15. Las palabras de los maestros

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Este capítulo tiene descripciones y menciones de muerte, descripciones de cadáveres,  abuso emocional y físico que pueden afectar al lector. 

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Las mañanas en las montañas eran monótonas, todos los días eran las mismas tareas de años atrás, pero en momentos aquellos en los que su vista se perdía, recordaba. Mientras miraba el fuego de la estufa reflejado en los mosaicos oscuros del suelo, se dio cuenta de que habían pasado tres años desde que vio por última vez a la maestra mayor, tres años desde que sus huesos se habían perdido junto a miles más en las Cuevas de Tierra. Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar el olor de ese entonces.

Suspiró, y trató de pensar en otras cosas, en cualquier otro lugar. Cualquier otro lugar era siempre mejor que el templo. Estaba mal, y lo sabía, pero era la única forma de no pensar que en esa cocina, la maestra mayor había sido envuelta en llamas

Después de comprobar que el caldo de conejo en la gruesa olla estuviera lo suficientemente caliente, fue a ordenar los últimos frascos de vidrio con hierbas, y escabechados. Pero tenía la mente en otra parte mientras los frascos parecían derretírsele en las manos, y es que incluso tres años después, la pregunta seguía siendo la misma, y antes de colocar el último frasco se detuvo.

«¿Fue mi culpa?».

Decidido a no seguir pensando más en el pasado, a que su cerebro funcionara como debía, a que las palabras se resbalaran para que solo quedara el silbido del viento en los pasillos. Guardó el frasco, tomó nieve de una cubeta y apagó el fuego con phens y un poco de nieve. No podía haber humo cuando comenzara todo. Faltaban pocas horas, pero era mejor estar prevenido y terminar antes las labores.

Caminó con la cabeza baja hacia la Cámara del Tesoro Negro para aguardar hasta la puesta del sol, su cabeza llena de vacío y al entrar, vio a su maestra aguardando también frente a la Cámara. Supuso que también había acabado antes, así que se dirigió hacia ella sin hacer contacto visual y sin decir nada y tomó su puesto. Todavía faltaba una hora.

Era de nuevo ese día del año: solsticio de invierno. Aquella vez, solo quedaba su maestra, un silencio tan pesado como el aire al ascender la montaña y él, nadie más.

No habían hablado mucho desde el día en que el maestro murió un mes atrás. No entendía por qué había muerto, pero a pesar de decirse a sí mismo que debía saberlo, que había un detalle obvio, solo era un manchón sobre una mesa y plumas en su memoria. Recordaba haber ido a dormir luego de despedirse de sus maestros, y a la siguiente mañana, lo esperó para ir a cazar. Cuando pasó una hora, se fue solo, no logró atrapar nada y regresó. La maestra lo esperó en la entrada y todavía con el arco, lo guio.

Luego, sus recuerdos se revolvían, pero recordaba el cuerpo flácido y pálido siendo devorado por los buitres en la Torre Nitsiag mientras el sol de otoño derretía su cabeza y cegaba sus ojos. De todos sus pensamientos en blanco, de ser solo un trozo de madera muerta, recordaba como pensó que era un maestro menos, y se dio asco a sí mismo. También recordaba el cuchillo helado en su mano, la primera vez que lo había tocado. Y luego, recordaba huesos con restos de carne y sangre, y alivio de no tener que ver el cráneo, la carne flácida, la sangre... sus ojos salidos, aliviado de que podía ignorar todo aquello y ver solo huesos de alguien que ya no existía.

La muerte en las montañas y el rey buitre | La Herencia Solar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora