7. ¡Eh, no me dejes así!

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Saúl

Estoy muy cachondo, por lo que esta calentura no me deja pensar con claridad. Me guío por el instinto y confío en él. Miro sus ojos angelicales y veo duda en ellos, no está muy convencida de lo que aquí dentro va a pasar. Y la entiendo, también es mi primera vez. Tiro de su mano para acercarla a mí. Ella avanza muy lentamente, haciendo presente la duda en sus pasos. Cuando llega a mí, inclino la cabeza posando mi frente sobre la suya y, así, observar sus ojos. Los miro viajando a través de ellos, buscando sus pensamientos. Sin palabras, hablamos y, sin poder quitarnos estas máscaras, nos besamos. Sé que tiene dudas, porque yo también las tengo.

Me aparto de ella sin soltarle la mano, quiero ir despacio para darle la oportunidad de que confíe en mí. Me posiciono detrás de ella, como cuando estábamos en la pista de baile. Me pongo a la altura de su oído derecho, para que oiga mi respiración relajada y, así, infundirle calma. Me percato de que, este hecho, le ha excitado, puesto que se le ha erizado la piel. Quiero que se sienta segura conmigo, por lo que comienzo a acariciarle su sedosa piel, sólo con la yema de los dedos, muy despacio. Ella echa la cabeza hacia atrás y la apoya debajo de mi hombro izquierdo. Me inclino y la miro a los ojos, ella observa los míos. Nos miramos mientras yo le produzco placer de la manera más sencilla, con sutiles caricias. Aunque, de vez en cuando, cierra los ojos concentrándose en el magnetismo de mi piel rozando con la suya. Siento que su cuerpo se está abriendo al diálogo de placer, deseo y pasión, con prudencia y sin precipitaciones. Sigo el camino de su anatomía pasando por sus brazos, su cuello y su espalda sin apartar mis ojos y mi aliento de ella. Quiero que escuche como reacciono ante tenerla bajo mis dedos, quiero ver como reacciona ella ante el placer que le estoy brindando.

Continúo la senda sobre su piel hasta encontrar el nudo de su parte de arriba. Lo desato y cae al suelo con un sonido imperceptible, aunque ella parece escucharlo. Agacha la cabeza y se queda mirando esa parte de ella ahí tendida, parece que añora esa tela perdida, pero no es el momento de rendirse. Así que, para reprenderla y traerla a la realidad, engancho en mis manos sus trenzas y tiro de ellas hasta que vuelve a la posición anterior. Sé que le ha dolido, le he hecho daño, pero es ese tipo de daño que trae consigo un intenso placer. Cojo su seno derecho con ansia, no es pequeño ni grande, es perfecto porque se amolda a mi mano. Y a ella se le escapa un gemido. Deseo acallar con mi boca sus gemidos, quiero besarla, pero no podemos besarnos. Me mira pidiendo más y sus deseos son órdenes para mí. Meto los dedos por las costuras de sus mallas tirando de ellas hacia abajo y, a la vez, bajo con ellas. Mientras, el dorso de mis dedos acaricia sus largas piernas, sin desviar mis ojos de los suyos. Quedo a sus pies, ella es mi Afrodita y yo soy su fiel siervo.

Me levanto y ella se posiciona frente a mí, delante de la cama. Repaso su cuerpo de abajo a arriba, está totalmente desnuda. Es sensualidad y belleza. Es un manjar que estoy dispuesto a probar. Siento que confía en mí, su mirada me transmite seguridad. Avanzo hacia ella, mientras ella retrocede sus pasos hasta sentarse en el borde de la cama. Ya no es la chica tímida y temblorosa de hace un momento, ahora es una mujer, la feminidad en persona. Mmm... y está juguetona. Me quito la corbata y le tapo los ojos con ella, para lo que quiero hacer es necesario quitarme la máscara y no quiero que me conozca, me gusta mantener este misterio. Ahora es mía y yo soy un león hambriento.

Le doy la espalda y me quito la máscara, dejándola encima de una silla. Me arrodillo ante ella, clavo mis dedos en sus muslos, cerrados, por encima de sus rodillas, abro sus piernas para tener acceso total a su parte más húmeda. Mi respiración ya no es serena, ahora es agitada, está dominada por el deseo y el desenfreno. Llevo mi mano derecha desde su muslo hasta su entrepierna y paso el dedo pulgar por toda su abertura, ella jadea de placer. ¡Dios! Qué mojada está. Me estoy volviendo loco. Me chupo el dedo, cual niño pequeño simulando tener un chupete. Sabe salado, sabe a mar. No puedo más de la excitación. Soy Hefesto, dios del fuego, y quien ose a tocarme, se quemará.

