Capítulo 12

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Una pequeña maquina, o mejor dicho "robot", se asomo por el hueco del que descendían las escaleras plegables. Ambos esperaban ver a una persona, pero en su lugar, era un robot el que hacia el trabajo sucio por ellos.

—Cobardes —dijo con enojo el rubio.

El robot soltó una pequeña capsula de metal, con una luz roja que parpadeaba en el centro, la cual rodó por las escaleras plegables hasta el piso.

El rubio no dudo ni un segundo en patearla, lanzándola lejos. De antemano ya sabia de que se trataba, una bomba.

Escucharon el incesante sonido que advertía la detonación y se miraron a los ojos cómplices de un mismo pensamiento... "Correr".

Ambos corrieron lo más rápido que sus piernas les permitía. Aún se encontraban lastimados por la pelea que habían tenido entre ellos el día anterior, lo que les impedía ir más rápido.

Se dirigieron hacia la otra entrada a la guarida y subieron las escaleras, abrieron la pequeña puerta de un tirón y salieron por ella.

A solo unos pocos segundos de haber salido, la bomba estallo, lo que hizo que toda la casa, junto con varios francotiradores que se encontraban cerca esperándolos, estallaran.

Ellos optaron por tirarse al suelo, dando un gran salto hacia adelante.

Una vez que la explosión ceso, no perdieron tiempo en levantarse. Fue solo un breve momento en el que pudieron visualizar, el desastre en el que la casa se había convertido. La casa en la que habían vivido durante 6 años ahora estaba completamente destruida. Reducida a simples trozos de madera quemados, y otros que aún estaban incendiados, al igual que todas sus pertenencias. Todo había quedado inservible.

—Necesitamos un auto —dijo el azabache ignorando ya el desastre.

El rubio lo miro y de pronto como si se le hubiera prendido el foco contesto.

—Los Yamanaka.

No tuvieron tiempo de hablar más, cuando los francotiradores que habían quedado ilesos, empezaron a disparar. Ellos corrieron esquivando las balas al tiempo que también comenzaban a disparar.

Lograron acertar en varios de aquellos francotiradores, matándolos en el proceso. Pero había muchos, y si no se apresuraban en irse, terminarían exterminados, como aquellos francotiradores que ahora estaban tirados en el piso.

Lograron llegar a la casa del pálido azabache, y se fueron directo a la cochera. El rubio quebró uno de los vidrios con su codo y metió la mano para presionar el interruptor que abría la cortina eléctrica.

La cortina se levanto, dejando ver dos autos.

Entraron rápidamente y cada uno selecciono un auto, ambos fruncieron el ceño, por no estar de acuerdo en el auto que habían elegido, pero finalmente el azabache decidió ceder y se fue hacia con el rubio, el cual sonrió. Bueno... después de todo siempre era el rubio el que cedía, una vez que lo hiciera él no estaría mal, pensó el azabache aproximándose a la puerta del copiloto.

El rubio se sentía un poco culpable al tomar el auto de "su amigo", pero se auto consolo diciéndose a si mismo, que solo seria "prestado".

—Bueno, le preste la tostadora una vez y no me la regreso —dijo para convencerse aún más. Saco un pequeño aparato de su bolsa, y presiono el botón, y al instante salió de él una especie de llave con una forma extraña, la introdujo dentro de la ranura de la puerta del coche, y al instante la abrió, se metió dentro del auto y tras quitar el seguro de la puerta del copiloto, el azabache también entro—. Llave maestra, puede abrir todo. —la mostró sonriente.

Sr. y Sra. UzumakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora