VI. Límites

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—Solo dile que el Cuervo le manda saludos— Ben se ha comprometido por fin a buscar a mi amiga.

—¿Por qué Cuervo?—

—Por nada. Era un nombre en clave. Yo era Cuervo y ella Lechuza. Lo usábamos para mandarnos notitas cifradas en clase—

—No sabes quien es el Cuervo ¿No?— levanta una ceja en mi dirección.

—¿Algún líder importante en alguna revolución?— pregunto: —¿Un asesino serial? No tengo ni la más remota idea—

—Más bien lo segundo— vaya, que palo: —Pero es el bueno— No tan palo: —Es de un cómic. Luego hicieron una peli ¿No la has visto?—

—Es obvio que no—

—Bueno, pues tiene gracia que te pongas ese nombre. Porque el Cuervo volvió de entre los muertos, a buscar venganza— me dirige una sonrisa macabra.

—No sabía ni que existía—

—Pues ahora lo sabes— se encoge de hombros y me pone la comida delante.

O sea, involuntariamente acabé con el nombre de un zombi sediento de sangre y justicia. No está tan desencaminado.

Cada vez que pienso en mis padres me entra una rabia ciega. Ni mi mamá ni Ismael hicieron nada para merecer despeñarse por un barranco.
¿Por qué?¿Que culpa tenían ellos?

Daños colaterales, Ian. En todas las guerras mueren civiles.

Es injusto.

¿Acaso es justo que millones de personas estén muriendo de hambre cobrando dos euros al mes a cambio de que otros se bañen en dinero?
¿Acaso es justo que niños más pequeños que tú sean arrancados de sus hogares y convertidos en soldados o esclavos?
¿Es justo que chavales poco mayores que tú se conviertan en armas suicidas en manos de fanáticos religiosos?
Claro que es injusto.
Todo en esta vida es injusto.
Y no es más que una excusa para seguir cometiendo injusticias.
Así que levántate y busca venganza si quieres. Pero levántate.

¿Pero por qué?¿Que les hice?¿Por qué yo?

Nada, niño. Nada. Existir. Te tocó la china.


—Eh— Ben chasquea los dedos delante de mi cara: —¿Dónde estás?—

—No sé, pensando— me cuesta concentrarme, enfocar la atención en un punto.

Mi mente va demasiado rápido, como si todos los datos que mi cerebro a evitado las últimas semanas estuvieran por fin volviendo a mi cabeza, siendo procesados, ordenados y archivados a toda velocidad. Todos los recuerdos borrosos toman de pronto escalofriante nitidez, los pensamientos deshilachados y confusos se ordenan e hilvanan, formando un tapiz de memorias, de lo que pasó aquel día.

—Mierda— digo, siendo consciente de pronto: —Ben, yo me transporté, a un sitio que no podía ver...—

—¿Qué?—

—Antes— es todo demasiado ilógico y absurdo, pero está ahí: —Antes de que tú me enseñarás. El día en que volví de entre los muertos, o lo que quiera que pasase— un escalofrío me recorre la espalda. Creo que he destapado la caja de Pandora, pero aún no sé lo que he sacado de ella: —Yo... salí de la morgue sin saber que había afuera... Nai dijo que podía sacarme...—

Ben me mira con los ojos muy abiertos, con un espagueti al pesto colgando de la boca. Parpadea un par de veces y luego sorbe el espagueti lentamente: —¿Qué de qué?—

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