Noches después, entre los pasillos, mientras vagaba de un lado a otro, sus ojos se perdieron en las Montañas del Viento Oeste, y se detuvo por fin. Las montañas, con ese aire silencioso ya no se sentían tan lejanas, tan distantes. Aquel templo no era una prisión, y su supuesto propósito nunca fue obligatorio. Decidió creer lo que Leifhite le había contado, fuera cierto o no. Aunque no supo si lo creyó por esperanza, o por egoísmo, sabía qué quería hacer.
¿Por qué nadie hablaba de marcharse? ¿Por qué querían cuidar tesoros que no eran suyos ni de nadie? El dueño había muerto mucho atrás, y había hecho un trato. Eran libres. A pesar de que aquel era un refugio al que debían agradecer, siempre habían sido libres.
Miró su mano, y luego, miró la noche a través del vitral del piso superior.
Entonces, ¿por qué saber eso no lo hacía sentir mejor? ¿Por qué saber que se podía marchar de ahí no le daba esperanza? ¿Por qué seguía sintiendo el mismo vacío de toda su vida?
Si se fuera, ¿seguiría vacío?
Mientras navegaba en esos pensamientos, con los ojos fijos en los picos lejanos, y en el horizonte, escuchó pasos. Su mano de inmediato fue a su espada y aunque no la desvainó, se dio la vuelta, y miró hacia abajo, alerta.
¿Un ladrón? Su garganta se apretó al mismo tiempo que apretaba la empuñadura y deslizaba la espada. Y al mirar a la planta inferior, vio a su hermano. Su hermano caminaba por uno de los pasillos, hacia la entrada, alzó la cabeza y sus miradas se encontraron y se detuvo en seco.
No lo pensó, y corrió con pasos silenciosos hacia la planta inferior. Bajó las escaleras de dos en dos y corrió hasta llegar frente a él. Inhaló y exhaló para recuperar el aliento, pero en silencio, para evitar que lo escucharan. Se miraron mientras el calor de correr descendió de sus mejillas.
—¿Qué haces despierto? —preguntó.
—Nada. Ve a tu guardia —respondió su hermano sin mirarlo a los ojos.
—¿N-no puedes dormir?
—No. Ve a tu guardia o le diré a los maestros que estás holgazaneando.
El guardián frunció el ceño: su hermano nunca diría algo como eso. Y mientras pensaba, y trataba de entender qué sucedía, su hermano se dio la vuelta y regresó sobre sus pasos, con algo entre las manos, algo que no podía ver en la oscuridad.
Lo siguió y lo tomó por el brazo.
—Suéltame —gruñó su hermano—. No me toques.
Apartó la mano de inmediato, su corazón se estrujo, y las ramas se enroscaron en su garganta, pero lo siguió igual.
—¿H-hice algo malo? —preguntó dolido.
—Déjame solo. Ya eres lo suficientemente grande como para comportarte así. ¡Vete a hacer tus malditas guardias!
»¿Qué no has entendido nada? ¿Acaso vas a seguir comportándote como un inútil? Eres tonto, no sé cómo te soportas...
Se detuvo por fin. Aquello... bajó la vista con un nudo en la garganta, y sus ojos se humedecieron. Alzó la mirada, su hermano ni siquiera lo miró y avanzó dándole la espalda.
Aquello... ¿Qué había hecho?
Quiso seguirlo, pero supo que no era lo mejor, y sus pies tampoco quisieron moverse. Y mientras más lo pensaba, peor se sentía. Era cierto lo que su hermano dijo. Era un tonto, un inútil, todo eso y más, pero escucharlo de su hermano... Recordó al vitral del halcón con la flecha.
No había nada para él. Estaba solo. Era miserable, estaba solo, vacío y no sabía hacer nada. Quizá era lo mejor, irse y ya sería era lo mejor. Dejar ese lugar, ser olvidado, ser recordado como el guardián que huyó, morir sin poder regresar al sol... Pero su hermano estaría solo.
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La muerte en las montañas y el rey buitre | La Herencia Solar #1
FantasyDurante mil años el Templo del Rey Kirán ha permanecido inamovible y protegido por sus guardianes: hombres y mujeres sin nombre con el deber de proteger su castillo entre las montañas. Aquel viejo templo posee los tesoros más hermosos de todo el mun...