El Despertar de los Apóstoles

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Más que a los propios enemigos, los legionarios temimos a la cólera de nuestro apóstol y sin importarnos nada, nos lanzamos a combatir a los asaltantes en una desesperada como suicida carga donde solo seriamos vencedores o moriríamos en el intento.

Todos abandonaron la posición para iniciar un combate profesional contra los desorganizados enemigos, quienes hacían uso de los números para presionarnos cosa que conseguirían si no hubiésemos estado acostumbrados a luchar de esa manera contra los salvajes que rodeaban Romel durante meses.

Al no llevar escudo ni estar entrenados, no era difícil acabar con los enemigos, al menos los esclavos no representaban una gran amenaza y recordaban más a esos inútiles campesinos que masacramos hace días.

Portando mi hacha labrys de combate, me encontraba luchando contra múltiples enemigos, uno de ellos lanzó un golpe con su espada curva dirigido a mis costillas, otro realizó un ataque horizontal con su espada curva el cual cortaría a través de mi hombro derecho.

El primer ataque lo detuve empleando mi escudo y su espada reboto sobre el metal de mi protección cuadrangular lo que causo que mi atacante; un joven no mayor de 20 años, retrocediera, tambaleándose mientras él intentaba regresar a su posición.

Sobre el segundo ataque, conseguí detenerlo empleando mi hacha, ambos metales chocaron rebotando ligeramente para volver a ser presionados el uno contra el otro y pesé que el guerrero utilizaba todas sus energías para atravesar el filo de mi arma, no fue capaz de superar a un León Negro.

Antes de que otros atacantes vinieran, con la esquina superior derecha de mi escudo (las cuales siempre están afiladas por orden de Tempek) le enceste un golpe al guerrero con el que me batía en un duelo de fuerza.

El impacto rompió su máscara en diversos fragmentos, revelando su rostro el cual me recordaba un poco a la Apóstol Jimena, por el mismo tipo de piel, los ojos y el pelo café con excepción de las marcas que rodeaban su cara; desde pentagramas hasta peculiares símbolos que no parecían tener orden entre ellos y que, simulaban las formaciones de las estrellas.

La frente del joven comenzó a sangrar, pero, no por ello me contuve, sin necesidad de utilizar mi hacha, realice otro golpe sobre el rostro de mi atacante, esta vez la punta se incrusto en su ojo lo que hizo que él gritara del dolor, yo no me contuve sin embargo, antes de poder seguir golpeándole, el otro joven salió de repente, en compañía de dos guerreros los cuales comenzaron a empujarme lejos de aquel guerrero al que estaba a punto de matar.

Nuevamente empleé mi escudo para defenderme de dos ataques inminentes, pero, cuando sus espadas chocaron, pase a ser más ofensivo, aprovechando el rebote que ocasiono el golpe para tajar la cabeza de uno de los esclavos, luego, proseguí a golpear con mi Scutum al segundo, nuevamente su máscara se fragmento, pero, esta vez, no lo volví a golpear con la punta, sujete con fuerza mi hacha y con un fuerte ataque le conseguí enterrar mi arma sobre su cabeza generando una abertura vertical la cual no dejaba de expulsar sangre.

La batalla, como era de esperarse se estaba desarrollando de una sombría manera para ambos bandos, los cadáveres se apilaban y los legionarios estábamos vendiendo cara nuestra piel contra los atacantes.

A donde sea que uno mirara se veía un océano de sangre, las extremidades saltaban por los aires, el metal de las armas chocaba entre sí y los gritos de dolor nos acompañaban en la cruenta masacre que se emprendía.

La endeble línea del centro se mantenía gracias a nuestro Apóstol, el cual decapitaba y desgarraba todo aquello que estaba frente a sus ojos, su cuerpo yacía bañado en sangre, incluso su negra armadura había absorbido cierta tonalidad carmesí.

Heracles, reía descontroladamente mientras hacía llover cuerpos desmembrados, extremidades y órganos impulsando a sus guerreros a avanzar ante la adversidad.

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