Renacer

78 1 1
                                    

De lejos se podia escuchar el eco de los pajaros, del viento sobre las ramas de los pinos y un ligero sonido parecido al caudal de agua de algun arroyo en la lejania. Satarah seguia inconciente en un charco de sangre inmenso que mezclado con el agua de las recientes lluvias parecia un pozo profundo y a punto de ahogarse en el.

Nunca habia perdido de esa manera tan vil, sabia muy en el fondo que las reglas del juego eran que no habia reglas, los inmortales no le temian a nada, desde que sabian que la muerte no era un digno adversario para ellos.

Solo una gota de rocio que cayò en la mejilla de Satarah basto para que recobrara el conocimiento, abrìo los ojos, tomo su primer suspiro desde que el corazòn se le habia parado en un infarto y prosiguio a ponerse de pie.

Su cabello color miel estaba grasoso y mezclado con el lodo seco parecia un nido de pajaros, tenia magulladuras por todos sus brazos y piernas, como si alguien aun despues de muerta la hubiera seguido torturando. Satarah al darse cuenta de aquello le vino a la cabeza la imagen de Sèfora, esa sucia arpia no le habia bastado con sus trucos sucios. Satarah sintio un pinchazo en el corazòn, como si alguien le estuviera incertando una aguja, se llevo sus manos al pecho y se agacho tratando de oprimir aquel dolor.

Al parecer el volver a nacer te quitaba las heridas fisicas pero no las del corazòn, Sebastian, el hecho de pronunciar su nombre en su cabeza le venian las ganas de arrasar con el bosque entero, arrancar arbol por arbol con sus propias manos, de gritar hasta que no le quedara voz y matar a todo ser viviente en un radio de un kilometro.

No queria llorar pero el recuerdo de sus suaves manos que una vez tocaron su dorso desnudo, sus labios rosas y suaves que la llenaron de besos en todo su cuerpo, pero sobre todo, esos ojos que no eran rojos ni naranjas si no ambos difuminados hasta conformar su pupila negra. Las veces en que Sebastian controlaba el fuego y formaba con el, las siluetas de personajes bailando, de animales y de flores, con cada petalo hecho a detalle que le sacaron a Satarah mas de una sonrisa, era magia que nunca se habia imaginado que estuviera tan cerca de ella.

Pero todo, absolutamente todo era un acto, inclusive sus palabras, sus gestos, sus sonrisas, sus caricias; las lagrimas empezaron a caer por sì solas, como si no pudiera controlarlas y grito, grito tan fuerte que una bandada de pajaros salio volando de los arboles. Satarah queria venganza, ya no iba a dejar que Seforà la pisoteara por algo que paso hace màs de cien años, ya no se sentiria culpable por algo que no habia sido su culpa; ahora iba a ser ella la mala de la historia.

Se limpio las lagrimas, se enderezo con la vista al frente y decidio que si iba a renacer, seria una persona totalmente nueva, la Satarah dulce de antes habia muerto; lo primero que tenia que hacer era ver cuanto tiempo habia estado muerta, la tradiciòn dictaba que un mes despues de terminado el juego, los competidores se reunirian en el salòn blanco, para decidir quien queria seguir en el juego y cuales serian los retos de la proxima partida, pero primero tenia que pasar a la mansiòn con su familia de acogida los Maeegard.

Los Maeegard era una familia de simples mortales, que le habian jurado lealtad a Satarah con la unica condiciòn de que ellos guardaran y administraran toda la fortuna que ella habia ido acumulando a lo largo de su vida; era algo que se le habia ocurrido luego de tener que pasar la molestia de ir de un lugar a otro para no levantar sospechas del porque nunca envejecia, era una forma facil de salir, pero al mismo tiempo de pertenecer en un lugar fijo pero con la comodidad de no tener que llevar una caja fuerte a todos lados. 

Toco la puerta de una enorme mansiòn, antes de llegar a ese vecindario tan lujoso tuvo que limpiarse por completo en un lago cercano al bosque, incluso tuvo que lavar su ropa solo con agua, pero ni aun asi logro verse lo mas decente, solo esperaba que los vecinos no alertaran a la policia sobre que algun paciente del manicomnio se habia escapado, en serio, no era su mejor dìa, ni su mejor semblante. Volvio a tocar, pero esta vez mas fuerte, tenia que entrar a como diera lugar.

Una joven al parecer de su misma edad, en apariencia al menos, abrio la puerta, la miro de pies a cabeza y cerro de un portazo. Satarah estaba que hechaba humo, gracias a ella tenia esa malcriada esa casa, su ropa y todos los objetos de valor que parecia notar a su alrededor, volvio a tocar con màs fuerza, pero esta vez fue una señora la que abrio.

-Satarah...eres tu- lo dijo con cierto aire de duda -¿Què te ha pasado?-

-Me alegro de verte Emireth- Satarah, no podia creer lo que veian sus ojos, cuando dejo a Em, apenas tenia veinte años, y era una joven de cabello largo, rubio y con ojos verdes que brillaban por el nacimiento de su primera hija, ahora tenia el cabello corto y las marcas de la edad estaban presentes en toda ella.

-Pasa, antes de que te vean los vecinos, ¡Emma!- llamo a su hija, que era como si viera la versiòn joven de Emireth.

-Mande mamà, ya te deshiciste de la pordiosera.-

Emireth le clavo una mirada asesina a su hija, mientras que ella miraba a la pordiosera, como si la estuviera examinando.

-Por dios, eres Satarah, perdòn, en serio, no sabia que eras tù, solo te conocia por fotos, en serio lo siento- la disculpa de Emma, sonaba honesta, por lo que Satarah sonrio y dijo -No te preocupes, no era tu intenciòn-

-Emma, guia a Satarah al cuarto de huespedes para que se de una ducha y busca entre tu ropa algo que le quede, para que se cambie, de mientras le pedire a Roger que prepare algo de comer-

Emma obedecio de inmediato y por un leve instante Satarah respiro el aire de aquel lugar y se sintio como en casa, luego pensaria la forma de ganar el juego, pero por el momento necesitaba una ducha de agua caliente. 

El juego de los inmortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora