No soñó nada aquella noche ni los siguientes días de la semana. Cuando despertó, sus hombros estaban ligeros, y aunque la palma de su mano ardía y no podía moverla tan bien, podía inhalar tranquilamente y hacer lo último que faltaba sin preocuparse. De vez en cuando la duda le asaltaba al mirar el templo, al ver las cámaras del tesoro y los diarios de guardianes de miles de años atrás, pero su cabeza siempre iba a las puertas.
Cuando pasaba frente a ellas, su corazón se agitaba y se volvía a calmar al pensar que todo estaría bien, que había una salida, que no pasaría nada porque no había nadie a su espalda, y nadie lo miraría marcharse.
A veces, un pensamiento invadía su cabeza: «No quiero morir. Si me voy, moriré», pero sabía que no había vuelta atrás, nunca la hubo desde que pensó en marcharse. Las cuevas que lo habían asfixiado por tanto tiempo tenían salida, solo que hasta aquel momento, había tenido los ojos cerrados.
Barrió el polvo de los pasillos principales por última vez. A pesar de que el polvo seguía cayendo y acumulándose en los mismos rincones de siempre, el templo no era el mismo que aquel de un milenio atrás. Él también había cambiado, y de cierta forma entendía. Si mirara atrás, a su yo de antes, a su yo de años atrás —tal vez mil, tal vez solo veinte—, lo envidiaría. Envidiaría esa inocencia con la que rezaba, con la que atrapaba los copos de nieves, la inocencia de una primera idea de huir. Tal vez seguiría siendo el mismo si su madre no se hubiera marchado, si ni siquiera hubiera nacido ahí. Se regañó al pensar eso. No podía seguir vagando a lo mismo, no podía seguir diciéndose esas cosas.
Había ciertas verdades que debía admitir y que tenía que recordarse: podía marcharse y el propósito que había escuchado toda su existencia ya no existiría. Sabía lo que sus maestros pensarían, pero ellos ya estaban muertos, lejos de ahí y jamás volverían a escucharlo, jamás volverían a verlo. Y la verdad más importante: se iría de ahí porque era algo que él quería.
Incluso sabiendo lo que deseaba, había palabras que se repetían en su cabeza: «Los guardianes pertenecen a Kirán» y que tenía que ahogar en los recuerdos de Leifhite y el diario de Kaamran. Tenía que recordárselo para no abrumarse al pensar que su ropa, su diario, su habitación no eran suyos; tenía que recordárselo al pensar que no tenía padres, que no tenía un nombre, que su voz solo existía para rezarle a Kirán, que su vida había sido usada para servir a un Rey muerto, que una marca incompleta seguiría teniendo un significado incluso cuando muriera. Tenía que recordar que eso no era él, que él era él, y jamás debió estar ahí.
Continuó con sus preparaciones. Guardó en un morral de cacería un poco de comida, medicinas y carbón. Alimentó con forraje a las cabras y con semillas a la gallina. Escribió otro phen en las paredes para mantener calientes a los animales, y los miró. Decidió que no podía dejarlos solos. Miró las cabras que Leifhite había dejado y sonrió mientras comían el forraje... No quería dejarlas morir ahí.
No podía mirar y esperar a que murieran. Hizo una mueca.
Se incorporó y se enderezó, inhaló y decidió salir de ahí. La nieve se había acumulado por todo el jardín del templo. Había una memoria de una voz estricta en esa nieve, que gritaba mentiras y regaños. Entre los trazos de nubes se distinguían breves fragmentos de azul, señal de que no nevaría tal vez en varios días, o tal vez solo se equivocaba. Ahora que lo pensaba, esa vez, ella se había molestado mucho. Inhaló, no podía seguir así.
Después de ir al Santuario de Buitres a pedir un perdón sin peso, pero que era necesario, salió por la rejilla negra del jardín y se dirigió a las Cuevas de Tierra. La nieve se acumulaba en la entrada y en los costados, y tuvo que escarbar un poco con sus botas para poder entrar. Cuando estuvo dentro, el aire frío y húmedo de la cueva heló su nariz.
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La muerte en las montañas y el rey buitre | La Herencia Solar #1
FantasyDurante mil años el Templo del Rey Kirán ha permanecido inamovible y protegido por sus guardianes: hombres y mujeres sin nombre con el deber de proteger su castillo entre las montañas. Aquel viejo templo posee los tesoros más hermosos de todo el mun...