CAPITULO 4 CAN

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CAPITULO 4

CAN

Sus ojos muy amplios me gritan que no suelte su mano, casi puedo ver las palabras escritas en esos pozos de color chocolate, está asustada y se aferra a mi mano tanto como yo a la suya. Esto es una tortura. Tanto tiempo pase a la deriva, tantas veces me sentí tan solo, frio y vacío y ahora que por fin encontré una dirección, unos brazos cálidos y un corazón lleno de fuego que me calentara tengo que dejarlo ir.

No hay palabras que describan el dolor en mi pecho, la sensación de estar haciendo lo correcto rompiéndome a pedazos, hubiera sido mejor que me clavaran cien espadas a la vez a verla quedarse atrás en lo desconocido. Cuando nuestras manos no pueden permanecer más unidas sé que es el fin, ella ha tomado todo lo que me mantiene vivo y se lo ha quedado. ¿Qué clase de ser soy ahora que la dejo atrás?

No… ahora está llorando. Mi mente consiente me recuerda que esto no se trata de mí y lo que necesito, quiero o me obsesiona, se trata de ella y todo el daño que tiene en su hermoso corazón que por más que quiera repararlo con mis propias manos tengo que admitir que no puedo, así que con una sonrisa que solo guardo para cuando estoy con ella me despido en un intento de recordarle que siempre estaré esperándola, no importa lo que pase o las circunstancias.

Es difícil soportarlo así que me volteo para llegar a la salida donde la despedida es definitiva; no quise decirle adiós, no pude, odio si quiera imaginar esa palabra junto a su precioso nombre, tengo que concentrarme en que un día volveré a este lugar, ella saltara a mis brazos y juntos nos iremos a un lugar donde nadie pueda separarnos. Suspiro tratando de caminar lo más lento posible y retrasar el momento.

-          ¡CAN! – la escucho llamarme. Parte de mi espera que corra a mis brazos y se vaya conmigo. No lo hace. Me manda muchos besos con sus pequeñas manos, una sonrisa llorosa y la promesa de que este tiempo pasara rápido. Ojalá.

Guardo sus besos en mi corazón y repito sus movimientos. Pronto estaríamos juntos otra vez.

Cuando paso la enorme reja que se abre automáticamente, un carro se estaciona justo frente a mí. Toda la carga emocional cae sobre mis hombros.

-          Te ves cansado – susurra Metin. Me siento en el lado del copiloto buscando una pluma y papel en la guantera.

-          Mete necesito que me busques toda la información de esta mujer, color favorito, talla de zapato y si es pelirroja natural, todo lo que haya sobre ella necesito saberlo – paso el papel con el nombre hacia atrás hasta que alguien lo toma.

-          Lo tendré lo más pronto posible – contesta con la voz muy seria. Mientras Metin avanza hay un silencio pesado dentro del auto, casi puedo escuchar sus pensamientos, pero estoy demasiado cansado para responder a sus preguntas no dichas.

-          ¿Ella está bien? – se anima a preguntar Ceycey con una inusual seriedad.

-          Estará bien – respondo apoyando mi cabeza en mi mano.

-          ¿Tu estas bien? – pregunta Metin en tono preocupado.

Eso es difícil de responder; Sanem necesita tiempo para sanar, para reconocerse a sí misma y no permitir una autodestrucción provocada por sus muchos traumas, tenía que encontrar un equilibrio interno para poder desarrollarse en el mundo exterior sin miedo pero yo, alguien que estuvo tan perdido y vacío en el pasado y que por alguna intervención divina encontró su equilibrio en su brillante sonrisa iba a tener que hacerme a la idea de que ella quería estar alejada de mí, que yo no soy todo lo que necesita en este momento y que por más mal que me sienta tendría que avanzar en estos días sin ella como mi guía.

DEJAME ATRAPARTE: ENTRE SUS BRAZOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora