15. La asfixia más larga

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Lo hacen hablar con muchas personas durante los siguientes tres días, en oficinas y en pasillos y en cuartos cerrados. Algunas le sonríen y le ofrecen asientos cómodos. Otras con suerte lo miran y le entregan carpetas con papeles. Gabriel flota y se desvanece. Un hombre de anteojos le pregunta qué cosas lo ponen nervioso y Gabriel no encuentra palabras para decir pues, todo, por lo que se muerde las uñas y dice eso. Todo.

La silueta de los objetos pierde su forma cada vez que se distrae. Gabriel carga papeles. Le dan unas pastillas que le adormecen el cuerpo, pero no la mente, y con las que puede quedarse quieto por horas pensando en su funesto futuro sin distraerse queriendo enterrarse las uñas en el cuello.

Llega un momento en que está seguro de que nada de eso le está pasando a él y todo lo que ha ocurrido antes en su vida es la última parte de una película de muy mala calidad, resolución terrible, malos subtítulos. Intenta pensar en cosas agradables, como tardes con su perro o su puñado de recuerdos gratos de niñez o algunas de las charlas con Ana, pero todo está empapado en surrealismo. Cada vez que intenta rememorar, agujeros aparecen en el suelo de su imaginación.

La psicóloga le dijo hace mucho tiempo que esos momentos de desconexión, cuando sentía que su cuerpo no era suyo y que se estaba mirando existir, sentado en la habitación que la vida le había asignado, y la realidad se convertía en paredes blandas en un sueño que no acabaría jamás, se llamaban disociación. Mi cerebro intentando huir se dice Gabriel cuando sus manos cosquillean.

Saber los nombres de las cosas rara vez cambia su naturaleza. Es como un viaje astral sin moverte de tu lugar. Las primeras veces que pasó le dio miedo y aún puede saborear el terror si intenta recordarlo, pero ahora solo lo deja desazonado. La comida no sabe nada y las voces de las personas son ruido de estática de una radio averiada. Los días pasan uno tras otro sin que nada los diferencie, en lo que a su percepción respecta. Los mismos personajes, los mismos diálogos, los mismos escenarios. Nada le acelera la sangre.

—Dado que hemos recibido una confesión de parte del involucrado, la cual ha sido confirmada, y él ha accedido a apoyar la investigación, hemos...

Es mejor así, de cierta manera, porque si estuviera como se sintió en la comisaría, estaría hiperventilando en todos los baños que pudiera pillar. Anestesia cerebral natural, piensa al mirarse las uñas, sentado en espera en un lugar que debería aterrarlo. Si se enfoca, puede tocar la ansiedad creciendo en él.

Está en un cuarto pequeño lleno de bancas de madera. Hablan de él. Su mamá tiene una de sus manos apresadas entre las suyas, frías y ásperas, pero ella también parece de mentira cuando Gabriel la mira. Quiere que le suelte la mano para buscar su mechero, pero sería inútil porque no llevo ninguno consigo. Todo parece una actuación y pronto será su turno de leer sus líneas, pero su memoria no es tan buena y ya se le está olvidando todo lo que debería haber aprendido.

Es la tercera vez que está allí. ¿O es la cuarta? La primera fue muy breve. Luego fue donde el señor de anteojos. Ahora está aquí, sintiéndose como un androide sin baterías. No esperaba que todo fuera tan veloz.

Lo último que recuerda con precisión es a su papá tomándole el frente de la camiseta y diciéndole estás haciendo el ridículo y él percatándose de que sus caras y sus voces son muy similares. No se ha vuelto a aparecer por la casa de su mamá después de ese día. Gabriel evita pensar en el remordimiento que le da el que no le importe demasiado.

Eso fue en el ayer. Esto es el ahora. Gabriel está usando una de sus camisas del colegio porque no le quedaba más ropa formal y su mamá quería que estuviera presentable. Nunca ha vestido nada así de limpio. Una mujer vestida de traje se pone de pie y habla. Gabriel ha asumido que es su abogada, pero nadie se lo ha dicho con precisión.

Cómo (no) morir después de quemar un bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora