Capítulo 1

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Capítulo 1

El lujo y opulencia del aeropuerto de Al Kabihi sorprendieron a Maria. El brillante suelo de mármol, las inmensas arañas de cristal y la preponderancia de ornamentos dorados le hicieron parpadear de asombro.

—Impresionante, ¿verdad? —señaló Ed Lancaster en la lenta cola de aduanas —. Y, sin embargo, hace cinco años no era más que cemento. El rey Azmir sacaba el petróleo, pero guardaba los beneficios. Su tacañería causó mucho resentimiento, no sólo entre los trabajadores locales sino entre los extranjeros también. Las condiciones eran infrahumanas.

El hombre de negocios americano había hecho transbordo y había tomado su vuelo en Dubai. Desde entonces no había dejado de hablar ni treinta segundos. Pero Maria había agradecido la distracción de la sombría realidad de que si su jefe de departamento no hubiera insistido en que centrara su investigación en aquella parte del Medio Oriente, ninguna fuerza humana la hubiera convencido de poner los pies en el país de Datar.

Con extrema severidad antes de dirigirse a sus dos hombres en árabe.

—¿Fraude?

—La policía del aeropuerto la custodiará hasta su salida.

La policía del aeropuerto ya la estaba mirando con una descarada especulación sexual. Incluso en medio del increíble problema de estar expuesta a la deportación inmediata, aquellas insolentes miradas le hicieron a Maria apretar los dientes de rabia. A veces pensaba que sus atributos físicos eran una broma macabra para la especie masculina.

—¡Está usted cometiendo un grave error! ¡Exijo hablar con su superior! —exclamó Maria poniéndose rígida —. Mi visado fue legitimado por la embajada de Datar en Londres.

Se detuvo cuando se dio cuenta de que nadie la estaba escuchando y que los dos policías ya la estaban cercando con un aspecto alarmante.

Maria tuvo una sensación desconocida. Era miedo, puro y desnudo. El pánico la asaltó. Inspiró y utilizó la única táctica defensiva que le quedaba.

—Me gustaría que supiera que soy amiga personal del príncipe Esteban.

El oficial, que ya se estaba dando la vuelta, se quedo paralizado.

—Nos conocimos cuando él estaba estudiando en Londres.

Le ardieron las mejillas de vergüenza por tener que utilizar una influencia, pero alzó la barbilla y al hacerlo, los focos se reflejaron con fiereza en el largo torrente de pelo rizado, jugando con los vibrantes mechones que iban desde el cobrizo al dorado en una cascada de gloriosos colores.

El oficial casi soltó un gemido y se quedó con la boca abierta al fijarse en aquel pelo. Dio un paso atrás y con la cara repentinamente pálida, habló en un árabe gutural con los dos hombres. Una mirada de horror cruzó la cara. Ellos también retrocedieron como si les hubiera caído un rayo.

—Es usted la única, entonces —susurró el oficial con un tono cargado de significado.

—¿La única qué?

El oficial transmitió un mensaje con rapidez por su radio y se pasó un pañuelo por la frente para secarse el sudor.

—Ha habido un horrible e imperdonable error, doctora Morgan.

—¿Y mi visado?

— No hay ningún problema con su visado. Por favor, venga por aquí —la apremió antes de ofrecerla una retahíla de fervientes excusas.

A los pocos minutos, apareció un ejecutivo de mediana edad que se presentó a si mismo como Hussein hin Omar, el director del aeropuerto. Con una tensión palpable, empezó a disculparse con una mezcolanza árabe e inglés que era ininteligible. Insistió en llevada a una cómoda oficina mientras esperaba por su equipaje. Era tan servil que la avergonzó.

La Prometida del desiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora