10. Los humanos aman el sufrimiento

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ADVERTENCIA:  Este capítulo contiene algunas descripciones de sangre, maltrato, violencia física, y otros temas sensibles que pueden afectar al lector

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ADVERTENCIA:  Este capítulo contiene algunas descripciones de sangre, maltrato, violencia física, y otros temas sensibles que pueden afectar al lector. 

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Caminó con la mente en otro lado. ¿Por qué no se había marchado? ¿Por qué su hermano se había marchado? ¿Por qué no lo siguió? Su cuerpo pesaba, y sus ojos se sentían secos. Sus pies avanzaban, pero no sentía que le pertenecieran.

«Quizá...», pensó. Quizá era porque moriría. Quizá, a pesar de saber qué significaban las palabras y la mirada de la maestra mayor, seguía avanzando porque ya estaba acostumbrado, era parte de una rutina, por eso no se sentía como él. No era él quien caminaba, era un guardián de Kirán. Y porque la muerte estaba a tres pasos de él.

El Santuario de Buitres jamás le pareció más vacío, más profundo. Como mirar desde arriba en el templo, era un vértigo asqueroso que lo atraía y lo hacia querer correr lejos de ahí. La mirada que juzgaba desde arriba de la estatua de un rey muerto y olvidado, los vitrales de buitres que devoraban la carne podrida, los vitrales de los humanos muriendo en el desierto, todos lo veían a él, y esperaban a que se les uniera.

¿Nadie ahí le temía a la muerte?

¿Por qué él no trataba de huir?

Quizá él mismo se estaba volviendo un buitre, o quizá siempre había sido uno. Quizá nunca había descendido del sol.

Los buitres volaban alto, graznaban los sonidos de la muerte, devoraban lo impuro y lo purifican, vivían bajo el sol. Desde ahí, en el silencio del templo, recordó el sonido de los buitres que bajaban por carroña, a aquellos que bajaron a arrancar la carne del maestro mayor. Y por alguna razón, imaginó su propio cuerpo tendido bajo el sol, bajo las plumas oscuras de los buitres.

Aquello acabaría si sus maestros se apiadaban, si algo cambiaba, si el tiempo retrocedía, pero esos pensamientos eran ilusiones, y lo sabía.

—Abandona la espada y la capa, y descubre tu espalda —ordenó la maestra mayor.

Obedeció en silencio, aunque su corazón le pedía que huyera, le gritaba que todavía había tiempo. Sus piernas temblaban, pero el resto de su cuerpo estaba quieto, firme por temor a molestarlos más, su vista era igual, no veía nada, no había nada que ver. Su hermano era libre, y él seguía condenado y lo estaría para siempre.

Se quitó la capa, la dobló y la colocó en el suelo. Luego, se quitó la camisa y la dobló, el frío erizó su piel. Se quitó la espada de la cintura y colocó todo sobre la capa. Miró sus cosas de reojo, y vio que la espada tocaba el suelo. Fue un detalle tan pequeño, tan imperceptible, pero solo ver su propia espada, impura, con la muerte en todo su filo negro, el mundo se cerró a su alrededor.

La maestra habló y su voz llenó el templo.

—El trabajo de los guardianes es sagrado. Es nuestro propósito de vida e ignorarlo y no cumplirlo significa traicionar a Kirán, al sol y a todas las cosas en el mundo. ¿Entiendes lo que has hecho? —gruñó en su oído.

La muerte en las montañas y el rey buitre | La Herencia Solar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora