11. Eso no significa que seamos enemigos

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Saúl

—Va a coger frío —afirmo al salir al balcón y verla apoyada en la barandilla admirando el firmamento, de espaldas a mí, mientras me acerco y le pongo mi chaqueta del traje sobre los hombros. Me fijo en sus brazos desnudos y veo algunos arañazos, ¿de qué serán? ¿Le habrá pasado algo? Opto por no preguntarle, prefiero no incomodarla más de lo que ya está—. Me sorprende encontrarla aquí. No sabía que trabajaba para Marcella. —Me sitúo a su lado, mientras me apoyo con el brazo derecho en la barandilla.

—Ni yo que usted trabaja para Laura. —Imita mi posición y se queda frente a mí como si fuera el reflejo de un espejo.

—Eso no significa que seamos enemigos —aclaro. Sé que estoy en terreno hostil.

—Pues no lo parece —escupe.

—¿Por qué lo dice? —Deseo averiguar qué es lo que le pasa para que tenga esa actitud tan seria.

—Por su manera de vacilarme. —Realmente, está molesta.

—¡Ah, ya! —me río divertido y ella endurece sus facciones—. Vamos a trabajar juntos, usted verá si quiere hacerlo en paz o en guerra —le digo con tono vacilón, lo único que quiero es que se relaje.

—Lo haré en paz cuando usted deje de dirigirse a mí de esa forma. —¡Uf! Vienen curvas.

—Lo siento, era broma. Me gusta romper el hielo... —No me deja terminar de hablar.

—Yendo de gracioso cuando no tiene ni un ápice de gracia —afirma.

—Qué fría... —Eso duele.

—Usted se cree encantador, ¿verdad? —Me devuelve la chaqueta y se queda de pie, de espaldas a la barandilla, dispuesta a marcharse en cualquier momento.

—Es que lo soy —afirmo con una de mis sonrisas.

—Qué creído —sentencia. No hay manera de que relaje el semblante.

—Está bien. —Levanto las manos en modo de rendición—. Intentaré ser más... —Busco las palabras adecuadas.— como usted: frío y distante.

—Muy bien. Agradeceré su esfuerzo. Si me permite, he de volver. —Echa a andar camino del interior.

—La acompaño. —Voy tras ella y no puedo evitar mirarle el culo, igual que el día que huyó.

Durante toda la velada intento estar en el aquí y en el ahora, centrar mi atención en las conversaciones que están teniendo lugar frente a mí; estar con Mona, conocerla mejor, al igual que a Jezz. Voy a trabajar con ambas y es necesario crear un buen vínculo de trabajo, para poder estar cómodos. Pero se me hace tarea difícil teniendo a muy pocos metros a Sarah con el tipejo ese. Me paso toda la noche mirándola de reojo, estoy más pendiente de ella que de lo que sucede a mi alrededor. Ya pueden venir tempestades que ni me entero. Estoy en mi propia burbuja, en mis mundos de yupi. Hoy está tan guapa... Veo que se ríe cuando Cuatro le dice algo al oído, mientras tiene su sucia mano puesta en lo más bajo de su espalda. Y ella le responde algo devolviéndole el susurro, con sus carnosos labios tono vino. Hecho que sólo consigue que me ponga más celoso. De repente, estos pensamientos se ven eclipsados por los de la noche de Halloween, pensamientos fugaces que rebotan en mi cabeza mezclándose con los anteriores. Necesito aclararme. ¿Qué es lo que quieres, Saúl? ¿Qué es lo que deseas?

Sé que parezco un completo idiota, a veces me puede el orgullo y el temperamento, el fuego que corre por mis venas. Heráclito decía que el fuego era destrucción y renovación, así que, posiblemente, debería emplear este fuego en transformarme, en generar otro yo. En mejorar mi versión. No por Sarah ni por ninguna mujer, sino por mí.

—Saúl, ¿entonces, nos vemos el lunes? —Marcella me saca de mi ensimismamiento y me doy cuenta de que me llama por mi nombre de pila y no por mi apellido, eso significa que hemos dado un paso adelante en cuanto a confianza se trata.

—Sí, claro. El lunes me tendrás en la revista. —Le guiño un ojo y de seguido le muestro mi sonrisa.

—Perfecto. Hasta el lunes entonces. —Se acerca para darme dos besos. ¿Pero qué hora es? He estado tan metido en mí que no me he dado cuenta de que fuera los minutos pasan. Echo un vistazo a mi reloj, son las once de la noche y me rugen las tripas. ¡Qué vergüenza! Pero es cierto que no he probado bocado de ningún canapé durante toda la noche, he pasado demasiado tiempo encerrado en mi mente. Creo que es hora de que nos marchemos.

