10. ¿Yes?

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Jezz

Estoy en la fiesta de InStyle con mi jefa, Marcella Lotenberg, tanto ella como yo, nos sentimos fuera de lugar y bastante observadas. El foco de atención está puesto en nosotras. Entorpecemos la comodidad y la calidez de la gente, como una ráfaga de viento que te despeina y te enfría los huesos. En este ballet del Lago de los Cisnes, ella es el cisne negro y yo el patito feo. Aunque yo me siento más un mono sirviente de la bruja malvada Wicked viendo cómo Marcella intenta sonsacarle información a Sophia Davis sobre la próxima portada de la revista. La señorita Davis es la asistente de Laura Brown y, por supuesto, es tan lista e inteligente como yo o, incluso, más; por lo que, enseguida, coge al vuelo lo que pretende mi jefa, sabe de qué palo va y no se deja engatusar, así que no suelta prenda. Es como Hamilton obstaculizando cualquier adelantamiento a Fernando Alonso. Esta conversación me tiene muy entretenida, pero, desde nuestra posición, tengo una visión estratégica de lo que está pasando a pocos metros de nosotras, en el pasillo que va hacia los baños: es Sarah Miller, la archienemiga de Lya, discutiendo con un hombre que no es su acompañante.

Sarah ha llegado a la fiesta enganchada del brazo de Theo James, el actor junto con el que ha grabado el anuncio de Hugo Boss. La publicidad para la que Lya era, prácticamente, perfecta, pero que, al final, eligieron a Sarah por ser, enteramente, perfecta. Menos mal que Lya estos días no se encuentra bien y no ha podido venir hoy a la fiesta, acompañándonos, porque la invité. Si hubiera venido y hubiera visto a la pareja, hubiera estado toda la noche soltando sapos y culebras, echándola hechizos y maleficios y, posiblemente, de vuelta en casa, le hubiera hecho budú.

Por la manera en la que discute con el hombre, me atrevo a decir que son ex-pareja o algo similar. Él no sé quién es, ¿o sí? La verdad es que me suena, pero no sé de qué. No me sale su nombre y ni siquiera lo tengo en la punta de la lengua, así que conocerle, no le conozco. Aunque, posiblemente, me haya cruzado con él en cualquier otra ocasión.

Vuelvo a desviar mi atención a nuestro grupo, puesto que se presenta ante nosotras Laura Brown junto con una morena guapísima, digna de modelo de pasarela.

—Lotenberg, querida, ¿enturbiando a mi amada Sophia? —asalta la señora Brown a mi jefa.

—No, por favor. Laura, ¿cómo puedes pensar eso de mí? —responde mi jefa con un tono falso e irónico—. ¿Qué tal estás, querida? —Se dan dos besos en el aire.

—Muy bien y ya veo que tú estás estupenda. —Aprovecha su respuesta para devolverle el tono falso a mi jefa. La tensión se puede cortar con un cuchillo—. Buenas noches, señorita Bauer, un placer volver a verla. —Esta vez se dirige a mí, cogiendo mis manos y dándoles un cariñoso apretón.

—Lo mismo digo —le respondo a su gesto con un asiento de cabeza y la mejor de mis sonrisas.

—Esta fiesta es fantástica —aborda Marcella intentando sonar menos hostil.

—Lo sé. Como todo lo que organizamos, aunque sus horas de trabajo conlleva... —presume—. Pero, mira, te quiero presentar a Mona Clark, la acompañante de Hunt. Trabaja en Showep, una empresa organizadora de eventos y, a partir de ahora, les contrataré para que organicen todo lo que la revista necesite.

—Encantada, señorita Clark. —Le saluda mi jefa con un asentimiento de cabeza y Mona nos devuelve el mismo gesto a ambas junto con una sonrisa en los labios. Por supuesto, Marcella sabe que Laura Brown está intentando provocarla, está buscando que mi jefa aborde a Mona Clark para darse la satisfacción a sí misma de que Marcella le tiene envidia a ella y a la revista—. ¿Y dónde está el señor Hunt? No le he visto en toda la noche. —Le busca con la mirada.

