🎍Capítulo doce: No llores🎍

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Sentía que llevaba una eternidad buscando a Félix, ya que había pensado que, si pude ver a la niña tal vez a él igual, pero no estaba, solo había personas lamentándose, otras simplemente sentadas como esperando algo, y justo ahí se me vino mi madre a la mente, tal vez Félix haya ido con sus abuelos, así que me dispuse a regresar a casa.

   —Vaya que rápido y solo lo pensé —había aparecido en mi habitación, un don de los fantasmas supongo, baje los escalones y se sentía muy frío el lugar, no había nada, todo estaba en silencio, ¿ya lo sabrán?

Salí de casa y caminé sin rumbo, llegando al hogar de Félix, pero todo estaba igual

   —Oh, hoy es tu funeral —dijo una voz de un anciano cerca de mi provocando que me sobresaltara

   —¿Cómo lo sabes? —cuestione, no quería saber realmente quien era

   —Llevas dos días vagando muchacho, tienes que irte hoy, solo ven a visitar a tu familia el día de tu aniversario —consejo, pero sentía que tenía que encontrar a Félix, y tal vez despedirme de mi madre, no había podido decirle adiós

   —Gracias, lo tomaré en cuenta —respondí y me marché. Llegue a donde era mi funeral, había varios rostros familiares, me percate que Amy no estaba aquí, lo comprendía era una niña, como para ver tantas caras tristes; me acerque un poco más y de igual manera estaba a tan solo un metro de mí el ataúd de Félix, su abuelo conservaba la postura, algunos familiares y personas cercanas lloraban en silencio, pero su abuela lloraba en cuclillas en el pasto, pidiendo que le devolvieran a su niño; sentí mucho pesar, "Descuide señora, me aseguraré de que él se vaya a un lugar mejor" le dije en voz alta, pero claro que nadie me escucho; entonces me atreví a ver los que estaban conmigo, algunos familiares, amigos cercanos de mi padre que me conocían desde pequeño, Agnés, secando sus lágrimas antes de que rodaran por sus mejillas, con la nariz roja e hinchada, a un lado de ella mi grandioso padre, con el corazón roto, los ojos llenos de lágrimas, golpeándose el pecho despacio para no dejar salir el llanto, y después mi madre, sin ninguna expresión en su rostro, congelada, mirando fijamente mi ataúd, ¿por qué no lloraba?, quisiera abrazarla, pero me era imposible, y busqué entre la multitud, Bas no estaba, ¿por qué?, oh, igual si pienso en él aparezca a su lado, cerré los ojos y cuando los abrí ahí estaba, con un traje de gala negro, llorando desconsoladamente, mientras que varias personas lo miraban, esta era su casa, ¿qué sucedió aquí?, me sentía confundido, de pronto su padre lo tomo por el brazo y lo llevo a fuera, los seguí.

   —Basta, todos te miran —regaño entre dientes su padre, Bas se limpió los ojos con su antebrazo y lo miro directamente al rostro 

   —¿Cómo debería estar, he?, todos me dejaron —contesto, ¿todos?

   —Jajaja, no me hagas reír maldito niño inútil... si hubieras muerto junto con ellos ahora mismo nadie estaría en tu funeral, mírate como niñita llorando por esa mujer que no le importo dejarte solo en este mundo, y esos ridículos chicos, ¿creías qué eran tus amigos?, solo te tenían lastima, ¿quién quisiera estar con una basura como tú? —comento escupiéndole la mejilla y entro a la casa, Bastián se quedó ahí por unos segundos, se limpió la saliva y se dio la vuelta para salir de casa.

Bastián

Corrí hasta sentir que mis pulmones iban a colapsar, cuando no pude más me dejé caer al suelo, y comencé a llorar fuertemente, sin importar las miradas de las personas que pasaban a mi lado

   —¡Ah! —grité con furia, ahora estaba solo, no tenía a nadie, los únicos que siempre estaban para sostenerme ya no estaban más, se habían marchado, ahora mismo me sentía abandonado, lo peor es que por un momento fugaz pensé que ese hombre que se hacía llamar mi padre, me abrazaría, que me daría consuelo, crédulamente pensé que aún lo tenía a él.

Jun

Lo siento amigo, pensé al verlo ahí tirado con el alma en pedazos.

Volví a casa cuando sentí la presencia de Amy en mi habitación, y ahí estaba ella, con su puchero formado y sus ojitos llenos de lágrimas, sentada al borde de mi cama

   —¡Dijiste que no morirías jamás! —gritó de repente dejando salir su llanto, y pronto sentí las lágrimas quemar mis mejillas, me puse frente a ella nivelando su estatura y la mire directamente a su pequeño rostro

   —Lo lamento pequeña, rompí esa promesa —mencioné, y mi cabeza se llenó de pensamientos, nunca iba a poder estar con ella nunca más, en su primer día de secundaria, cuando se enamore por primera vez y le rompan el corazón, no podré abrazarla diciéndole que le iba a romper la nariz a ese tipo, tampoco cuando se gradué y obtenga su título, me perderé sus presentaciones de piano, no la veré intentando hacer un deporte, no la veré entrando con su vestido blanco a la iglesia, ni voy a poder cargar a sus hijos, dios ¿por qué?, ¿por qué me haces perderme la vida de mi hermana?

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Espero sigan disfrutando de esta historia, pronto llegaremos a su fin.

Peonías en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora