Capítulo 7
—¡Aparta de mí! —gritó Maria mientras se encontraba acorralada contra la cama.
Esteban estaba a corta distancia de ella y empezó a quitarse la ropa con lenta y medida frialdad.
—No me volverás a decir eso otra vez. Es a ti a quien temes, no a mí. Tu sumisión puede herir tu orgullo, pero ganarás con la experiencia. Una mujer que se niega su propia femineidad no está completa.
—Nunca había oído tantas tonterías en toda mi vida —Maria observó su ropa caer al suelo con el corazón en la garganta y un vuelco en el estómago—. ¡No te atrevas a acercarte a mí!
—De verdad que es una prueba para un hombre pasar una noche de bodas como esta —Esteban se quitó la camisa con una alarmante calma—. Pero descubrirás que estoy a la altura del reto. Y no sufriré la intolerable humillación de hacer el trabajo de una mujer para conseguir acostarme contigo como hizo mi predecesor.
—¿Qué dices?
—El hombre con el que viviste hace tres años. Oí las burlas acerca de él. Tu mujer, le llamaban, y se reían de cómo limpiaba tu apartamento y te cocinaba.
Por un momento Maria se concentró en lo que estaba comentando. La cocina de Danny era maravillosa, pero su necesidad de limpiar constante, había acabado poniéndola nerviosa porque se había sentido huésped en su propia casa. Evidentemente Esteban no se había enterado del hecho que hacía a Danny un huésped temporal aceptable... su orientación sexual.
—Pero eso... eso...
Cometió el error de volver a mirar a Esteban y se quedó sin habla. Su asombrada mirada se posó en sus estrechas caderas, en sus largas y musculosas piernas velludas y en el visible abultamiento de su excitación masculina tras los breves calzoncillos que se estaba quitando en ese momento. Maria se quedó helada y cerró los ojos, pero un poco tarde. Dios bendito, reflexionó aturdida apoyando una mano en el borde de la cama al debilitársele las piernas. ¿Estarían todos los hombres tan ... ?
—No me mancillaré pidiéndote favores, pero te daré un placer como nunca has conocido en esa cama y entonces veremos si prefieres a un hombre o a una nena.
«A una nena», pensó ella aturdida ante la imagen de su rampante masculinidad. Sin embargo, a otro nivel sintió un ardor y una especie de temblor en las entrañas. Cerró los dedos de forma compulsiva alrededor de la colcha encontró buscando una brizna de razón en su aturdida mente.
—Comprendo que estés enfadado conmigo...
—Cuando me abandone a la maravillosa gloria de tu cuerpo, desaparecerá todo el enfado —dijo Esteban con voz ronca de repente frente a ella quitándole con sueltas la bata y arrojándola a un lado antes siquiera de que ella se enterara de lo que estaba haciendo—. Y estate segura de que cuando rompa el día todavía estarás en mis brazos, donde pertenece mi mujer.
Antes siquiera de poder abrir los labios, Esteban la rodeó con sus fuertes brazos, apartó el edredón y la tendió en la cama con sorprendente delicadeza. Al instante ella cruzó los brazos sobre sus senos avergonzada de la transparencia de su camisón. Cuando Esteban la miró entre sus espesas pestañas, se quedó sin aliento. Absolutamente desbordada por su mirada de aprecio dorada, permaneció echada extrañamente inmóvil y cautiva por la sensación más poderosa que había experimentado en toda su vida.
Esteban frunció un poco el ceño y deslizó un dedo con burla por una de sus manos.
—¿Por qué te ocultas de mí?
Maria entrecerró los párpados. Le costó un esfuerzo enorme cerrarlos, pero le ayudó para recuperar la razón. Apretó los dientes y se puso aún más rígida.
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La Prometida del desierto
RomanceLa prometida del desierto Maria estaba desesperada por evitar que la deportaran de Datar y sólo el príncipe Esteban, al que había intentado tan duramente olvidar, podía ayudarla. Había tenido una relación con él dos años atrás, pero en aquella época...