierto de golpe, sintiendo el ahogo de la pesadilla. Me enderezo bruscamente, jadeando y espantando a mi pobre gata.
El Sol ya está bastante alto y mi reloj dice que son las doce y media, una hora menos en las Islas Canarias.
No recuerdo absolutamente nada de lo que he soñado, solo sé que no ha sido agradable. La sensación de vacío y abandono se ha reducido un poco con la llegada del día y la luz, pero sigo encontrándome bastante mal.
Tengo unas náuseas horribles, y aunque me levanto al baño por si tengo que vomitar, no tengo nada en el estómago que pueda expulsar. Mi cuerpo termina por asumirlo y las nauseas remiten un poco con ayuda de algo de agua fría, tengo la peor pinta que he tenido en meses; desde que morí.
Meto las manos en el chorro de agua, intentando lavarles la suciedad que tienen adherencia. Pero no es suciedad. Tardo unos segundos en darme cuenta de que es mi piel, mi piel está gris oscuro.
No es el tono de mi piel normal, ni siquiera el tono normal de una piel oscura. Es literalmente gris. Un gris como el del cielo cuando hay tormenta muy fuerte y se encienden las farolas. Un gris que es incluso más negro en las puntas de los dedos, como si hubiera intentado pintarme las uñas y hubiera fracasado estrepitosamente llenando de esmalte hasta la primera falange; o como si hubiera metido las manos en ceniza.
Nai.
Nai?
NAI!!
No hay respuesta, en absoluto. De hecho a penas siento su consciencia.
Vuelvo a sentir náuseas, pero ahora de puro pánico. Apenas me siento capaz de respirar, pero sé que estoy hiperventilando.
Salgo del baño dando traspiés mientras el mundo se oscurece, incapaz de tranquilizarme solo, buscando casi a tientas la puerta de Ben.
—Ben— susurro. Y mi voz suena como perdida a miles de kilómetros de distancia: —Ben...—
—Joder, primo, es sábado— gruñe él sin abrir los ojos aún: —¿Que pasa...?—
No soy capaz de contestar, ni de conservar el equilibrio por más tiempo. Simplemente me dejo caer contra la pared y me deslizo hasta acabar sentado en el suelo.
—Ian, qué quieres...— él se levanta y sube un poco las persianas: —¿Ian?—
No puedo moverme, no puedo hablar, apenas puedo oír nada más por encima de los latidos de mi corazón.
—Joder, Ian, no me asustes— se levanta y se acerca a mí, pero no llega a tocarme.
Una fuerza invisible le lanza de espaldas contra la pared. Cae al suelo con un golpe sordo y un quejido.
—¿Qué está pasando?— sollozo.
—¡Eres tú!¡Ian eres tú!— el tose, enderezándose: —¡Tienes que controlarlo o no podré hacer nada!—
—¡No puedo!— mis propias lágrimas me abrasan la piel: —¡Haz algo!—
—Ok, ok— él se levanta con un poco de esfuerzo: —Vale, ehhh... coge aire y aguanta la respiración por seis segundos—
Hago lo que dice, a pesar de que me cuesta bastante.
—Vale, uh, suelta el aire despacio, y... cierra los ojos y piensa en... ¿Cual es tu flor favorita?—
—¿Qué importa eso?— ¿me están comiendo las sombras y lo que le preocupa es cual es mi flor favorita?
—¡Tú solo dime!—
—Eh... ¡pensamientos! Pensamientos morados—
—Vale... estás en un prado lleno de pensamientos morados, y... y el cielo está azul, con nubecitas blancas muy monas... y hay ovejas pastando, y una vaca muy gorda—
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El Círculo.
General FictionEstoy muerto, o al menos eso creo. No sé qué ha pasado. Lo último que recuerdo es el coche hundiéndose en el lago, poco después me desperté en una morgue.