5. Miedo

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"No hace falta conocer el peligro para tener miedo;

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"No hace falta conocer el peligro para tener miedo;

de hecho, los peligros desconocidos

son los que inspiran más temor."

Alejandro Dumas

William:

Hacía cuatro días que Emily estaba devuelta en casa. Sus heridas ya habían sanado por completo y no teníamos nada más de qué preocuparnos.

Hacía cuatro días que ya nada me unía a esa chica que conocí en el callejón, pero, por algún motivo que no deseaba averiguar, seguía yendo cada mañana y cada noche a su casa.

Me sentaba en el árbol que daba a su ventana; la veía despertar y quedarse dormida. Conocía sus movimientos y sus horarios. Que aunque un poco caóticos, los logré descifrar.

Era extraño y perturbador, me había convertido en un acosador, lo sabía, y no podía evitarlo. Había hecho miles de vigilancias en mi vida, pero esto era diferente. No tenía un motivo, ni un fin, sólo era el hecho de poder verla lo que me movilizaba.

Esa tarde, específicamente, estaba muy animada. La había visto llegar con un montón de bolsas llenas de alimentos.

Tarareaba una canción mientras cocinaba, bailaba y reía, casi como una demente.

Estaba demasiado conectado en mis pensamientos, que no me di cuenta cuando salió al balcón de su habitación.

— Sé que estás ahí. — dijo mirando hacia la nada. - Sé que me estás siguiendo William. No te he visto, pero puedo sentirlo. ¿Te crees que no noto dos ojos clavados en mí todo el día? — mierda. — Creo que no tienes sentido que lo sigas haciendo, no voy a contar nada. Entiendo que te preocupa tu seguridad y la de Emily, por lo que te propongo un trato. Entra a la casa y hablemos como personas civilizadas. Lleguemos a un acuerdo. — aunque estaba casi susurrando, podía escucharla, estaba muy cerca. — Te espero en la cocina. No hay guardias, no te preocupes.

Acto seguido se metió en la habitación.

Me debatí un instante sobre lo que iba a hacer a continuación. Me había descubierto, no podía seguir haciendo esto, sabía que si continuaba, llamaría a los guardias de su padre.

Decidí que lo mejor sería enfrentar la situación e intentar salir de ella lo más airoso posible.

Bajé por la rama hasta el balcón; ella estaba ahí, parada en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados.

— Sígueme. — ordenó y yo obedecí.

Cada paso que daba me asombraba más. Era una casa inmensa, lujosa. Es decir, sabía que en Arlen vivían bien, pero jamás había visto cosas tan bonitas.

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