Día 9

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Día 9: Algo que represente a la otra persona

"La forma en que lo ves es importante. Lo que crees que es, lo que realmente es y lo que podría ser. Muchas relaciones no funcionan por esperar algo de una persona que no es así, entonces piensa. Piensa, piensa. Piénsalo bien. ¿Por qué te gusta? ¿Qué ves en él?"

Era la hora del desayuno y la lechuza del colegio se paró en el borde de la mesa, cuidando no tocar con las plumas la comida de Severus.

Retiró el paquete atado en su pata, ignoró las sutiles miradas de sus compañeros más próximos, le tendió una golosina a la lechuza, y siguió comiendo. Sólo cuando estaba seguro de que todos regresaron a sus conversaciones, puso el paquete frente a él y le quitó el papel marrón que envolvía la pequeña caja.

Era el noveno día. Faltaba poco. La tarde anterior, Remus Lupin lo citó en la biblioteca para explicarle lo que sabía del ritual, cortesía de los casi inexistentes conocimientos de Potter sobre tradiciones sangrepuras.

En el fondo, Severus temía lo que podría encontrar dentro de esa caja, por lo que retrasó el momento de abrirla el máximo posible.

Ya había aceptado que podía no ser una retorcida broma, lo que le daba dos ideas aún más extrañas.

Él le gustaba a alguien.

Le gustaba tanto como para hacer algo tan complejo y tedioso, considerando cada regalo, trabajando por doce días completos en estos.

Y como tenía una sospecha de quién era ese "alguien", sólo lo volvía todavía más raro.

Así que temía. Regresaba a ese punto cada vez que lo pensaba.

Temía que estuviese viendo algo en él que no existía, porque, siendo honesto, el mismo Severus Snape no podía entender lo que le gustaría a alguien de él.

Después de otro momento viendo el paquete, controló el leve temblor de sus manos y lo terminó de abrir. En cuanto divisó el contenido, lo cerró de nuevo, lo recogió y lo metió en su bolsillo deprisa, asegurándose de que no llamaría la atención de nadie.

Apenas acabó su desayuno, salió del Gran Comedor dando zancadas que no eran tan veloces como para hacer parecer que huía, se desvió hacia las mazmorras, y entró a la Sala Común. Corrió el último tramo hacia su cuarto y cerró la puerta a su espalda.

La habitación estaba vacía. Nadie vio a Severus sentándose en la orilla de su cama, con una caja sobre el regazo y los ojos fijos en el obsequio de ese día.

Se había equivocado. No le gustaba admitirlo, pero cuando era un error como ese, no había de otra.

Se equivocó. Ese pensamiento se repetía en su cabeza una y otra, y otra vez.

Creyó que vería algo que no existía en él. En realidad, veía exactamente lo que había.

Era extraño sentirse tan halagado. Tan comprendido. No tenía idea de cómo reaccionar.

En la cajita en su regazo, yacía un broche, una pieza originalmente pensada para ser puesta en una túnica, aunque no creía que esta fuese a tener el mismo uso. Tenía la forma de una corona.

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