Desearía arrancarme la piel.
Nunca he sido alguien que crea en la diferencia. Desde pequeña conozco y sé, qué debo decir, cómo he de actuar, cuándo asentir y cuándo abrazar mis entrañas para no sentirme sola. Lagrimear con el estómago abierto y acunarme en la sangre que me recuerda lo débil que soy; aquella carne que me ata a la tierra y me impide averiguar cuál es el momento correcto para decir que no. Para poder retomar el control de mi cuerpo, no sentir el amargo en mis venas casi celestes, quererme y aceptar que está bien ser egoísta.
Pero hasta entonces, el anhelo me expondrá como siempre lo ha hecho. Y el desnudarme de cuerpo, más no de alma, me traerá de vuelta al principio. Desearía arrancarme muchísimo la piel.