—Mona, parece que esta fiesta está terminando, ¿te apetece que salgamos a cenar algo? —le pregunto justo en el momento en el que Jezz se acercaba a mí para despedirse.

—Me parece una idea fantástica —me responde.

—Os acompañamos a la salida —le digo a Jezz para que sepa que no la he ignorado a propósito. Aunque, no negaré que, la cara que ha puesto, cuando le he hecho la cobra, ha sido de lo más graciosa. Lady Gaga la catalogaría de poker face.

Nos acercamos al guardarropa a recoger nuestros abrigos y, como soy todo un caballero, cojo el abrigo de Marcella y se lo pongo. La señora Lotenberg siempre me ha tratado muy bien y me parece una persona muy tierna. Aunque es cierto que no se pierde ni una, sabe más el diablo por viejo que por diablo y ella es una diabla en toda regla. Me recuerda a mi madre, pero a ella no la tengo aquí. Así que no la puedo mimar ni cuidar. Siento que haciendo este gesto por Marcella, en el fondo, también lo estoy haciendo por mi madre. Ella me lo agradece con un "gracias" y una sonrisa sincera muy paternal. Después, cojo el abrigo de Mona y, hago el mismo movimiento, se lo pongo y ella me lo agradece de una manera mucho más coqueta, mueve sus pestañas, sonríe de una manera sexy y me mira con deseo. Cuando cojo el abrigo de Jezz, mi primer pensamiento es hacer lo mismo que con Marcella y Mona, pero, inmediatamente, recuerdo nuestra breve conversación previa en el balcón...

Usted se cree encantador, ¿verdad?... Qué creído.

Recuerdo prometerle que iba a ser más frío y distante, justo como ella quiere. Así que opto por pasarle el abrigo, aunque, por su cara de fastidio, hago bien en suponer que le ha molestado que le haya tratado diferente. Pero es lo que ella quería, ¿no? La verdad es que el lenguaje femenino se escapa a mi entendimiento. Me dice que quiere que no sea tal y como soy, sino que sea más bien como ella, y me estoy esforzando por ser como ella pide para no hacerla sentir más incómoda, pero sigue sintiéndose incómoda bajo mi comportamiento. Entonces, ¿qué quiere? Porque no lo sé y, creo, que ella tampoco lo sabe. Me enerva no saber de qué va la vaina, creo que necesito un diccionario del idioma de las mujeres. No me gusta generalizar, pero tanto Sarah como Jezz actúan parecido. Espero que Mona sea diferente.

Salimos a la calle y pido un taxi para Marcella, le abro la puerta y le ofrezco mi mano para ayudarla a subir al vehículo. Me despido de ella con un "hasta el lunes" y el taxi se marcha. Me quedo mirando cómo se va alejando, cómo, cada vez, por estar más lejos, se ve más pequeño, cómo la oscuridad de la noche y los monumentales edificios lo engullen. Así siento a Sarah, siento que cada vez está más lejos de mí, que su vida, en la que yo ya no estoy, la devora a una rapidez pasmosa. No comprendo cómo se puede olvidar tan fácilmente de mí y yo, sin embargo, no soy capaz de olvidarme de ella, de su olor, de su risa, de cómo sus ojos observan los míos... ¿Estaré enamorado? ¡Qué va! Nunca me he enamorado, así que no sé qué es lo que se siente.

—¿Saúl? —Mona me devuelve al mundo real. A saber qué es lo que piensa de mí, llevo toda la velada enzarzado con mis pensamientos sobre Sarah, ignorando a cada rato lo que a mi alrededor sucede. A ver si espabilo de una vez y dejo de suspirar y respirar sólo por una persona, por una persona que no quiere saber nada más de mí, que ha cortado de raíz cualquier cosa que tenga que ver conmigo. Ella sigue en la fiesta, feliz con su Cuatro y, seguro, tendrá un cinco, un seis... y todos los números que ella quiera; infinitos, si se le antoja, porque ella lo merece, lo merece todo. Saúl, ¡ya! Tronco, hasta aquí hemos llegado. Mira a Mona, que la tienes al lado, y a la inocente Jezz, que también está aquí fuera contigo. Tú también tienes innumerables números.

—¡Taxi! —llamo a un taxi que pasa por donde estamos. Éste frena, abro la puerta e invito a entrar a Mona. Ella mira hacia Jezz para que sea la primera en entrar y yo sólo puedo sembrar duda y, a su vez, sorpresa en mi semblante. ¿Qué me he perdido? ¿Jezz se viene con nosotros a cenar?

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