Me desvisto y, con cada prenda que dejo caer al suelo, el deseo de tenerla entre mis brazos crece. Estoy completamente desnudo, pero no puede verme. Me arrodillo nuevamente, le pongo una mano en el pecho y, suavemente, la empujo para que quede tumbada sobre la cama, para que su monte de Venus sea mi Olimpo. Me acerco despacio a su entrepierna, sediento de ella y hambriento de su cuerpo. Saco la lengua y la paso por toda su hendidura, saboreando todo en el camino, de abajo a arriba. Sigo lamiendo para saciar mi sed y ella gime, jadea bajo mis estímulos, aumentando mis ganas de ella. No sé si podré satisfacer mis deseos, porque quiero más... Juego con su clítoris elevando el nivel de sexo oral amateur a profesional. Ella eleva y desciende sus caderas marcando el ritmo; mientras, lleva sus manos a mi cabeza y me coge del pelo, a la vez que me aprieta más hacia sí. Está disfrutando y la tengo a punto de correrse. Así que cojo mi dedo índice, lo introduzco y ella lo agradece con un suspiro de placer, juego un poco y añado el dedo corazón a la ecuación. Haciendo que en pocos segundos llegue al clímax.

Siento como su vagina palpita con mis dedos dentro de ella, tiene la respiración entrecortada y agitada. Me separo y le doy la espalda para coger la máscara de la silla donde la he dejado y ponérmela de nuevo. Silencio, sólo hay silencio, aunque los dos bien sabemos que detrás de él se esconden los jadeos, suspiros y gemidos de placer. Me vuelvo y nuestras miradas se encuentran, se ha quitado la corbata que cubría sus preciosos ojos azules y se la ha colocado en su cuello, dejando que los extremos caigan por el medio de sus pechos. No sé qué hacer, siempre que tengo sexo con una mujer estoy seguro de mis movimientos, estoy seguro de mis actos. Pero, con ella ahora mismo no estoy seguro de nada. Intento pensar rápido y me acuerdo de que tenemos juguetes sexuales y enseres de todo tipo. Así que, decido coger las esposas. Aunque no es necesario encadenarla, ella ha estado a mi merced y se ha portado bien. Estira un brazo en mi dirección con la palma hacia arriba, dispuesta a que le ceda las esposas, así que intuyo que quiere ser la dominante ahora. Pero lleva siendo la dominante toda la noche, yo solo cumplo sus deseos. Le acaricio porque su piel me lo ruega, la desnudo porque sus ojos me lo imploran y la llevo al orgasmo porque sus jadeantes labios me lo suplican. Pero sigo sucumbiendo a ella y le doy las esposas. Se levanta y nuestras miradas se cruzan. Me siento sobre la cama e intento tumbarme, mientras la engancho de la corbata y la traigo hacia mí. Cuando estoy tumbado, pongo los brazos sobre mí, hacia el cabecero de la cama, para que me espose y me inmovilice. Quiero dejarme llevar por lo que quiera hacerme. Es lo justo después de haberla tenido cegada durante mi deleite.

Comienza a bailar sexy y sensual encima de mí. Toca mi torso y se toca ella, jugando con sus pechos y la corbata. Estoy perdiendo el sentido y mi polla se endurece tanto que siento que va a explotar sin haber hecho nada aún. Ella se percata y comienza a masturbarme, sin dejar de lado su baile. Me gusta. Me gusta y mucho. Aunque preferiría sus labios alrededor de mí, su lengua saboreándome, como he hecho yo con ella. Lo apunto en mi lista de cosas pendientes para la próxima vez que vea a esta musa del mismísimo Botticelli. Pero entiendo que no se quiera quitar la máscara. Estoy muy excitado y ella lo nota, así que se acerca a una de las mesillas y coge un condón. Intenta abrir el envoltorio una primera vez y no lo consigue, lo sigue intentando algunas veces más, pero nada. Le tiemblan las manos, por lo que se está poniendo muy nerviosa. Y, de golpe y porrazo, desiste de seguir intentándolo.

— Suéltame —le digo imperativamente. Así, abro yo el condón y le podremos poner fin a toda esta tensión sexual.

Me mira y percibo timidez en sus ojos. Se está avergonzando de toda esta situación, lo veo en ellos. Me retira la mirada y, a toda prisa, recoge su ropa del suelo. No doy crédito a lo que está pasando. ¡¿Está huyendo?! Vale, si no quería seguir, ¿tan difícil es decirlo? "Oye mira, no quiero seguir con esto" y todos tan amigos. ¿Acaso no la he dado la suficiente confianza como para que me lo dijera? ¡Joder, que la acabo de comer el coño! Y hablando de eso... ¡me deja a medias! ¡Qué a medias... Si apenas hemos empezado!

— ¡Eh, no me dejes así! ¡Suéltame! —le grito pero ella parece no escucharme.— ¡Rubia! —Ella se marcha como alma que lleva al diablo y cierra la puerta tras de sí de un portazo. ¡Mierda! Y se ha llevado mi corbata, otra prenda que pierdo esta semana a manos de una mujer.

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