Era día de caza cuando reviso la cocina. Tomó su espada como todos los días, una capa corta con piel de cabra, un arco, además en un morral guardó flechas y cuerdas para colocar más trampas, y reparar las que se habían roto.
Su respiración caliente se alzó en un cielo sin sol, todavía no salía a sus espaldas, bloqueado como siempre por los picos de las montañas. El jardín estaba cubierto de nieve, y sus pies de hundieron con cada paso.
Abrió la rejilla oscura a la montaña, la cerró y subió su capucha. A pesar de llevar guantes, no contuvo la urgencia de soplar entre sus manos y frotar, el vapor dispersándose como almas. Recordó una pregunta tonta:
—Maestra, ¿por qué el aire se ve cuando hay nieve?
Y caminó entre la nieve. Su pierna no tardó en entumecerse después de subir por un buen rato, pero se forzó a seguir, aunque cojeara. No podía permitirse regresar aún, lo único que quedaba hacer era avanzar, avanzar, y avanzar.
En el silencio, en la nada es a veces lo único que quedaba. Avanzar a pesar de morir.
Las nubes espesas y sucias como lana de borrego cubrían las montañas en esas fechas todo el día, y llenaban de nieve a las rocas. La temperatura helaba los musgos, la hierba y las flores que crecían durante el verano, ocultaba las madrigueras de los animales que decidían hibernar como los osos istralandios. Y la niebla reposaba a los alrededores, permitiendo ver solo cierta distancia. Y, aun así, era buena época para cazar cuervos, palomas, conejos que montaña, e incluso buscar ratoncillos entre las rocas. Eran visibles en la nieve, y el terreno rocoso no les permitía moverse igual de ágil. Aunque también era un contra.
Los guardianes eran ágiles, por eso preferían terrenos caprichosos para cazar, pero tenía la pierna herida, y si resbalaba en una pendiente, además de morir, lo haría fuera del templo, demasiado lejos, y mancharía la tierra con impureza. No podía deshonrar sus principios, así que no se alejó demasiado.
Era curioso que salir era algo casi nuevo. Salir en general había estado prohibido hasta tres siglos atrás. Si mal no recordaba sus lecciones: «Las impurezas de la humanidad mueren en este templo, no podemos sacarlas a pasear por terrenos sagrados todo el tiempo. Antes era así, nadie salía».
Trescientos años atrás, la comida y los fieles escasearon en algún punto. Menos seguidores de Kirán, menos creyentes estaban dispuestos a subir la montaña para rezar, o llevar ofrendas, y obsequios para los guardianes. Nadie supo por qué. Quizá solo la gente moría, y menos y menos personas compartían tradiciones, pero fuera lo que estuviera pasando afuera, a ellos no les concernía.
La comida por supuesto escaseó también, y los guardianes, a pesar de no importarles lo asuntos exteriores, tampoco podían permitirse morir de hambre.
Salió de sus pensamientos con el gorjeo de una paloma, y el rechinido de las ramas de invierno. En el único árbol desnudo entre las rocas y nieve, una pareja de palomas quizá más pequeñas que su puño estaban acurrucadas una al lado de la otra. Se descolgó el morral, y tomó el arco y una flecha.
Cerró uno de sus ojos, y llevó la flecha a un lado de su boca. El arco se tensó bajo sus manos, y la flecha permaneció firme, como los deseos de Kirán. Cuando estuvieron en su mira, la soltó, silbó, aleteó y dio en la rama. Las palomas montaron vuelo con chillidos, y se fundieron en la niebla.
Dejó salir un suspiró frustrado Siempre había sido terrible con el arco. Y estaba seguro de que, si su maestra estuviera ahí todavía, le habría enseñado algún truco nuevo luego de regañarlo. Un nudo subió hasta su garganta, y su nariz escoció. Bajó el arco y se balanceo en su mano un buen rato.
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La muerte en las montañas y el rey buitre | La Herencia Solar #1
FantasyDurante mil años el Templo del Rey Kirán ha permanecido inamovible y protegido por sus guardianes: hombres y mujeres sin nombre con el deber de proteger su castillo entre las montañas. Aquel viejo templo posee los tesoros más hermosos de todo el mun...