Jezz
Nunca, en mi vida, me he encontrado en una situación semejante, a la par de incómoda: en la parte de atrás de un taxi junto a Hunt y Mona Clark. Yo estoy sentada junto a la puerta, pierna con pierna. La otra pierna pertenece a Mona y menos mal... me llega a tocar ir sentada junto a Hunt y no sé qué puede ser de mí. Me pone tan nerviosa que todo mi interior arde, no me extrañaría que en cualquier momento me desmayara, porque mi sangre se haya evaporado.
Parecemos las tres mellizas, los tres cerditos embutidos en el estómago del lobo. Vamos como sardinas enlatadas, aunque ellos dos sean besugos y yo, una anchoa. Intento no desviar mi atención de las calles de Nueva York a través de la ventanilla, recitando mentalmente el cántico de Dorothy: "se está mejor en casa que en ningún sitio"; aunque yo no tengo los chapines de rubíes que me teletransporten al instante. Así que, hasta llegar a mi casa, tengo que hacer de tripas corazón y aguantar el chaparrón. Mona no para de buscar cualquier tipo de acercamiento con Hunt. Ahora mismo le ha cogido la mano entrelazando sus dedos y, con la otra, le está acariciando lentamente la mano atrapada, desde la punta de los dedos hasta llegar a la muñeca. Es un gesto muy sutil e íntimo que me trae recuerdos a la mente que me gustaría borrar para siempre: Black Mask acariciándome con esa misma sutileza. Sin comerlo ni beberlo, me sumerjo en aquel recuerdo, me sumerjo en aquella noche, ese momento por el que me he repudiado estos días. Pero no soy consciente de mí, ahora mismo no estoy aquí, no estoy en un taxi con ellos, estoy con él en una habitación de hotel.
Cuando me doy cuenta, tengo la mirada puesta en sus manos, en ese suave gesto, donde todos los sentidos se reducen a ése, al tacto de piel con piel; y mi boca está entreabierta, soltando expiraciones excitadas y siento mis mejillas calientes. Me acabo de sonrojar por culpa de la invasión del aquel recuerdo. ¡Qué vergüenza! Viajo mi mirada de sus manos hasta sus caras, con miedo y recelo por si me están observando. Ojalá la tierra me tragara inmediatamente y me vomitara directamente en mi cama. Cuando los miro de frente, me doy cuenta de que siguen a lo suyo, no se han percatado de mi pequeño desvarío, del abordaje pirata a mi navío. Menos mal... Me recoloco y vuelvo a mi previa posición, vuelvo a mirar por la ventanilla las calles de Nueva York.
—¿Sabes? Sé descifrarte por la morfología de tu mano. —Mona rompe el silencio con esta frase que, tanto a mí como a Hunt, nos deja sorprendidos y llenos de dudas. ¿Hay alguien que se crea eso? Sonrío incrédula, mientras sigo con la vista fija por la ventanilla.
—Bueno... ¿Y qué te cuenta mi mano sobre mí? —pregunta Hunt curioso e incrédulo a partes iguales.
—Tus manos son cuadradas y, por lo tanto, eres una persona sencilla. Tus dedos son más o menos iguales, pero el pulgar lo tienes más largo, lo que denota que eres una persona razonable. También eres emprendedor, pragmático y tienes un gran sentido de la justicia. Y en el amor... —hace una pausa para crear intriga e incertidumbre. Y, sin darme cuenta, he vuelto mi cabeza hacia ellos y escucho atenta las palabras de Mona— eres muy sensual, te fijas mucho en el cuerpo, en el aspecto físico de la relación, pero, cuando entregas tu corazón, eres fiel. ¿A qué he dado en el clavo?
—Averígualo. —Y sin más dilación... comienzan a morrearse en mi cara. Ya no sé si ha empezado Hunt o Mona o si han sido los dos. Pero me quedo perpleja. ¡Qué poca vergüenza! Sin embargo, la vergüenza la siento yo y no ellos. Ahora mismo soy Lumière viendo cómo La Bella y La Bestia se pegan el gran festín. No sé donde meterme, estoy por decirles que se corten un poco, de verdad. Vaya besos más agresivos, llenos de sed y deseo. El conductor me mira a través del retrovisor y yo, muerta de pudor, me encojo y regreso la mirada a la calle. La pena, y la sorpresa, es que en el reflejo de mi ventanilla, les veo. Y, no sé por qué, con esta escena que tanto me horroriza, me están entrando calores. ¡No puede ser! Tiene que ser la calefacción del coche.
No quiero mirar, pero no puedo evitarlo. Me fascina cómo el ser humano es capaz de infundir tanto placer sólo con unos besos y unas caricias. Hunt comienza a ascender su mano izquierda, y cuadrada, por la pierna derecha de Mona, por debajo de la falda del vestido, sin percatarse de que la falda sube al mismo ritmo que él. En el reflejo puedo observar cómo los dedos crean hendiduras en su piel, dejando patente su deseo y sus intenciones. A mí nunca me han tocado así, nunca han sentido esa pasión por mí... ¿Me dan envidia? Sí. Quién fuera Mona... y, con este pensamiento, fantaseo. Ya no es Mona quien besa a Hunt, quien enreda los dedos en su pelo, ahora soy yo. Y me dejo llevar por la fantasía.
Bebo de sus labios, tengo sed de sus besos, deseo mimetizarme con él. Tiene los labios tan tiernos que no puedo parar. Mis manos bucean por debajo de su camisa, tocando y memorizando cada poro de su piel y, ella, reacciona ante mis caricias. Es todo tan electrizante que, ahora mismo, seríamos capaces de producir un apagón, en esta parte de la ciudad, por sobrecarga. Mis manos siguen su camino y alcanzo su cuello, su nuez, su mentón... Lo agarro recibiendo unos leves pinchazos en mis dedos por el nacimiento de su barba, pero vuelvo a centrar mi atención en besarle. Le beso y le observo. Sus ojos están cerrados, dejándose llevar por el momento y por las sensaciones. Así que yo hago lo propio, cierro los ojos para tener una experiencia completamente inmersiva y pasional.
—Señorita, ya hemos llegado a la primera parada —me informa el conductor. Salgo de mi fantasía muerta de calor y, sobre todo, de vergüenza. Miro a la calle y sí, estamos en mi portal. Miro a mi izquierda y Mona y Hunt siguen a lo suyo, no sé por qué, pero me cabreo. Me parece que no tienen nada de respeto por los demás.
—Os podíais cortar un poco —les interrumpo. Busco dinero en mi diminuto bolso para pagarle al taxista el camino a casa, mientras los besugos se recomponen y vuelven a ser personas.
—¿Qué pasa? ¿Deseas unirte o qué? —me pregunta Hunt con tono vacilón mientras se recoloca la pajarita.
Mi respuesta no es otra más que un bufido.
—Tome —le digo al taxista mientras le entrego el dinero—. Muchas gracias.— Salgo del taxi.
—Espera, Jezz... No hacía falta que pagaras. —Cierro la puerta del coche sin hacer caso a sus palabras. Esto me recuerda mucho al día del hotel con Black Mask, salí huyendo y cerré la puerta sin escucharle. Pues, tal cual me siento ahora mismo. Me giro dirección a mi portal y el taxi se marcha. Me río a carcajadas por la locura que ha sido esta noche.
ESTÁS LEYENDO
AppRoach
RomanceJezz, una tímida e inocente joven, educada bajo el proverbio de ser una buena madre, una buena esposa y una buena ama de casa; rompe con todo este emblema para permitirse ser ella misma gracias a los consejos de su amiga Lya. Saúl, un diseñador gráf...