Durante mil años el Templo del Rey Kirán ha permanecido inamovible y protegido por sus guardianes: hombres y mujeres sin nombre con el deber de proteger su castillo entre las montañas. Aquel viejo templo posee los tesoros más hermosos de todo el mun...
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ADVERTENCIA: Este capítulo contiene menciones de violencia física, menciones de asesinato y odio.
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El día del solsticio de invierno, cuando el sol comenzó a morir, se preparó en la entrada de la Cámara del Tesoro Negro junto a su maestra con las espadas desvainadas y apuntando al suelo. El maestro mayor, por su parte, hacía guardias cerca de la entrada del templo.
Cuando la luz comenzó a descender y entró por el ojo del halcón hasta tocar el espejo del suelo, los engranajes comenzaron a moverse como todos los años del último milenio. Cuando escuchó el repiqueteo, apretó la empuñadura de la espada y con su mano libre reajustó su capa a su cuello y sopló aire caliente en su mano.
El Tesoro Negro siempre le había parecido extraño, en general, la Cámara del Tesoro Negro era el lugar más raro del templo. Rara vez se había puesto a pensar antes que aquel era el único salón con un único vitral dividido en tres, el único vitral sin alguna escena de Kirán y el único vitral del que jamás había escuchado explicación o palabra de los maestros. Era el único lugar donde había escuchado los repiqueteos de los mecanismos, y a pesar de jamás haberlos visto, los dibujos de los guardianes anteriores y las explicaciones eran diferentes a todo lo que había visto.
Recordó los trazos de carbón: círculos que embonaban unos con otros, pero que no explicaban cómo lograban moverse solo con el haz de luz del solsticio de invierno. Nunca había logrado entender cómo cosas así habían existido mil años atrás, ni cómo los colocaron para que duraran tanto tiempo.
Las puertas rugieron detrás de él como si algo antiguo —quizá más que el Sol—, algo enterrado en la Tierra hubiera despertado de nuevo. Enderezó la espalda y sus brazos se tensaron. Sintió la mirada de su maestra, y luego escuchó su pequeña voz en el silencio que venía de la Cámara:
—Recuerda no mirar atrás.
—Sí.
Como todos los años, era una lucha con uno mismo estar parado dándole la espalda a la Cámara. Algo llamaba atrás de ellos, algo irradiaba, cosquilleaba en su nuca y susurraba. Alguien lo miraba, quizá con ojos tan profundos como la noche, quizá sin ojos. Era como estar al borde de un precipicio a punto de perder el balance y caer. Inhaló.
—¿Nunca te has preguntado qué hay ahí? —preguntó su maestra con la voz temblorosa.
La miró de reojo, pero no le respondió. Siempre había tenido curiosidad de mirar, curiosidad de preguntar, pero en aquel momento... Realmente no entendía a qué iba la pregunta de la maestra.
—La maestra... La maestra mayor decía que hay cosas peligrosas que Kirán recolectó para proteger a la humanidad.
Él frunció el ceño. Aquello no tenía sentido, ¿por qué si era tan peligroso lo había guardado en un lugar que se abría de vez en cuando?