1. No somos nada

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Saúl

    Abro los ojos, despierto boca arriba sobre la cama. Estoy un poco desorientado y me duele la cabeza. Está claro, tengo una resaca del quince. Miro a mi alrededor con los ojos entornados, puesto que entra la luz del sol por el ventanal y es un tanto molesto. ¿Anoche no cerré las cortinas? Me giro sobre el lado izquierdo y me encuentro con una melena morena y larga. Intento hacer memoria de qué pasó anoche, puesto que no recuerdo nada. Sí que bebí. Huelo el pelo de la mujer que tengo al lado y huele a jazmín y miel igual que Sarah. ¿Es Sarah? Sí, es ella. ¡Mierda! Es la segunda vez que se queda a dormir y eso que le tengo dicho que, después del polvo, se vaya a su casa. No quiero mujeres en mi cama si no es para follar. No soy de achuchones y arrumacos. No soy de sentimientos ni emociones. Soy de hechos y cuanto más placenteros, mejor. ¿Debería despertarla para repetirle el sermón del sábado pasado y, así, echarla sutilmente de mi cama y de mi casa? No, obvio. No soy tan cabrón. Pero, es cierto que, este hecho me molesta y mucho. Me gusta mi solitaria intimidad. Soy feliz así: solo por el día, acompañado por la noche. 

    Me levanto de la cama por si se percata de que falta alguien a su lado, por si el hecho de no tener mi presencia cerca le delata que ya es de día, ya que los rayos del sol están bañando su rostro y ni se inmuta. Me pongo los calzoncillos de anoche que están tirados a los pies de la cama y me acerco al armario a coger mi bata. Así, a medio vestir y sin pasar por la ducha, me acerco a la máquina de café de la cocina y la pongo a punto. A ver si con el olor del café, Sarah se da por aludida. Cuanto antes se vaya, mejor. Así podré seguir adelante con el día sin estar pendiente de otra persona que no sea yo. Puede sonar un tanto egocéntrico y egoísta, pero como he dicho antes, me gusta estar solo. Me gusta estar conmigo, conocerme. Me caigo simpático y gracioso. Y eso, no tiene nada que ver con Narciso, sino con estar feliz con uno mismo, conocerse y quererse. No siempre he sido así.

Antes era muy inseguro, tenía muy baja autoestima, me dejaba influenciar por los demás, no me gustaba cómo era la persona en la que me estaba convirtiendo. Por eso, tomé cartas en el asunto y estuve yendo a un psicólogo, quien me ayudó muchísimo y me recomendó hacer cursos de autoconocimiento. En ese momento, me sonó a chino y el primer día de clase me sentí como un pez fuera del agua. En serio, las charlas tenían sentido, eran antropología del ser humano. Pero los ejercicios a poner en práctica... parecían pura majadería sacada de una secta.

    El café ya está hecho y Sarah sigue durmiendo. Me sirvo una taza y paseo por el gran ventanal, que ocupa toda la longitud de mi apartamento, admirando las vistas de Manhattan. Por un momento, vislumbro una mancha borrosa en el cristal. Me acerco y me invaden recuerdos de la noche que creía desaparecidos en el cajón de objetos perdidos. Sarah y yo follando contra el ventanal. Su espalda golpeándolo a la vez que la embisto. Me encanta follar con vistas. Observar su cara sudada, sus ojos en blanco y desorbitados, sus labios abiertos soltando suspiros y gemidos de placer es un lienzo con la ciudad detrás y el cielo oscureciéndose, ajenos a todo lo que pasa aquí dentro. Fuera, todo sigue su compás, sigue su ritmo, mientras aquí, el tiempo se ralentiza, disminuye hasta solo ser detalles imperceptibles ante la magnitud del exterior: vino, velas, ropa revuelta en el suelo y sexo.

    Este apartamento me proporciona la libertad que siempre quise, es como estar a la intemperie respirando aire puro. Mire donde mire, tengo todo lo que quiero, material e intangible. Aunque mis amigos piensan que me falta lo primordial para sobrevivir en este mundo: el amor. Pero eso, para mí, es algo serio, no es tan mundano como lo pintan, no es una tradición o una cultura. Para mí, el amor es un embrujo de los dioses, haciendo que dos personas conecten a nivel celestial en el plano terrenal. No sé si es por el concepto que yo tengo del amor, pero nunca se me ha puesto delante "esa persona". Así que, hasta que llegue ese momento, si es que llega, disfruto del camino de la vida. Estoy vivo y tengo que celebrarlo. ¿Y qué mejor manera que complaciéndome? La vida está para vivirla y gozarla al máximo. De ahí que tenga ahora mismo a Sarah en mi cama, es mi polvo de las últimas noches. Aunque no sé si seguirá siéndolo después de haberse saltado las normas por segunda vez.

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