I. Despertar

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Oscuridad.

Oscuridad y frío.
Es de lo primero que soy consciente.

Luego poco a poco el resto de sentidos van despertando. Me encuentro tumbado sobre una superficie dura y fría y una sabana me cubre completamente, tengo el pelo y la ropa mojados. No puedo moverme, en absoluto.

Donde sea que esté se mueve, como desplazándose sobre unos carriles y la luz me da de lleno en la cara, cegándome a pesar de tener los ojos cerrados.

—A ver, sí, dieciséis. Esta es— dice una voz femenina. Me quita lo que quiera que tenga encima y comienza a examinarme: —Pobrecito, tan jovencillo... no era más que un chaval— me quita el pelo de la cara: —Ayyy... que vida esta... O que muerte. ¿Dónde están mis tijeras? No, no te preocupes, ya las encontré— sinceramente, espero que no hablara conmigo.

Consigo abrir los ojos para ver algo por entre las pestañas. La mujer me corta mi querida camiseta de Flash y comienza a medir y analizar los cortes y raspones que me recorren el cuerpo mientras le dicta a una grabadora. Le visto hacer esto en montones de pelis, pero nunca me esperé presenciar mi propio estudio de forense.

Tras un rato recogiendo datos la señora se va.

Entonces termino de volver. Intento llenar los pulmones, resultando en un ataque de tos. Escupo agua del lago.
Me ahogué, supongo. El pecho me duele al respirar, pero poco a poco se vuelve más fácil.

Me enderezo con esfuerzo y me quedo sentado sobre la mesa, con los pies colgando. El pelo aún húmedo se me pega a la cara. Tengo frío.

Sobre un carrito hay varios utensilios de aspecto amenazador de los que desconozco el uso y un portafolios. El portafolios es mío. Un registro de mi persona.
O más bien de mi cadáver.

Ahí está todo, hasta mi numero del DNI (que nunca me aprendí) y de la seguridad social (que tampoco).

Mi nombre es (era) Ian Guerra Vázquez, tengo catorce años (habría cumplido quince en seis días), mis padres son Rebecca Guerra Vázquez (actualmente casada con Ismael Sanchón Marcos) y alguien desconocido que no está en ningún registro. Mido un metro cincuenta y seis, peso cuarenta y cinco kilos, no tengo enfermedades ni alergias, sufrí ataques de ansiedad el año pasado, estoy diagnosticado de esquizofrenia, tengo la cartilla de vacunación completa...

Tío, todo mi historial médico está ahí. Que mal royo.

Necesito salir de aquí.

Puedo ayudarte.

Entonces hazlo.

Cuando vuelvo a abrir los ojos me encuentro en el exterior, es un callejón estrecho y sucio. La conciencia de Nai se retira a las profundidades de mi subconsciente para descansar, yo también estoy hecho polvo, pero no puedo quedarme aquí.

Tengo frío, mucho. Y no puedo dejar que la gente me vea tan fácilmente, no dejo de ser un crío medio desnudo, con pinta de andar perdido y que acaba de volver del más allá.  No entiendo qué me ha pasado ¿Realmente estuve muerto?¿Al cien por cien?¿Seguro?

Que sí, coño. ¿Quieres morir otra vez ahí?¿De hipotermia?

No.

Pues mueve el culo.

Uso mi propia sombra para desplazarme al hueco de los soportales. Es más rápido que andar; pero solo me puedo mover a sitios que pueda ver, en los que de la sombra y no se muevan muy rápido.

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