El hombre era seguidor del rey Kirán, al igual que sus padres, sus abuelos, y los abuelos de sus abuelos y todos los ascendientes antes de él. Quizá fue por eso por lo que confiaron en un extraño que decía adorar al dios de una religión en extinción, y quizá fue por eso que le permitieron quedarse el tiempo necesario antes de que partiera. A cambio, el hombre selló la confianza de los maestros con un regalo: dos cabras, un macho y una hembra.
Aquella primera semana, el hombre ayudó con las tareas de los maestros y de su hermano. Trabajaba bien el campo y los ayudó a arreglar sus pequeños huertos malhechos, recolectó hierbas distintas en las montañas junto a su hermano, revisó a los animales del corral, y le enseñó a la maestra mayor nuevas recetas. Con todo eso, los maestros estaban encantados de estar cerca de aquel hombre, le preguntaban y escuchaban, y el hombre preguntaba y escuchaba.
Por su parte, él solo observaba y escuchaba. Había visto sonrisas en caras serias toda su vida, había escuchado la risa de la maestra mayor e incluso había escuchado a su hermano decirle al hombre:
—Ojalá hubieras sido un guardián, así tendríamos más ayuda aquí...
Y escuchó a su maestra decirle al hombre:
—Gracias. Buen trabajo.
Al escuchar aquellas palabras provenir de ellos, un nudo se formó en su garganta, a pesar de eso, solo ignoró el sentimiento y fue a trabajar.
Otro día, mientras limpiaba el polvo de las ventanas, vio al hombre regresar con su hermano. Ambos sonreían y hablaban fluidamente, pero jamás había visto a su hermano hablar así con alguien más... Al menos no con él. Viéndolos juntos, se percató de que sus alturas, y cómo se veían eran similares, quizá hasta tenían la misma edad. En aquel momento, se dio cuenta de que su hermano ya no era un niño, ni un adolescente como él.
En aquellos pequeños momentos mientras el polvo se levantaba y escocía en sus ojos, pensaba: «¿Por qué me siento tan solo si estoy rodeado de gente?» «¿Por qué no me siento feliz cuando todos los demás lo están?».
Debajo de la ventana, los maestros se acercaron hacia ellos para ver que recolectaron, y halagaron a su hermano y al cabrerizo. Siguió limpiando los bordes con un único pensamiento en mente, el pensamiento que había mutado por años y que había enterrado cada vez que surgía, porque no había nada más que el templo.
«Si me fuera... Si me fuera con él... Si me fuera de aquí y viviera la vida viajando, sin tener que pensar en el templo... quizá cuidando cabras, quizá con una pequeña granja, ¿sería feliz? ¿Sería feliz como él? ¿Mis maestros pensarían mejores cosas de mí?». «Si fuera mi hermano, ¿me querrían más? ¿Si no fuera yo?».
Suspiró. Solo quedaba limpiar los vitrales con una pequeña sonrisa de un sueño tonto: ser ese cabrerizo, ser su hermano, o irse.
Se imaginó caminando a través de un desierto como el del vitral del halcón, con las cabras a su lado, y el viento alzando la arena contra su rostro.
Jamás había visto el desierto en realidad, desde arriba, apenas se veía la arena y las montañas, pero jamás había pisado la supuesta arena, fina y más clara que las rocas de la montaña. A pesar de eso, imaginaba que quizá, en otra vida, le habría gustado. El sol siempre iluminaba ahí, así que no había nieve que quemara sus dedos y su rostro en el invierno; solo verano y un cielo de un azul profundo.
Cerró los ojos. ¿El viento sería cálido? Quizá rozaría su cabello, y tal vez, la arena se metería en sus zapatos, el sol lo calentaría lo suficiente como para no llevar tantas capas de ropa y podría ver las estrellas durante el invierno.
Al abrir los ojos, solo vio a su hermano por la ventana, reía mientras hablaba con el hombre. ¿Cuándo fue la última vez que lo vio así? ¿Cuándo fue la última vez que sonrió de la misma manera?
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La muerte en las montañas y el rey buitre | La Herencia Solar #1
FantasyDurante mil años el Templo del Rey Kirán ha permanecido inamovible y protegido por sus guardianes: hombres y mujeres sin nombre con el deber de proteger su castillo entre las montañas. Aquel viejo templo posee los tesoros más hermosos de todo el mun...