Capítulo 7: Miedos oscuros.

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Un día después.

Un niño caminaba, como hipnotizado, por un largo pasillo. Era totalmente blanco y parecía no tener final, pero el pequeño continuaba andando, sin pausa pero sin prisa. Su pelo lila se movía ligeramente tras de sí a cada paso que daba y sus ojos verdes estaban fijos en el infinito. Mü caminó durante largo tiempo hasta que, al final, una pared le cortó el paso. Se paró frente a ella, observándola con detenimiento: era totalmente blanca, al igual que el resto del pasillo.

De repente, la superficie del muro se empezó a ondular, formando ondas en su lisa superficie. El niño seguía impasible, como si para él fuera algo normal.

Algo pareció traspasar la pared.

Una blanca mano cruzó el muro. Intentó agarrar algo desesperadamente. No parecía querer dañar al pequeño, más bien, trataba de encontrar un agarre que le ayudara a mantenerse fija en el sitio.

Mü estiró el brazo para socorrerla, pero cuando las dos manos estaban a punto de rozarse, el muchacho cayó hacia atrás sin razón aparente. Mantenía los ojos abiertos y el rostro impasible. Su expresión facial no cambió un apéndice cuando, como por arte de magia, atravesó el subsuelo para cruzar a un lugar parecido a un campo. Era el Jardín de los Sauces Gemelos, un jardín situado a un lado de la Casa de Virgo. Estaba completamente lleno de pétalos y hermosas flores esparcidas por todos lados; en el medio de ese enorme jardín se encontraban dos árboles de igual contorno, dos árboles llamados Sauces Gemelos.

 Estaba completamente lleno de pétalos y hermosas flores esparcidas por todos lados; en el medio de ese enorme jardín se encontraban dos árboles de igual contorno, dos árboles llamados Sauces Gemelos

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Dio un paso adelante, pero sus pies chocaron con algo. Bajó la mirada para ver que era: El rosario de 108 cuentas.

Se agachó para cogerlo y, en cuanto sus dedos lo tocaron, todos los pétalos de rosa blancos que había tanto esparcidos por el suelo como los que flotaban en el aire se sintieron atraídos por el joven

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Se agachó para cogerlo y, en cuanto sus dedos lo tocaron, todos los pétalos de rosa blancos que había tanto esparcidos por el suelo como los que flotaban en el aire se sintieron atraídos por el joven. Este pronto se empezó a cubrir por una gran cantidad de aquellas incoloras hojas hasta que no dejaron una parte de él sin cubrir.

Cerró los ojos.

Cuando los volvió a abrir no había rastro de ningún pétalo sobre su cuerpo, pero algo más había cambiado: Había crecido, ahora ya no era el niño de antes, sino el Caballero de Atenea portador de la Armadura de Oro de Aries.

Miró a su alrededor: Se encontraba frente a la estatua de Atenea solo que esta estaba rota a la altura de la cabeza. Saori estaba arrodillada a sus pies, llorando.

Dio un paso hacia atrás, asustado

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Dio un paso hacia atrás, asustado.

De repente, y sin razón aparente, comenzó a flotar sobre el aire. Se agitó un poco en el aire al dejar de sentir el contacto de sus pies contra el suelo. En ese preciso instante, Saori se incorporó de golpe y, levantándose de un salto, le miró fijamente. Mü se asustó más aún por la cantidad de odio que desprendía la mirada de la joven muchacha. No sabría explicar si era temor o respeto el sentimiento que causaba aquel contacto visual; no, no era ninguno de aquellos sentimientos: era intimidación. Aquellos ojos eran tan profundos como el mar y tan oscuros como dos negras cuevas. Saori levantó el brazo derecho y, con un movimiento rápido de muñeca, arrancó el alma de Mü de su cuerpo, que cayó pesadamente sobre el suelo. Mientras tanto, Saori se desmoronaba con un hilillo de sangre cayendo por su boca. La envoltura mortal de Atenea tosía y temblaba fuertemente, sufriendo leves espasmos repentinos al son de sus quejidos; estaba siendo sometida al mayor padecimiento mortal: la humanidad. Los valores de Saori Kido impedían a Atenea dañar, no solo a su caballero, sino también a su amigo y confidente.

Mü se acercó lentamente a la joven con intención de ayudarla, pero cuando estaba a un par de pasos de ella, algo empezó a robarle la esencia. En ese momento Atenea se levantó del suelo, dispuesta a absorber el alma de su noble servidor.

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Abrió los ojos, sobresaltado.

Las lágrimas le caían por las mejillas mezclándose con el sudor que cubría su rostro, le costaba respirar. Salió de la cama y se sentó en el borde. Odiaba aquella pesadilla, era de las pocas cosas que no soportaba; le desvelaba y le hacía sentir incómodo consigo mismo, con su pasado y su presente.

DIFERENTEֆ {Saint Seiya} (Mü x Shaka) (Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora