Capítulo 6

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Capitulo 6

Maria estaba alucinada. En un minuto Esteban le decía que estaban casados de verdad y al siguiente que su matrimonio no significaba nada. En otras palabras, que el matrimonio había sido para él la forma de meterla en su cama en sus propios términos. Evidentemente ella iba a ser la última aventura de Esteban antes de que decidiera casarse con alguien aceptable y conveniente como Fátima, que contaba con la aprobación- de su padre.

Suponía que ahora se dirigirían a palacio... Bueno, pues que no pensara que podría encerrarla en un harén hasta el final del verano.

El viaje en helicóptero fue corto. Maria bajó con su preciosa cara como el mármol blanco. Sólo entonces comprendió que no estaba donde había esperado. Estaba rodeada de preciosas terrazas ajardinadas desconocidas. Los tamarindos y las palmeras se elevaban sobre las Injuriosas franjas de césped y una profusión de flores tropicales.

—Esto no es el palacio...

Se dio la vuelta pero Esteban todavía estaba de pie bajo la sombra del helicóptero. Estaba hablando por un teléfono móvil con expresión muy dura. No, parecía estar teniendo una conversación agradable.

Contestó Zulema por él.

—El palacio del rey está muy cerca de aquí, mi señora. El palacio es ahora la residencia del príncipe Esteban. Lo era cuando vivía su madre, que murió poco después de nacer el príncipe. El rey cerró este sitio y se llevó al niño al antiguo palacio. Fue una pena, porque este sitio es muy bonito, ¿no?

—No... quiero decir, sí.

Así que Esteban se había criado sin madre. Maria sintió una oleada de compasión. ¿Qué le pasaba?, se preguntó enfadada subiendo unos escalones y atravesando una entrada labrada en piedra que daba a un maravilloso patio de mármol rodeado de un claustro de arcos.

Todas las paredes estaban cubiertas de brillantes mosaicos. El agua jugueteaba con suavidad en la fuente central sobre un gran estanque. Por detrás, otra arcada les condujo a un magnífico recibidor tan grande como una autopista.

Una vez en el recibidor, Maria fue conducida por la puerta más cercana a una gran sala y se sorprendió de verse rodeada de mobiliario imperial inglés.

—El príncipe dice que esto es una sala de dibujo. Tenemos muchas salas de dibujo aquí.

—Maravilloso —murmuró con debilidad.

Después volvieron al amplio recibidor para entrar a una sala de recepción de estilo árabe. La misma imagen continuaba a todo lo largo del recibidor, a un lado todo era de estilo occidental y al otro el mobiliario árabe más sencillo. Era peculiar, reflexionó al salir otra vez al pasillo. ¿Habrían creado la parte occidental para los invitados del oeste?

El sonido de unos pasos le hizo girar la cabeza mientras contemplaba la fuente del patio. Esteban estaba a varios metros y, de repente, sus ojos oscuros se posaron en ella fríamente defensivos, como retando a la pelea. Y lo que le alteró fue que sabía exactamente lo que él estaba sintiendo antes de que abriera sus labios preciosamente formados.

—Ahora dime por qué no me dejaste cuando tuviste la oportunidad —pidió Esteban.

Maria apretó los dientes.

—Ahora mismo eso no tiene importancia.

—Te advierto que ahora que eres mi mujer, seré menos tolerante con tus evasiones.

Una repentina oleada de resentimiento la asaltó. Su mujer... El temperamento se le inflamó y aún le irritó más el tono que había usado, como el de alguien regañando a un niño travieso.

La Prometida del desiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora