Día 11

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Día 11: Algo que represente lo que siente por la persona que recibe los regalos

"Si el amor tuviese forma, ¿qué sería? ¿Su risa? ¿El amanecer en su ventana? ¿Una flor en su almohada?"

Remus sólo dejó escapar un débil "oh" cuando abrió el obsequio. Era una sencilla caja de madera, con una cerradura de baúl miniatura. No parecía tener nada excepcional.

Al levantar la tapa, percibió el calor de una chimenea, el aroma a galletas recién horneadas y chocolate caliente, la textura suave de unas mantas, el murmullo lejano de una conversación, y el vago sonido de alguien que se reía. El interior del cofre era la réplica diminuta de la sala de una casa.

Era un hogar empacado en un cofre.

Remus apoyó la cabeza en uno de los doseles de su cama y mantuvo el cofre sobre su regazo, sus manos a los costados de la cajita. Incluso oía el crepitar de la chimenea, y si cerraba los ojos, no era tan diferente de estar en la Sala Común, en una de esas tardes tranquilas de invierno, en que Sirius dormía una siesta tendido a su lado, recargándose en él, mientras Peter destrozaba a James en ajedrez, para luego fingir que perdía a último momento y hacer feliz al otro.

Era una sensación hermosa.

Remus sonrió y no pudo evitar abrazar el cofre, emocionado por la idea de que al día siguiente acabaría aquello. Y vería a esa persona.

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A Severus lo sorprendió.

A simple vista, el cofre no tenía nada de especial. Fue cuando empujó la tapa, que se separó en dos y le permitió ver el interior, que se dio cuenta de lo que era en realidad.

El cielo.

Un hermoso cielo azul de verano, con algunas nubes que tenían formas divertidas. Le recordaron a cuando era niño y salía de casa mientras sus padres peleaban; era mejor ver el cielo que esconderse bajo la mesa y esperar que se detuviesen.

Estiró una mano hacia la imagen guardada en la caja, vacilante. Ante su contacto, descubrió que podía moverla. Podía cambiar la forma de las nubes con los dedos, y si los deslizaba arriba o abajo, el cielo se desplazaría.

Sin poder contener la chispa de curiosidad, Severus comenzó a deslizar los dedos en la misma dirección, y vio cómo el cielo pasaba a una velocidad cada vez mayor. Era similar a volar, sin la incomodidad de la escoba y el peligro que conllevaba, sólo esa sensación de rapidez, de movimiento, de libertad.

Maravilloso.

Mientras Severus jugaba con las nubes y se desplazaba por el cielo, no paraba de preguntarse qué hechizos utilizó para crear algo así, cuánto tiempo le tomó, si podría ser replicado. Sus dedos continuaban paseando por el cielo, más deprisa, más deprisa, más deprisa, y dejaba atrás las nubes que modificó con las manos.

No se percató de que estaba sonriendo.

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