Mientras viajaba en el avión, solo podía sentir una maraña de emociones complejas y pesadas. Culpabilidad, ansiedad, miedo. No sabía cómo explicarlo, ni cómo lo soportaba, pero era lo único que sentía. Las horas se alargaban y mi mente se convertía en un caos. Sabía que lo que hacía debía ser lo correcto dadas mis circunstancias, pero aún así, todo en mi interior gritaba lo contrario. Cada pensamiento me hacía más pequeño, más culpable, mientras la imagen de Alex, su rostro lleno de incomprensión, se repetía en mi mente como una condena.
El peso de mi propio ser me aplastaba. Era el maldito príncipe, alguien al que el mundo miraba esperando perfección, esperando que todo lo que hiciera estuviera acorde con una imagen que no me pertenecía. Mi felicidad no era relevante. Mi vida nunca había sido mía. Había sido moldeada, transformada en algo que los demás querían ver. Y aunque, en el fondo, sabía que lo que hacía debía ser lo correcto, la verdad era que lo único que deseaba era huir, huir hacia algo que fuera mío, algo que me dejara ser yo, por fin.
Pero lo que más me atormentaba era que no podía ser yo mismo. Ser un príncipe, ser quien era, me había condenado. La corona no solo exigía que fuera perfecto; me obligaba a esconder mis sentimientos, a negar lo que realmente sentía. Y lo que sentía, lo que amaba, era a Alex. Y eso era algo que la corona nunca aceptaría.
Lo escribí hace tiempo y bueno, para vosotros :)