—Sí, mire... ahí está —indica Laura con la cabeza en dirección al pasillo de los baños. Ahora está solo, mirando con cara nostálgica cómo Sarah se marcha—. ¡Señor Hunt! —le reclama mientras eleva un poco la mano derecha para que la localice entre la multitud. ¿Hunt? ¡¿Él es el diseñador gráfico?! Estoy sorprendida y en mi cabeza ahora mismo todo lo que oigo es mucho barullo: Lya, Sarah, Hunt, Mona y ¿yo? ¿Pero dónde encajo yo en toda esta historia digna de telenovela? Hunt y yo nos conocemos, pero no sé de qué.

—Señor Hunt —le saluda mi jefa muy contenta de verle. Por supuesto, hemos venido a esta fiesta por él. Él la devuelve el saludo besando el dorso de su mano.

—¡¿Tú?! —pregunta incrédulo cuando me ve. Y esa incredulidad se la contagia al resto de presentes en este corrillo. ¡Mierda! Ya sé de qué me suena...

—¿Os conocéis? —pregunta dudosa mi jefa con ese tono típico de "me lo podías haber dicho antes". Y yo la miro sin saber muy bien qué explicaciones darle.

—No, la verdad es que no le he visto en mi vida —miento. Verle, le he visto, pero conocerle, no le conozco.

—Te habré confundido con una de las mujeres que he conocido esta semana. —Me guiña un ojo. ¡¿Pero cómo se le ocurre decirme esto con Mona presente?! Miro a Mona sin dar crédito a las palabras de él y ella se ríe disimuladamente. Entiendo que no son nada, salvo amigos-conocidos.

—Muchas gracias, señor Hunt, por este inciso personal —rompe Marcella este momento incómodo con tono adulador—. Puesto que no se conocen, le presento a mi asistente, Jezz.

—¿Yes? —pregunta como si no diera crédito a mi nombre.

—Jezz. —Asiento.

—Encantado, Sí. —Coge mi mano y besa el dorso, haciendo que se me erice la piel y que se me acelere el corazón.

—No —le respondo. ¿En qué momento ha pensado que mi nombre es "sí" en inglés?

—¿Jessica? —pregunta no sabiendo de donde proviene mi diminutivo.

—Se llama Jezzabel —responde Marcella sin entender este juego.

—Sí, con doble zeta. Pero me llaman Jezz, como jazz pero con e —aclaro. No me gusta que me vacilen.

—Un placer, Jazz con e. —Sé que está intentando hacerse el gracioso, como la primera vez que nos vimos. Pero de nuevo, a mí, no me hace ni pizca de gracia. Intento mantener mi serenidad y no caer en su juego—. Señora Lotenberg, siempre es un placer verla por estas fiestas. —No puedo perder mi templanza, pero, desgraciadamente, la he perdido. Así que me excuso y me alejo de allí.

No entiendo por qué sus palabras siempre tienen efecto en mí y, precisamente, no es un efecto agradable. Sus palabras me cabrean, hacen que quiera huir, hacen que quiera llorar, me agobian. Tiene una presencia tan arrolladora que, estas dos veces que nos hemos visto, me lleva por delante sin detenerse a mirar los daños que pueda causarme. Sé que no estoy pasando por un buen momento personal y, por esto, puede afectarme más de lo que lo haría en condiciones normales; pero sigo sin entender su manera de comportarse conmigo. ¿Es que me ha visto cara de bufón? ¿O me ha visto como un objetivo del que poder reírse siempre que quiera divertirse? Estoy cansada de que la gente me vacile, de que se rían de mí, de que me vean un blanco fácil por el simple hecho de ser risueña y dulce. No soy débil, ni inocente, ni ignorante. Soy mucho más que todo lo que se ve a simple vista con un par de sonrisas.

Salgo al balcón para tomar el aire. Sé que estamos a 2 de noviembre y que hace frío, pero necesito que el fresco baje mi temperatura corporal, puesto que me arde la sangre del enfado que tengo. Y no sólo es un enfado con la gente, también es un enfado conmigo, porque yo también tengo culpa al permitir que me traten así.

Miro al cielo y observo las estrellas que le iluminan, cualquiera de ellas podría ser mi padre. Así que las admiro todas, mientras, mentalmente, hablo con mi padre y le pido que me mande fuerza para superar a los tipos como Hunt y que me ayude a ser como soy y poder mostrarme al mundo. No puedo evitar que, mientras, se me derrame alguna lágrima.

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