capítulo diez.

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"Libertad no vino hoy..." acotó Bernardo detrás de Valentín.

"¿Y qué queres que haga?" bufó.

"Te comentaba, nada más..." se encogió de hombros con una risa socarrona.

"Me pidió unos días, no renunció." aclaró.

"Que vos sepas..." murmuró su jefe por lo bajo.

"¿Pidió la renuncia?" inquirió Valentín, con algo de pena en su voz.

"No, pero seguro en cualquier momento..." confesó Bernardo honesto. "Ahora todos acá la detestan por lo de Palero."

"Pero si Palero era un flor de hijo de puta..." repuso entre dientes. "Además el forro acosador mantuvo el laburo, solo lo cambié de turno."

"Vos sabes cómo es esto, a nadie le importa si sos un hijo de puta o si tenes un buen corazón mientras sirvas en tu trabajo..." largó Bernardo una bocanada de humo. "Vos te comportabas como buenito al principio, yo me acuerdo de vos: pelito largo, sonrisita entusiasmada de oreja a oreja. Así nadie te prestaba atención, por eso te convertiste en el forrito que sos hoy." Valentín se sintió incómodo ante ese comentario, quizás porque sentía que su faceta angelical había quedado completamente en el olvido, y el hecho de que Bernardo estuviera trayendo todo de nuevo a la luz, fue como un click extraño.

"En fin, creo que tendría que ir a enseñarle a esta manga de pelotudos quién carajo manda acá." se estiró antes de levantarse, intentando no perder esa imagen de autoridad que había tardado años en conseguir.

Avanzó hacia la cocina, donde se encontraba todo el staff, pero donde también había una percha y un gancho vacío.

Era el espacio de Libertad.

Valentín tragó en seco, intentando quitarse la imagen de Libertad de su cabeza y procurando centrarse nuevamente en lo que sí era importante.

"Bien, como verán, Palero no vendrá más a trabajar en este turno, pero sí trabajará en otros..." aclaró su garganta. "Libertad se tomó unos días, pero pronto va a volver a trabajar con nosotros."

Un silencio incómodo se formó en el ambiente.

"¿Alguna duda?"

Todos negaron con la cabeza.

"Bueno, entonces pónganse a laburar." demandó.

Valentín suspiró y se fue a la otra cocina. Cuando estaba estresado, la mejor solución era la soledad. En realidad, su solución favorita no estaba cerca, por lo que se tenía que conformar con su soledad y amigarse nuevamente con ella.

Cortó y troceó carne, picó algunas verduras y preparó unas salsas. En la cocina encontraba su paz, pero se sentía inquieto en estos momentos, necesitaba más que cocinar. Agarró las llaves de su auto entre murmuros incómodos e insultos hacia sí mismo, y condujo hasta esa antigua casa que había visitado semanas atrás. Se paró en la entrada, tocó timbre y esperó en la entrada mientras jugaba nervioso con sus manos. Odiaba esos momentos de ansiedad y nerviosismo previos al enfrentar los problemas que lo rodeaban.

"Hola, hijo." saludó Maia, su madre, haciéndose a un lado para que Valentín ingresara a la casa.

La casa era un verdadero hogar. Con mucha luz del sol ingresando por los ventanales y una paleta de colores más tierra que otra cosa. Repleto de plantas, lleno de verde. Maia se adelantó y tomó asiento en el sillón individual. Valentín imitó el gesto.

"¿Querés tomar algo?" él negó con su cabeza.

"Quiero... quiero un consejo." habló temeroso.

𝐜𝐨𝐜𝐢𝐧𝐚 - 𝐰𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora